2023 03 Izquierdo

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¿Es posible hablar de un «sano feminismo»?

“Que nada nos limite; que nada nos defina; que nada nos sujete; que la libertad sea nuestra propia sustancia” ―aclamaba Simone de Beauvoir a comienzos del siglo XX. De esta manera, la filósofa y activista francesa asentaba las primeras bases del feminismo contemporáneo.

Resulta curioso constatar que el feminismo, al igual que casi todos los “ismos”, observan toda la realidad a través del prisma de un solo aspecto de ella. En este caso, el de la “masculinidad” como algo diferente de la virilidad. Y sí; por paradójico que suene, el feminismo se centra en la masculinidad, y no en la feminidad. Lo femenino se comprende solamente como un concepto dialécticamente opuesto al de masculinidad. Lejos de llenar de sentido lo femenino y resaltar sus características propias, lo desprecia. Irónicamente, el feminismo de de Beauvoir plantea una supuesta superioridad de lo masculino, a la vez que reconoce que el ser mujer sería un llegar a ser, un hacerse. Pero sin establecer con claridad en qué consiste el ser mujer, más allá del no ser hombre. De este modo, lamentablemente, muchas veces el feminismo ha derivado en que la mujer deje de lado precisamente lo propio del “ser mujer”. La ha incitado a que se “libere” imitando al hombre, pero el precio de esa “libertad” es su propia esencia.

Han pasado 100 años, el mundo avanza en leyes que supuestamente apoyan a la mujer, se crean nuevos ministerios de la mujer y otros “beneficios” (algunos que han perjudicado a la familia, como ciertas instituciones derivadas del divorcio)… Es curioso constatar como a la par van germinando leyes que promueven el transgenerismo y otras que van debilitando la manifestación evidente y natural de las diferencias sexuales de los seres humanos. La mayoría de estas leyes, lejos de proteger o resaltar el rol de la mujer en la sociedad, en realidad, una y otra vez, la desprecian, la  humillan y  la anulan.

Y este muchas veces termina siendo el principal enemigo del feminismo: no es el hombre, sino la mujer y todo lo más propio de ella, incluida su capacidad de maternidad.

Muchos se preguntan cómo es posible que un movimiento  que nació supuestamente en pos del beneficio de la mujer termine perjudicando a la mayoría de las mujeres. Quizás el problema radica justamente en el origen ideológico del feminismo, que sin negar el sexo biológico, le otorga especial primacía a la cultura por sobre la naturaleza, al género por sobre el sexo: “no se nace mujer, se llega a serlo”, diría Beauvoir. Y este muchas veces termina siendo el principal enemigo del feminismo: no es el hombre, sino la mujer y todo lo más propio de ella, incluida su capacidad de maternidad. De esta manera, se transparenta cada vez más cómo el feminismo radical encierra una oposición ―o en ocasiones incluso odio― hacia las mujeres reales, porque son madres, o por dedicarse a labores de cuidado, o simplemente porque no son como los hombres. Además, implica una oposición hacia los varones, que enrostran a las feministas que somos distintos, y hacia la familia, que nos hace comprender las diferencias y complementos entre sexos… Se trata de una oposición, en última instancia, a la naturaleza humana. Detrás de toda esta ideología no hay más que una negación de lo natural, o al menos un odio hacia la afirmación cultural de la naturaleza. El principal enemigo es la misma naturaleza humana: el ser humano se ha vuelto contra sí mismo. El origen condicionado de nuestro ser, que es sexuado: esto es anterior a cualquier rol social, y  es lo que se niega al afirmar las premisas de las teorías de género… Pero una cultura de la muerte, una cultura anti-vida, es una cultura inhumana, anti-natural, y por eso, es en el fondo anti-cultural.

Visto de esta forma, y considerando que de Beauvoir es una de las principales exponentes del feminismo contemporáneo, resulta muy difícil intentar sostener un “sano feminismo” ¿Cómo podrá ser “sana” una ideología que tiende a la negación de lo que somos? No parece que sea posible “purificar” este concepto para apreciar correctamente la feminidad. Si queremos relatar las características propias de la mujer, deberemos inventar una nueva terminología, pues solo puede estar sano aquello que es bueno en su naturaleza. Una enfermedad nunca será sana; podrá ser más o menos maligna, pero en ningún caso algo positivo. No existe un sano feminismo, porque la raíz misma de esta ideología tiende a ir en contra de lo que estamos llamados a ser como personas sexuadas.

Si observamos cuidadosamente, todas las leyes que se han discutido y aprobado en aras del feminismo apuntan precisamente a esto. El aborto, bajo el lema de “liberar a la mujer de la esclavitud de la maternidad”, ha matado a miles de niños en el vientre de sus madres. Las leyes “anti-discriminación” en ocasiones han llevado a que hombres biológicos ocupen espacios exclusivos para las mujeres (como el caso de Lia Thomas, que ha obligado a las nadadoras  mujeres a competir con un hombre). Las leyes avaladas por el movimiento transgenerista han arruinado la vida de muchas personas, e incluso niños (como el reciente caso de Susana Domínguez).

¿En qué se ha traducido está vehemente proclamación de la “libertad”? Ni más ni menos que en la destrucción de la mujer. En última instancia, las leyes defendidas por el feminismo no hacen más que ir en contra del acto más bello y propio de la feminidad, esto es, su maternidad. No obstante, aún hay esperanza, porque la ideología choca con la dureza de la realidad, de lo natural… Ser mujer o ser varón no significan realidades distintas ni mucho menos se traduce en una superioridad de uno sobre el otro. En fin, y a modo de conclusión, valdría preguntarse si el feminismo ha liberado realmente a la mujer. O ¿No será que esos “límites” sólo indican lo constitutivo de la mujer? Tal vez el feminismo terminó por diluir toda la riqueza y contenido que encierra la palabra “mujer”.

Autora: Rosario Izquierdo

Miembro del Área de Investigación de la ONG Comunidad y Justicia (Chile)

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