irreductibles julian hoyos 21 02 23 1

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Primer aniversario del fallo que legaliza el aborto libre en el país Latinoamericano.

“Los indios de Antioquia son irreductibles”, le dijo el señor Presidente de la República a la Madre Laura. Lo que él no sabía es que la irreductible era ella. La santa colombiana, sin ningún problema, se dedicó a diluviar de telegramas al Congreso, Ministros y Gobernadores con mensajes a favor de su causa. Y el Presidente —en ese entonces Carlos E. Restrepo— no tuvo otra opción: “Nos tumbará el palacio a fuerza de telegramas si no la atendemos”. De ese tamaño fue la determinación de Santa Laura Montoya Upegui por no abandonar a sus hermanos pequeños: los indios. Y lo consiguió.

Otra sería nuestra historia si nosotros asumiéramos la causa que hoy se nos confió con la mitad de esa ambición misionera. En 1910 los olvidados fueron sus indios. En el 2023, los invisibles son niños escondidos en los vientres de sus madres… y hay una circunstancia agravante: sus guardianes nos dejamos reducir. Nos rendimos ante el implacable dominio de cinco magistrados.

Desde entonces, nos acompaña una parálisis, la sensación de que todo esfuerzo siempre va a chocar con el muro de nuestras instituciones fanatizadas a favor de la muerte

Hoy, 21 de febrero, Colombia cumple un año desde aquella infame decisión de la Corte Constitucional que permitió el aborto libre hasta los seis meses de gestación. Para muchos, esto fue la muerte de una esperanza que ya venía agonizando. Nos golpeó con fuerza y sorpresa. A fin de cuentas, el conjuez designado para desempatar la votación gozaba de buena reputación y tenía una “filosofía conservadora”. El golpe nos dejó sin aire, miles de muertes futuras en una sola noticia. Y desde entonces, nos acompaña una parálisis, la sensación de que todo esfuerzo siempre va a chocar con el muro de nuestras instituciones fanatizadas a favor de la muerte.

Un año después, Colombia es ya un sepulcro blanqueado, literalmente. Su presidente lleva de estandarte lo que él llama el “Cambio por la vida”, y cada reforma o acto administrativo, sea cual sea, tiene como apellido “para la vida”. “Salud para la vida”, “justicia para la vida”, ¿clientelismo? ¿corrupción? ¡también “para la vida”! Pero cuando se abre el sepulcro, el cadáver tiene un aspecto ya insoportable. Colombia, “potencia mundial de la vida”, hace parte de un club muy selecto de países que permiten abortar a sus hijos hasta el noveno mes. Sí, hasta el noveno mes, ¡hasta el último segundo!

Sería sencillo echarle la culpa al Presidente, pero ese hombre es más un síntoma que una causa. Nos falta fuego, insistencia y determinación

Si somos honestos, aquí ya no hay restricciones. Nuestro suelo es un cementerio de niños. Nos queda exacta la sentencia del Apocalipsis: “Tienes nombre como de quien vive, pero por dentro estás muerto”. A la par de la Sentencia de la Corte, tenemos hoy una Resolución del Ministerio de Salud que ya nos saturó el sentido del escándalo. Aborto sin causales hasta el sexto mes, y si ya pasó el sexto mes, la causal salud —salud mental— sirve para todo. “¿Llanto fácil? Está usted en riesgo de afectación a su salud mental. Tenga aquí esta orden y pase a la otra sala por su aborto.” “¿Que ya está muy avanzado el embarazo? Inyección de cloruro de potasio al bebé, y lo dejamos morir en una bandeja metálica.” “¿Menor de edad? ¿de 14 años? “También puede abortar, y no se preocupe, sus padres no tienen que enterarse”.

Este es el panorama y los provida no salimos de la parálisis. Sería sencillo echarle la culpa al Presidente, pero ese hombre es más un síntoma que una causa. Nos falta fuego, insistencia y determinación. “Sabía que lo natural era que les pareciera loca y no contestaran”, cuenta la Madre sobre lo que pensaba cada vez que escribía un telegrama.

En días pasados, en una conversación de amigos, nos preguntábamos si valdría la pena apoyar el referendo provida propuesto por algunas organizaciones. En primer lugar nos cuestionamos si vendría bien el esfuerzo, teniendo en cuenta que ya lo hemos intentado sin éxito y el desgaste fue descomunal. El segundo cuestionamiento fue sobre nuestra coherencia. De ninguna manera tiene sentido que nuestros hermanos de lucha se desgasten recogiendo firmas a pleno sol, mientras nosotros estamos todavía entre el análisis y la parálisis.

La conclusión es de la Madre Laura: ¡perdamos mil veces! Eso ya es lo natural. En todo caso, lo peor que puede suceder es que sigamos como estamos. ¡Perdamos mil veces hasta que ganemos! ¡Insistamos y resistamos a la desesperanza, que el camino es de larguísimo aliento! Es que no es cualquier causa la que nos reclama pertenencia, es que son miles de niños quemados por dentro sin anestesia ni clemencia.

La causa provida no es solamente un tema controversial, no nos metimos en esto por afán de controversia; lo hicimos, sobre todo, por dolor. Están matando niños y no encuentro otra forma de exponerlo más que gritando la verdad desnuda. En realidad quisiéramos estar equivocados. Honestamente, si los abortistas tuvieran razón, —si un aborto fuera lo mismo que una histerectomía— el alivio que experimentaríamos sería inmenso ¡Pero es que tenemos razón! Abortar es y será siempre causarle la muerte al más pequeño de nuestros hermanos. Ante una realidad así, nuestra parálisis es un descaro y nuestra acción irreductible es lo mínimo.

“Dios no es escaso en medios”. Eso lo tenía bien entendido nuestra santa colombiana. El 22 de febrero del año pasado nos prometimos darle la vuelta: esa decisión dolía, pero no nos quitaba la paz. En parte porque Dios ya nos contó toda la historia y sabemos cómo termina, y también porque Él premia la insistencia en favor de sus más pequeños. “Cuanto hayáis hecho por uno de estos hermanos míos más pequeños, conmigo mí lo hicisteis”.

Hay que darle la vuelta a esta partida, no por el orgullo herido de haber perdido una contienda, sino porque en el dolor de cada niño víctima de nuestros Herodes está el dolor divino del Redentor. En cada hogar de nuestro país hay una imagen pequeña de un niño con los brazos abiertos y una promesa a sus pies: “Yo reinaré”. El mismo país que hoy es cementerio de niños invisibles es también el país del Divino Niño.

La Colombia de la paz ideologizada y del paisaje de muertes normalizadas que se lloran dependiendo el color político, va a encontrar la concordia por otro camino, el de un niño que nos cumplió su promesa. Pax Christi in Regno Christi, la paz llegará cuando el niño reine, cuando los niños invisibles reciban justicia. La misma Madre Laura le contestó al Presidente que “donde el valor no puede nada, le queda la victoria a la debilidad”. Ese niño, aparentemente débil y en silencio, tendrá su victoria. Nos lo prometió, será más temprano que tarde.

Mientras tanto, a nosotros nos corresponde diluviar el Palacio, la Corte y el Congreso a fuerza de “telegramas”. Hasta que los atiendan, nosotros nos mantendremos irreductibles.

“…saludable lluvia de paz, en la plenitud de la vida de Colombia! Mas, ¡ay que esa fecundante lluvia se torna en tormenta destructora mientras Dios no sea el principio y el fin de la autoridad!” —Pensamiento patrio de la Madre Laura Montoya.

Julián Hoyos

Director General de la Fundación Conciudadanos en Colombia y Ecuador

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