2025 10 21 virtud supera competencias 1

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Una crítica al enfoque por competencias en los currículos educativos

Desde hace un tiempo, el enfoque curricular por competencias ha logrado una amplia implementación en instituciones de todos los niveles educativos. Y, a pesar de su popularidad, se debe afirmar que este enfoque tiene limitaciones que no han sido superadas por los autores que han tratado de atribuirle un carácter integral. En efecto, las competencias tienen una génesis que prioriza el carácter productivo, y ello requiere superación. Por eso, este artículo propone la virtud como una respuesta que supera las competencias, motivando un giro en la educación.

La noción de virtud se remonta siglos atrás. Podemos mencionar la paideia griega y la palabra areté, la cual es profundizada en el Nuevo Testamento, o el término oriental ren, mencionado por Confucio en sus Analectas. Ambos términos hacen referencia a la bondad y excelencia humana, que el hombre sea más perfecto en cuanto tal. La virtud no pone en primer lugar a la producción o mero quehacer del hombre, sino, más bien, como afirma Josef Pieper, a la plenitud de lo que la persona puede ser, el ser como fundamento del hacer.

Buscaron integrar todo aspecto formativo, sea el conocimiento, el carácter ético o las habilidades, en las competencias.

Las competencias, por su parte, tienen un inicio más reciente. Cuba Esquivel cita la obra de F.W. Taylor Principles of Scientific Management (1911) como pionera, en la cual se describe al hombre competente y su finalidad de eficiencia. Estas ideas pasaron al mundo educativo rápidamente, ya que, en 1918, Franklin Bobbit las incorporó en su obra The Curriculum. Con idas y venidas, el Informe Delors de 1996 también las menciona en su acápite De las habilidades a las competencias, como una superación en uno de sus pilares, el del saber hacer, ante el progreso del mundo industrial.

Más recientemente, las competencias han sido categorizadas no solo como un aspecto más, sino como un enfoque que ansía ser integral y responder a la persona en su totalidad. Autores, como Sergio Tobón, buscaron integrar todo aspecto formativo, sea el conocimiento, el carácter ético o las habilidades, en las competencias. Se ha buscado superar el concepto reductivo centrado en la productividad, llamándose actuaciones integrales, o mediante el aprendizaje situado o la combinación de saberes, como afirma Le Boterf.

La eficiencia tiene un lugar, pero no es el único fin ni el más importante al que el hombre se orienta en la educación.

A pesar de ello, la eficiencia como finalidad, o la productividad como aspecto central no dejan de estar presentes, ya que se busca, a fin de cuentas, “resolver problemas de contexto”, “responder a las necesidades del entorno”, entre otras afirmaciones similares.

Entonces, ¿cómo las virtudes superan las competencias?

Pues, la virtud se funda en el ser de la persona y tiene una concepción unitaria e integral de la naturaleza humana. El entorno y el contexto no son su fuente de definición, sino que es el ser humano mismo el que determina el qué de la educación. Así, comprendemos que la eficiencia tiene un lugar, pero no es el único fin ni el más importante al que el hombre se orienta en la educación.

Para comprender mejor esto, recordemos la categorización tradicional de las virtudes: intelectuales, morales y teologales. La persona humana se perfecciona en su integralidad en cada virtud específica, ya que es ella toda la que guía su humanidad a la perfección. En este marco, siguiendo a Tomás de Aquino y a un filósofo español, Jesús García López, las virtudes intelectuales pueden subdividirse en especulativas y productivas. La virtud intelectual especulativa es aquella que perfecciona al hombre en cuanto que guía su intelecto a conocer la realidad por sí misma. Sea a través de la historia, la literatura, la biología o la teología, se conoce la realidad sin que la utilidad sea el objetivo primario, ya que este conocimiento se justifica por sí mismo.

La persona puede guiar su voluntad a una finalidad que no se subordine a una acción productiva.

Añadido a ello, el intelecto también puede tener un desarrollo de carácter eficiente, logrando la virtud intelectual productiva en el ser humano. Para John Henry Newman, esto supone el conocimiento útil, el cual está necesariamente subordinado al conocimiento que es fin por sí mismo. Y, a pesar de darle preponderancia al conocimiento especulativo, Newman mismo no deja de lado esta perfección productiva. Y ese es el lugar de las competencias, cuya categorización se puede remontar al mismo Aristóteles en su descripción de la techné. El saber hacer, el saber producir, el resolver problemas de contexto son parte de la educación, pero no son el único elemento. Mucho menos, podemos subordinar el conocimiento especulativo o el desarrollo de la virtud moral a este fin eficiente.

La persona puede guiar su intelecto a una finalidad que no requiere necesariamente una solución en un contexto, si no se corre el riesgo de que todo conocimiento esté sometido a un fin útil, dejando de lado la capacidad natural de asombro del hombre por conocer la realidad por sí misma. Así, se desarrolla la ya mencionada virtud intelectual especulativa.

La persona puede guiar su voluntad a una finalidad que no se subordine a una acción productiva, sino se corre el riesgo de que el hombre busque ser prudente, justo, moderado o fuerte por fines distintos al bien moral, lo cual fundamenta el desarrollo de la virtud moral. De este modo, el desarrollo de la razón práctica no prioriza lo útil, sino el bien sin más. Más aún, la persona puede acoger virtudes teologales, las cuales no tienen una finalidad terrenal, trascendiendo toda utilidad.

Pero la persona también puede guiar su intelecto al saber hacer, saber producir, al ser competente, desarrollando la virtud intelectual productiva. Y, por eso, la noción de virtud y su categorización suponen e integran las competencias en una mirada más amplia y unitaria de la persona humana, que permiten su superación.

Cuestionemos los enfoques curriculares modernos, y busquemos, desde una antropología integral, los mejores modelos para la formación de las personas. A mi juicio, las virtudes integran y superan las competencias, y espero que ello ilumine las decisiones de diseño curricular.

Autor: Giancarlo Vera

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