
octubre 24, 2022• PorSuroeste
Hacia una estrategia contracultural
Agustín Laje Arrigoni es un escritor, politólogo y conferencista argentino, Magister en Filosofía por la Universidad de Navarra. Es coautor de «El libro negro de la nueva izquierda» y autor de muchos otros libros y artículos dedicados a la contingencia política y la llamada «batalla cultural». Es fundador y presidente de la Fundación Libre.
Vicente Hargous: Agustín, en primer lugar te agradezco que nos hayas concedido esta entrevista para el primer número de Suroeste. Queremos aprovechar de conversar contigo sobre diversos temas que nos preocupan y que están ocurriendo en diversos países de Latinoamérica.
Como sabes, nuestra región pasa por un momento difícil, en el que el progresismo radical avanza a pasos agigantados en los países líderes de la región. Recientemente la Corte Constitucional colombiana aprobó una regulación mucho más permisiva del aborto, en Argentina un poco antes se había aprobado esa ley que fue tan combatida, en Chile ya se está aprobando el aborto libre en la nueva Constitución, sin mencionar los avances legislativos de una educación sexual obligatoria con un prisma ideológico, en materias de niñez, de identidad de género, entre otras. ¿Cómo explicas este fenómeno? ¿No ha sido demasiado acelerado el cambio?
Agustín Laje: Los frutos que hoy recogen los sectores progresistas-globalistas son el resultado de una larga siembra que les llevó décadas. Esto es lo primero que hay que reconocer: nada de lo que vemos se dio de la noche a la mañana; aquí no hay un quiebre abrupto, no hay por eso una revolución. “Progresismo” implica progresividad: pasos milimétricos, disimulados, pero que van recorriendo un camino acumulado que, de golpe, adquiere los contornos de una revolución y se muestra como algo abrupto que realmente no es.
El caso que mencionas del aborto es ilustrativo. Lo que estamos viendo hoy es simplemente un paso hacia etapas más avanzadas de un proceso que inicia mucho antes, con la relativización de la dignidad humana, con las “causales” que legitiman quitarle la vida a un inocente, con la cosificación progresiva del ser humano en gestación, etcétera.
Ahora bien, es cierto que este proceso ha tomado una velocidad mayor en los últimos dos años. Yo lo adjudico a la pandemia. Es significativo que la propia ONU en su Agenda 2030 diga, de manera expresa, que la crisis sanitaria actual abre un escenario de grandes posibilidades para “dar pasos más radicales” (sic!) cuando “las normas sociales son más flexibles” (sic!) por las urgencias del momento. Es muy cínico, pero esto es lo que la propia ONU dice públicamente en su sitio web.
No es casualidad que en 2018 el aborto fuera repelido en Argentina, cuando millones de personas salieron a las calles, pero en 2020 el aborto fuera aprobado, cuando todos estaban escondidos debajo de la cama.
Si te fijas, todos los ejemplos que tú mismo me has dado (y a los que agregaría los de varios Estados de México) corresponden al período pandémico.
VH: Y un poco antes surgió el movimiento feminista con fuerza. Es curioso que haya surgido al alero de la ideología de género y junto con ella, siendo que en ciertos aspectos parecen incompatibles, pues lo femenino tiene sin duda un componente biológico fundamental, que las teorías de género minusvaloran. ¿Cuál es la conexión teórica que hay detrás de esto? ¿Cómo es posible que en nuestro continente se hayan difundido tanto, a pesar de esas aparentes incompatibilidades de base?
AL: La ideología de género es incompatible con versiones anticuadas del feminismo, como el viejo feminismo liberal, el viejo feminismo marxista, e incluso con el menos viejo “feminismo de la diferencia”. Pero cuando uno traza una genealogía del feminismo del siglo XX, se da cuenta que la ideología de género de hecho proviene del mismo feminismo. Es su retoño favorito.
