2023 03 avancemos 1

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Feminismo y complementariedad

No es ninguna novedad que “la mujer” ha sido un tema protagónico de la palestra política y social desde hace poco más de un siglo, con las primeras semillas feministas en la sociedad, pero durante los últimos cinco años ha sido el tópico preferido del periodismo, la academia y la política latinoamericanas, plagadas de progresismo woke. Sin embargo, aunque llene las bocas de todos, casi siempre se omite un punto fundamental: la mujer no vive sola. Ella se encuentra acompañada en su existencia por otra expresión del ser humano: “el hombre”, el varón. Y aunque entre ambos existen incontables similitudes, también tienen grandes e innegables diferencias, que se ven a nivel biológico y psicológico ―empírico― como expresiones de una diferenciación más profunda. Es por esto que cuando se habla de la mujer resulta inevitable hablar del varón, y viceversa.

Fechas como las de hoy nos recuerdan momentos históricos en donde han destacado las virtudes propias de la mujer, por las cuales han sido reconocidas socialmente. Las mujeres nos llenamos de orgullo de serlo, especialmente cuando se nos reconocen cualidades ―como nuestra fortaleza, garra y sensibilidad― como buenas y necesarias para el mundo. Lo mismo ocurre cuando un niño descubre que tiene talento para tocar el piano o las matemáticas y sus padres lo animan a crecer en eso. De hecho, surge una potente motivación por no solo saber tocar el piano o resolver ejercicios matemáticos, sino de ser pianista o matemático, y luego, ser el mejor pianista o matemático. De ese modo, aquello oculto como un gusto o modo de ser, pasa a ser como algo bueno y, en consecuencia, una inquietud que busca satisfacerse en la mayor plenitud posible. Pero ¿cuáles son esos talentos y virtudes propios de la mujer, que son buenos y necesarios para la sociedad, y que nos motivan a las mujeres a ser “más mujeres”? De eso depende qué signifique ser mujer, y lo mismo sucede a su modo con el varón.

Aunque entre ambos existen incontables similitudes, también tienen grandes e innegables diferencias, que se ven a nivel biológico y psicológico ―empírico― como expresiones de una diferenciación más profunda

Las diferencias entre el varón y la mujer muestran una cosa, que es fundamental para comprender este problema: el varón por sí solo, y la mujer, por sí sola, están incompletos. No se bastan a sí mismos, se necesitan el uno al otro. Uno tiene características que el otro no tiene, y viceversa. Por eso, no es extraño que su unión total tenga por resultado la concepción de un nuevo individuo, es decir, la prole. Esto no quiere decir que las amistades no nos lleven a la plenitud, de hecho, acentúan aquello que es propio del varón y de la mujer, de un modo que permite crecer más radicalmente en lo masculino o lo femenino. La verdadera y única radicalidad que existe, es aquella que hace evidentes las virtudes y carencias de cada uno, que evidencia la necesidad mutua que permite una complementariedad en todas sus dimensiones

Desde lo biológico, además de la evidente diferencia genital, la anatomía masculina y femenina se han desarrollado, evolutivamente, de manera complementaria. Esto quiere decir, que el ADN del varón se ha ido formando de acuerdo con las demandas del ambiente, de modo que está configurado para atacar, defender, cazar y realizar otras actividades, que son complementarias al  acoger, conservar y nutrir de la mujer. Lo mismo sucede con la cantidad de tejido adiposo, las proporciones de hormonas, entre otras características. Por ejemplo, la mujer posee una pelvis diseñada para recibir un ser humano, teniendo un tamaño de caderas que el varón no tiene, y que si tuviese, perdería el balance o no podría mover partes de su cuerpo. Las características psicológicas de cada uno están también configuradas con miras a esa complementariedad. Por lo tanto, la psicología de cada uno se ve principalmente por los mecanismos de selección de pareja y los intereses de cada sexo. En el primer caso, el varón se caracteriza por ser el más “económico”, dado que es el que menos invierte en la descendencia y el que tiene la posibilidad de reproducirse más rápido en poco tiempo. En cambio, la mujer es todo lo contrario, por lo que al invertir más en el desarrollo de la prole, es más exigente al momento de escoger su pareja, lo que al mismo tiempo obliga al varón a acentuar aquellas características masculinas que ella necesita. 

