agosto 17, 2023• PorJosé Tomás Hargous
La doctrina social hecha carne
Estamos celebrando en Chile un nuevo Mes de la Solidaridad, en memoria de quien recientemente Carlos Frontaura ha llamado “el mejor de los nuestros”, o, en palabras de Ricardo Lagos, un nuevo “padre de la patria”: San Alberto Hurtado (1901-1952). El segundo santo chileno fue un connotado sacerdote jesuita, estudioso de la realidad social a la luz de la doctrina social de la Iglesia, considerado el principal representante de la solidaridad en Chile, formador de jóvenes y fundador de asociaciones. [1]
Coincidencia o no, la solidaridad ha sido tema recurrente en la opinión pública en los últimos meses del debate público chileno… pero lo ha sido principalmente por su incomprensión. La solidaridad, en tanto principio social, se refiere no sólo a la actuación del Estado, sino a la fuerza de la sociedad civil, de cómo cada persona y cada organización ―familia, cuerpos intermedios y comunidad política― contribuye al bien común, tanto temporal como trascendente, esto es, el mayor bien espiritual y material de todos y cada uno de los integrantes de la comunidad política.
El jesuita no propuso una teoría económica o sociológica, sino que reflexionó sobre estos temas con una mirada inspirada en la teología ―particularmente la teología del Cuerpo Místico de Cristo― y la doctrina social de la Iglesia. Ante estos problemas, su aproximación fue en la línea de contribuir al diseño de respuestas que los laicos deberían estudiar y aplicar.
Gran parte de su pensamiento social se encuentra sintetizado en sus libros “¿Es Chile un País Católico?” (1941), “Humanismo Social” (1947), “El Orden Social Cristiano en los documentos de la jerarquía católica” (1947), “Sindicalismo. Historia, Teoría y Práctica” (1950) y “Moral Social” (2004). Sin embargo, las reflexiones del padre Hurtado no eran puramente teóricas, sino que lo suyo fue un pensamiento volcado a la acción.
Lo suyo fue un pensamiento volcado a la acción.
En las Semanas Sociales de Cochabamba de 1950 sostuvo que “ha llegado la hora en que nuestra acción económico social debe cesar de contentarse con repetir consignas generales sacadas de las encíclicas de los Pontífices y proponer soluciones bien estudiadas de aplicación inmediata en el campo económico-social”.
Por eso, en San Alberto Hurtado el catolicismo social siempre está expresado en ideas y en la acción, el discurso y los hechos van de la mano: emprendimiento y solidaridad. Palabras, sí, pero materializadas en acciones: organizaciones, muchas de las cuales subsisten hasta hoy. Y es que una de las facetas más relevantes ―aunque, paradójicamente, de las más desconocidas― de la vida del segundo santo chileno es su carácter emprendedor. De hecho, si uno consulta el repositorio del Centro de Estudios San Alberto Hurtado de la Pontificia Universidad Católica de Chile, el término “emprender” aparece 39 veces.
En tiempos donde se tiende a confundir solidaridad con acción estatal y se desconfía del actuar de las familias y comunidades en la consecución del bien común, la vida del santo chileno reivindica la importancia de ellas a través de su carácter de fundador o, incluso, de emprendedor. Él mismo dijo que “vale más tener la humildad de emprender grandes tareas con peligro de fracasar, que el orgullo de querer tener éxito, achicándose”.
Una característica fundamental en las obras impulsadas por el padre Hurtado es su profundo carácter laical, reservando a los sacerdotes un rol de asesoría y capellanía. En la Asamblea General de Socios de la Unión Social de Industriales Católicos de 1949, San Alberto diría que “el sacerdote sólo puede recordar los principios a la feligresía; son los laicos los llamados a proporcionar las soluciones prácticas; es el técnico, el patrón católico, quien puede efectuar las realizaciones”.
Ahora bien, su obra más conocida ―el Hogar de Cristo― muestra que él como sacerdote no se limitó a simplemente exhortar a los laicos, o a la reflexión abstracta de los problemas sociales, sino que manifestó sus dotes de hombre de acción al usar todas sus energías para ayudar directamente a los más pobres. El padre Hurtado y el Hogar de Cristo son como dos caras de una misma moneda. La principal fundación del jesuita es justamente aquel “hogar para los que no tienen techo”. En 1944 la pobreza en Chile era escandalosamente alta. Sólo en cuanto a la pobreza infantil habían 5.000 niños vagos, cifra dada a conocer por el Diario Ilustrado en esa época y que, de acuerdo con el P. Samuel Fernández ―probablemente el mayor estudioso de San Alberto― sería citada por san Alberto en muchas ocasiones (cfr. Fernández, S.; “Base documental para el estudio de San Alberto Hurtado. Estado de la cuestión”).