Piensa en “no se nace mujer, llega una a serlo” de Simone de Beauvoir. Lo biológico es lo dado desde el nacimiento (y, para ser riguroso, antes del mismo nacimiento). Lo que uno “llega a ser”, en cambio, es el producto de los accidentes sociales, culturales y experienciales. Entonces, ¿qué es una mujer, si decimos que no se nace mujer sino que llega una a serlo? La categoría “mujer” se libera de toda determinación biológica, y aparece como una ficción, como un accidente sistémico, como una “construcción” que se debe “deconstruir” para emanciparla.
Esta línea, que data de fines de la década de 1940, se va a profundizar en las décadas subsiguientes. Kate Millet, por ejemplo, dirá que “lo personal es político”. La sexualidad, por tanto, también puede ser vista como un artificio político. Monique Wittig exclamará directamente que la mujer “no existe”, que es una ficción construida por el sistema de dominio heterosexual (“heteronormatividad”). Esto solo por poner algunos ejemplos.
Entonces, tienes razón: la ideología de género, que postula que la identidad sexual del ser humano es desacoplable de su realidad biológica, resulta un peligro para la mujer (puesto que los hombres pueden pasar a ser “mujeres” en un abrir y cerrar de ojos). Pero esto no preocupa a la mayoría de las feministas… ellas eligen, por regla general, mirar para el costado cuando hombres biológicos ganan deportes en competencias femeninas, cuando se meten en baños femeninos, cuando terminan presos y van a celdas con mujeres, etcétera.
Solo en España ha surgido, aunque muy marginalmente, una pequeña corriente de viejas feministas radicales que hoy se escandalizan con los efectos de las propias teorías de género que el mismo feminismo al que ellas adhieren engendró y difundió. Sintomáticamente, las feministas hegemónicas las han apodado “feministas transfóbicas”.
VH: Incluso irónicamente, diría yo. En otros temas, ¿qué opinión te merecen las quemas de iglesias que se han empezado a ver en Chile desde octubre de 2019, y otros atentados contra la libertad religiosa, como la prohibición de actos de culto por la pandemia? ¿Crees que eso está conectado con los avances progresistas de los que hablábamos?
AL: En efecto, hay una conexión muy importante. Las iglesias (en plural) configuran un tipo de comunidad e implican una visión del mundo que supone un peligro potencial para la agenda progre-globalista. Por eso se han convertido en un blanco simbólico y material en el que se descarga la ira de los militantes de aquella agenda.
Ahora bien, las iglesias cristianas pasan por un momento de crisis social enorme. La Iglesia Católica, con excepción de algunos curas y unos pocos obispos, no ha asumido realmente ningún liderazgo visible. Las iglesias evangélicas son más militantes, han puesto un Presidente en Brasil, muchas de ellas han acompañado a un gran Presidente como Trump, pero la mayoría del pueblo cristiano, tanto evangélico como católico, no tiene ninguna formación política, y esto después se paga muy caro.
Pongamos el caso de México. Es un pueblo predominantemente católico; de los más católicos del mundo. López Obrador fue votado por la mayoría del pueblo. ¿No lo votaron acaso los mismos católicos, entonces? ¿Con qué criterios? La verdad es: ninguno. No tienen criterios políticos. Y ahí están las consecuencias: el aborto y la ideología de género no dejan de diseminarse por todo el territorio mexicano. ¿Y qué decir de Biden? ¿No le vendió a los católicos norteamericanos su supuesto catolicismo? ¿Cuántos católicos lo habrán votado? Las consecuencias ahora son claras: por empezar, refinanciamiento de las clínicas abortistas de Planned Parenthood con dinero federal, y financiamiento de abortos en México con dinero norteamericano.
Hay que empezar a hacer estas autocríticas. Lo que vivimos no se soluciona solo con rezos. Se soluciona también aprendiendo a votar, aprendiendo lo que es la política, siendo ciudadanos responsables.