Desde lo biológico, además de la evidente diferencia genital, la anatomía masculina y femenina se han desarrollado, evolutivamente, de manera complementaria

Respecto de los intereses más frecuentes de cada sexo, los varones tienden a tener mayor interés por las cosas, lo concreto y mecánico, en cambio, las mujeres a las relaciones personales, lo creativo y social. Esto se ha medido en varios estudios, y también es algo propio de la interacción cotidiana, que como se puede apreciar, ambos tipos de intereses son complementarios entre ellos. Ellos tienden a la búsqueda en el exterior, ellas al cuidado en el interior, y ambas cosas son necesarias para la configuración del hogar. De todos modos, son tendencias: no excluye que un varón pueda ser creativo, o que una mujer pueda realizar un análisis concreto de algo, pueden serlo sin negar su naturaleza y psicología, pero la creatividad del varón no es la misma que la de la mujer, y viceversa con todos los objetos posibles de interés. En todo caso, es posible comprender un sentido en esas diferencias: el por qué de las tendencias de actitudes e intereses nos muestra algo. No se trata de que sea “mejor” que las mujeres no sean ingenieras, porque sería algo “propio de los hombres”, por supuesto: ambos sexos, al ser seres racionales, están abiertos a toda la comprensión de la verdad y todas las realizaciones del bien, pero dadas las diferencias biológicas hay facilidades en una u otra dirección… y esas facilidades nos dicen algo de lo que somos como personas sexuadas.

La verdadera lucha de la mujer debería aspirar a la validación de su feminidad en la sociedad

Louisa May Alcott lo describe muy bien en Mujercitas (1949): a Jo y el profesor Bhaer los une el alto interés por la escritura y el teatro. Su intercambio de opiniones los hace crecer en eso, no solo por un tema de personalidad, sino que por un tema del modo de interactuar con el mundo y las personas. De hecho,  las críticas del profesor a la obra de Jo, son la falta de realismo en sus personajes, no porque lo encuentre malo ni feo, sino porque no lo entiende. Sin embargo estas opiniones van siendo más benevolentes a medida que van conversando, siendo Jo muy abierta a la crítica y, el profesor, a entender lo que ella quiso expresar y su funcionamiento distinto al de él.

Ante esto, es tentador decir que son compañeros del mismo modo que los animales, pero su complementariedad no culmina en la reproducción, sino que va más allá. La unión del varón y la mujer culmina con la generación y posterior educación de un nuevo ser, pero no cualquiera, sino uno que requiere perfeccionarse para llegar a vivir plenamente conforme a su naturaleza. Por esto, en el caso de los hombres no basta la mera generación, ni la mera crianza, sino que requiere de esta “segunda generación” que es la educación en las virtudes, que le permitirán obrar concorde a su naturaleza racional y humana. Por esto, el hijo demanda la unión permanente de sus padres, de una familia que constituirá, como dice santo Tomás, el “útero espiritual”: en el útero materno adquirió la naturaleza y en la familia adquirirá la “segunda naturaleza, que son, las virtudes. Por cierto, otras estructuras sociales ―como una abuela o un orfanato― pueden hasta cierto punto cumplir con funciones de cuidado, pero siempre de modo análogo a la configuración fundamental de la familia. Desde aquí, sólo se puede apreciar el principio de la profunda belleza que implica el trabajo en equipo del matrimonio, la hermosura de la familia.

Ante esta realidad, resulta interesante preguntarse respecto de qué quiere avanzar el feminismo con el eslogan “avancemos, es nuestro turno”. ¿De qué es nuestro turno? ¿Avanzar hacia dónde?… ¿De avanzar a aquello que nos permita ahondar mayormente en el trabajo en equipo con el varón? La “lucha” de la mujer nunca debería haber sido por derechos que castran su naturaleza femenina ―como es el caso del aborto, que atenta contra la maternidad―, ni por tratar de demostrarle al varón que es un mayor aporte que él para la sociedad, como si se tratara de una canción de despecho al estilo de Shakira o Karol G. La verdadera lucha de la mujer debería aspirar a la validación de su feminidad en la sociedad, al reconocimiento social de lo femenino, exigiendo varones que, siendo masculinos, les permitan a ellas desenvolverse libremente con toda su feminidad. La mayor demanda, por ambos lados, debería exigirle al mundo y al Estado una sociedad y cultura en donde se den las condiciones políticas, económicas, laborales y personales que garanticen esta comunión entre varones y mujeres, que resulta un anhelo inscrito desde lo más superficial hasta la más profundo de la naturaleza humana.

Autora: Pierina Orchard

Profesora de Identidad Personal en la Universidad Finis Terrae (Chile)

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