En tiempos donde se tiende a confundir solidaridad con acción estatal y se desconfía del actuar de las familias y comunidades en la consecución del bien común, la vida del santo chileno reivindica la importancia de ellas a través de su carácter de fundador o, incluso, de emprendedor.
Antes de la creación del Hogar de Cristo ―el 19 de octubre de 1944― esta grave urgencia social sólo era enfrentada por el protestante Ejército de Salvación y algunos hogares católicos, pero ninguno se hacía cargo de la profundidad y extensión de dicha urgencia, porque la crisis social era y es ante todo una crisis espiritual. La preocupación de San Alberto Hurtado no era mera filantropía centrada en un problema social, sino que su actividad estaba informada por un auténtico amor a los pobres, caridad en el sentido más teológico de la palabra. El mismo nombre de su fundación, utilizado por primera vez el 17 de diciembre de 1944, explicita la fundamentación de su primer apostolado social: “el pobre es Cristo”. Se cuenta que una vez, antes de sus salidas para rescatar niños de la calle, unos universitarios llegaron tarde al Hogar, donde tenían un tiempo de adoración al Santísimo antes de salir… Ellos se iban a sumar al grupo, pero el padre Hurtado los frenó ―pues, al parecer, les parecía más atractiva solamente la labor social― e hizo que se queden en adoración, porque si no reconocían a Cristo vivo en la Eucaristía, no podrían realmente reconocerlo en el pobre. No es que haya querido que no actúen, por cierto, pero sí que la labor social tenga siempre a Cristo en el centro.
Con el pasar de los años el Hogar de Cristo se expandirá por todo el país e inspirará el surgimiento de hogares similares en el continente, profesionalizando la acción social y la beneficencia en Chile. Sin embargo, rápidamente el padre Hurtado se daría cuenta de que el Hogar de Cristo, por sí solo, sería insuficiente en su obra social, pues, como diría San Juan Pablo II treinta y cuatro años después, el trabajo es el “centro mismo de la «cuestión social»”. Por eso, Hurtado vio la necesidad de crear una organización destinada a la formación de dirigentes obreros y sindicales, tanto desde una perspectiva técnica ―en torno al sindicalismo― como en los fundamentos de dicha acción social, que debían ponerse en los principios de la doctrina social de la Iglesia. Por eso, el 13 de junio de 1947, día del Sagrado Corazón, San Alberto Hurtado daría forma a la Acción Sindical y Económica Chilena, ASICH, que rápidamente se expandiría en el mundo sindical chileno y llegaría a impactar en prácticamente el 20% de los sindicatos. Desgraciadamente, las diferencias internas respecto de la naturaleza de la ASICH, de si debía ser una central formadora de dirigentes o un sindicato cristiano, hicieron que se dividiera, para finalmente disolverse en 1955.
Uno de los grandes aliados y discípulos del padre en esta y otras tareas sería William Thayer, connotado abogado laboralista. En “Mandato inconcluso”, sostiene que “el padre Hurtado vio muy claro que no había otro camino que la libertad sindical para llevar el Evangelio de Cristo a los obreros y hacer de ellos mismos protagonistas de su liberación”, y que “no tendría destino el mensaje social de Cristo en el mundo sindical chileno, si no nos abríamos ampliamente a la libertad sindical, que recién en esos años había aprobado la OIT (CIT 87 de 1948 y CIT 98, de 1949)”. Por eso, le dejó el “mandato” de “preparar un Código del Trabajo fundado en la libertad sindical”.
Sin embargo, la obra habría quedado incompleta si San Alberto Hurtado no hubiera buscado trabajar también en la plana mayor de la empresa, para que sean los empresarios y ejecutivos quienes permeen con este espíritu, no sólo en su entorno, sino que en las capas inferiores de la compañía. De hecho, una vez fundada la ASICH, la dejaría en standby para repensarla. Durante esa “suspensión”, viajaría a Europa, donde se empaparía del asociacionismo católico europeo, particularmente del francés e italiano, tanto de obreros como de patrones.