VH: ¿Piensas que el proceso que se vive en Chile desde octubre de 2019, o en Colombia un poco después, son auténticas revoluciones? Si lo vemos con detenimiento, tiene aspectos que son claramente revolucionarios, pero no tuvimos una toma sangrienta del poder ¿Cómo definirías una revolución?
AL: No creo que la sangre sea esencial a la definición de una revolución. Una revolución es un corte abrupto en la historia; es “un antes y un después”. Walter Benjamin, en sus tesis sobre filosofía de la historia, cuenta que los revolucionarios franceses disparaban contra los relojes en las plazas públicas. Creo que en esa imagen vemos bien qué es una revolución: es un nuevo tiempo. El tiempo que vuelve a cero, que empieza desde otro lugar. Recordemos que la Revolución Francesa instituyó su propio año como año 0 en la historia.
Pues bien, esa y otras revoluciones ciertamente fueron sangrientas, y mucho. Pero no es la sangre lo que las define, sino la destrucción de lo anterior y la construcción de lo nuevo.
Si Chile ha vivido o no una revolución, todavía no podemos decirlo. Hay que ver qué ocurre con la nueva Constitución. Elaborar una nueva Constitución supone al menos un escenario revolucionario. Pero del contenido de esa nueva revolución, en su contraste con la que se deja atrás, se resuelve la identidad revolucionaria (o no) de lo que se ha vivido.
Para eso, falta todavía algo de tiempo. Hay que ver también cómo será el gobierno de Boric. Yo creo que en Chile hay una realidad revolucionaria aún en potencia. Ha habido revuelta, sin dudas. Vienen cambios de magnitud, sin dudas. Pero que venga un corte en la historia, un sistema realmente nuevo, que tire por la borda todo lo que viene por detrás (y eso es una revolución), lo sabremos en algún tiempo más…
VH: ¿Podrías explicarnos cuál es tu lectura geopolítica sobre los países líderes de estos avances del progresismo?
AL: Creo que la agenda progresista es un mecanismo biopolítico de control de las poblaciones, y por eso los “países líderes” de Occidente y las grandes Organizaciones Internacionales la sustentan.
La agenda progresista apuntala dos efectos cruciales para el mundo que viene: reducción de natalidad, por un lado, y quiebre de lealtades nacionales, familiares y religiosas, por el otro.
Esto sería muy largo de desarrollar aquí, pero existen presiones para redirigir la soberanía de los Estados hacia nuevas formas de poder político en Organizaciones Internacionales. Eso es lo que llamamos precisamente “globalismo”. Por otro lado, desde hace tiempo ya se viene insistiendo con que tenemos “sobrepoblación”. Desde 1960 en adelante, “países líderes” se han puesto al frente de la ingeniería social antinatal que hoy encuentra en la ideología de género, en el feminismo y el aborto aliados imprescindibles.
VH: ¿Qué futuro crees que tiene el movimiento provida en la región después de las derrotas recientes? ¿Piensas que es posible volver atrás a corto o mediano plazo? ¿Cuál sería la estrategia que tú propondrías?
AL: Sin una agenda política, es imposible revertir nada. Lamentablemente, como te decía antes, nuestra gente tiene muy poca conciencia política y por tanto muy poca voluntad política.
Es crucial desarrollar una estrategia política, ya que todas estas agendas de las que hemos estado conversando triunfan en ese nivel. El aborto es una decisión política; la ideología de género se impone mediante la política; el feminismo es una ideología política. ¿Cuándo tendremos nosotros también una estrategia política?
Allí donde los nuestros llegaron al poder político, estas agendas se frenaron. Piensa en Estados Unidos en la época de Trump, donde se desfinanció a las clínicas abortistas. O bien piensa en el Brasil de Bolsonaro. O en otras latitudes, en la Hungría de Orbán…
Si no vemos esto, estamos perdidos. Si no vemos que esto lo define la política, y en consecuencia no tenemos nosotros un plan político de poder, no vamos a lograr absolutamente nada.
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Last modified: junio 12, 2024