
julio 5, 2022• byJoaquín García-Huidobro
¿Qué sigue tras la caída de Roe v. Wade?
La reciente sentencia de la Corte Suprema de los EE. UU. sobre el aborto importa, por cierto, para esta debatida cuestión, pero nos dice mucho más. Si vamos hacia atrás en el tiempo, ya en Roe vs. Wade el problema, paradójicamente, no tenía que ver tanto con la vida del no nacido – un ser que después de esa resolución se transformó en invisible– como con la expansión de toda una cultura que concebía las cuestiones fundamentales de la existencia humana como un asunto de derechos individuales.
De ahí en adelante, el aborto avanzó por todo el mundo siguiendo dos estrategias. En primer lugar, por la vía de acudir a casos dramáticos, que se admitían como situaciones excepcionales. En otras palabras, más que de promover el aborto, se trataba de despenalizarlo, de señalar una suerte de impotencia del Estado en esta materia. La segunda vía, la norteamericana, presentaba directamente el asunto como una cuestión de derechos. En la práctica, aunque en algunos casos se pasaba directamente al segundo camino –especialmente por ciertas resoluciones judiciales–, lo normal era comenzar por el primero, en sede legislativa, y terminar en el segundo por obra de jueces o legisladores.
La reacción de los sectores progresistas contra la sentencia tiene muchas explicaciones, pero no se trata tanto de la posibilidad o no de practicarse un aborto, porque en la práctica bastará con viajar a otro estado federal, sino de tres hechos que sí les importan mucho.
De partida, quedó establecido que el aborto no es un derecho constitucional. Podrá aprobarse o no, pero la razón tendrá que ser otra. Para un movimiento que ha hecho de los derechos su arma preferida, esta resolución plantea una dificultad argumentativa muy seria.
Otro motivo de molestia es particularmente interesante, porque aunque los críticos dicen que esta sentencia “constituye un retroceso para la democracia”, lo cierto es lo contrario: los jueces supremos han señalado que no les corresponde a ellos (nueve personas) pronunciarse sobre el asunto, sino que debe ser resuelto por vías democráticas, es decir, por los ciudadanos de cada estado federal. Es decir, han adoptado una actitud modesta, que contraste fuertemente con el activismo judicial que predomina en otros países. Esto resulta inaceptable para la élite progresista en una materia que querían ver resuelta de una vez por todas.
Por último, desde hace varias décadas se nos ha dicho que la historia marcha inevitablemente en la dirección que señala el progresismo moral. Sin embargo, la Corte Suprema del principal país del mundo ha tomado una decisión en sentido contrario en una materia muy simbólica. Este hecho siembra una comprensible duda acerca de la fatalidad de ese proceso y eso incomoda particularmente a quienes están convencidos de que la historia es suya.
Estos decepcionados dueños de la historia son hoy, en buena medida, también los dueños del gran capital. No es casual que, de inmediato, grandes empresas hayan reaccionado ofreciendo a sus empleados el financiamiento de los gastos de traslado e intervención médica si se trata de practicarse un aborto. Para J. P. Morgan, Disney, Google, Tesla, Uber, etc. esa parece ser la única causa que justifica una preocupación tan extraordinaria por la salud de sus empleadas.
Autor: Joaquín García-Huidobro
Profesor del Instituto de Filosofía
de la Universidad de los Andes
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Last modified: septiembre 11, 2024