La futura obra con los patrones, que se concretaría el 24 de mayo de 1948 en la Unión Social de Industriales “León Harmel”, luego Unión Social de Industriales Católicos (USIC), y hasta hoy Unión Social de Empresarios Cristianos (USEC), no fue un acto improvisado. Al contrario, hacía referencia a su necesidad en “Humanismo Social” y “Moral Social”, y propondría iniciar dichos apostolado social al Prepósito General de la Compañía de Jesús, al Papa Pío XII ―a quien se lo solicitó como “una gracia especialísima”― y al viceprovincial de los jesuitas en Chile, durante el año transcurrido entre la fundación de la ASICH y la creación de USEC. Esta nueva obra ―que este año cumplió 75 años― sería liderada en un inicio por el empresario Jorge Matetic Fernández (1906-2001), y del cual San Alberto daría “testimonio de admiración por su sentido social y sus realizaciones de justicia y caridad cristianas”, según consta en una edición de “Humanismo Social” que le dedicaría personalmente a su “querido amigo” y discípulo.
En San Alberto Hurtado el catolicismo social siempre está expresado en ideas y en la acción, el discurso y los hechos van de la mano: emprendimiento y solidaridad. Palabras, sí, pero materializadas en acciones: organizaciones, muchas de las cuales subsisten hasta hoy
Como asociación fundada por San Alberto Hurtado, USEC se entronca en el movimiento social cristiano chileno de los años 30 y 40. Y, al mismo tiempo, es la asociación más antigua en Hispanoamérica de UNIAPAC, la Unión Internacional Cristiana de Dirigentes de Empresa. Este movimiento internacional nacería de forma espontánea en distintos países de Europa, entre finales del siglo XIX y comienzos del XX. En 1931, la misma semana que se publicaría Quadragesimo Anno, el Papa Pío XI convocaría a los empresarios católicos del viejo continente, a quienes exhorta a aunar fuerzas, dando inicio a la organización que subsiste hasta hoy como UNIAPAC, y que comenzaría su expansión por el continente americano con el apoyo de USEC.
Agosto, el Mes de la Solidaridad ―que, sin exagerar, puede ser considerado el mes de la doctrina social en Chile― es una buena ocasión para recordar a nuestro santo, modelo no sólo en la reflexión sobre los problemas del país a la luz de la doctrina social de la Iglesia, sino que en el impulso de asociaciones sociales católicas, tan necesarias en nuestros días.
Gabriela Mistral le dedicó al padre Hurtado un bello obituario, titulado “Temprana muerte en 1952”. Dice la poetisa:
Oír al padre Hurtado [conlleva la obligación de responderle]. Y la respuesta única que hay (que dar a su alma atenta y a su bulto sólo entrometido), es la ayuda de sus obras, un socorro igual al de antes, porque la Miseria, la bizca y cenicienta Miseria, sigue corriendo por los suburbios, manchando la clara luz de Chile y rayando con su uñetada de carbón infernal la honra de las ciudades grandes y el decoro de las aldeas.
Duerma el que mucho trabajó. No durmamos nosotros, no como grandes deudores huidizos que no vuelven la cara hacia lo que nos rodea, nos ciñe y nos urge casi como un grito. Sí, duerma dulcemente él, trotador de la diestra extendida, y golpee con ella a nuestros corazones para sacarnos del colapso cuando nos volvamos sordos y ciegos.
Con ella pedimos que:
Alguna mano fiel ponga por mí unas cuantas ramas de aromo o de ‘pluma de Silesia’ sobre la sepultura de este dormido que tal vez será un desvelado y un afligido mientras nosotros no paguemos las deudas contraídas con el pueblo chileno, viejo acreedor silencioso y paciente. Démosle al padre Hurtado un dormir sin sobresalto y una memoria sin angustia de la chilenidad, criatura suya y ansiedad suya todavía.
Jefe de Contenidos de USEC
Notas
[1] Estas reflexiones se basan en algunos artículos nuestros previos “USEC en el proyecto social de san Alberto Hurtado: Una mirada desde el pensamiento sociológico” (Humanitas, septiembre de 2021) y “El Padre Hurtado, un emprendedor” (El Líbero, mayo de 2022), así como las ponencias “The Christian Entrepreneurs in the Social Project of Saint Alberto Hurtado” (The Economy of Francesco International Event, septiembre de 2022) y “La búsqueda de sentido trascendente en la empresa: El proyecto social de San Alberto Hurtado, USEC y UNIAPAC” (III Congreso Latinoamericano de Doctrina Social de la Iglesia, abril de 2023). Asimismo, se inspiran en el libro de William Thayer “Ni político ni comunista. Sacerdote, sabio y santo” (Santiago: Olmué Ediciones, 2004).
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Last modified: agosto 22, 2024