
mayo 19, 2023• PorCristián León González
Nueve claves para comprender el alcance de la votación del 7M
Me parece oportuno ver más allá de las sombras y oír más allá del silencio en estas elecciones de consejeros constitucionales. Hay elementos denotativos (primarios y objetivos) que son la elección de consejeros, pero hay otros que son connotativos (profundos y simbólicos) que creo debo considerar. Intentaré no referirme a las obvias y ya dichas por los analistas mucho más competentes que yo (aunque puede que algunas se repitan), sino a las que están subyacentes:
El 7M fue un voto coyuntural.
La contingencia fue el motor de esta elección, no el avizorar un proyecto de largo plazo, con cierto grado de trascendencia ni de permanencia en el tiempo. Fue un voto impulsado por la “adaptación” a las urgencias y eventualidades del hoy y no impulsada por la “orientación” de pensar cómo se proyecta Chile al futuro desde su identidad, genio particular y carisma.
Esta nueva izquierda embriagada por sus triunfos octubristas, reveló su verdadera cara y marchó hacia la refundación apoyada en la nada.
El balancín se equilibra en los extremos.
El centro no desapareció, no está muerto, simplemente está dormido a espera de su momento. Solo que hoy no es tiempo de moderación. Toda hybris (desmesura de la izquierda radical) genera su propia némesis (respuesta en las antípodas para equilibrar la balanza); y esta nueva izquierda embriagada por sus triunfos octubristas, reveló su verdadera cara y marchó hacia la refundación apoyada en la nada. Pero con esto lo que consiguió fue despertar los fantasmas que hoy le acosan.
La izquierda debería comenzar a prestarle atención a la derecha.
La contundente aprobación de Republicanos debiese hacer mirar a todos los otros partidos y coaliciones en el propio espejo para examinar crudamente sus miserias e imaginarios políticos y sociales. La historia muestra una y otra vez que los que votan por cálculo y no por convicción les revienta la realidad en la cara una y otra vez. El giro hacia la izquierda de la derecha tradicional para captar al esquivo centro fue una trampa mortal: por querer ilusoriamente adaptarse, se desorientó. Hoy navega en el mar de la incertidumbre. Su lugar abandonado en el espectro político lo copó un partido de nuevo cuño. Hoy navega en un océano turbulento e impredecible. La izquierda debe aprender a mirar no sólo con el ojo ideológico sino también con el ojo de la realidad. Debe sacar duras lecciones.
Ser progresista no es progresar.
Las palabras “progreso”, “evolución” e “innovación”, son engañosas en extremo. Con su apariencia de promesa y mejoramiento, sólo precipitan a la confusión y a la disolución. El término “evolución”, para los evolucionistas, simplemente significa cambio, es neutro, no es bueno ni malo en sí, sólo se confirma en el contexto en cuestión; si ayuda bien, si no… next. Para definir mejor su “progreso”, el progresista debe hacerse dos preguntas clave: 1. ¿En qué realmente se progresa? 2. En nombre de ese supuesto progreso ¿qué se pierde o se deja de ganar por dicho “progreso”?. Lo mismo vale para el engañoso término “innovación”, es decir, ese amor irracional por lo nuevo, unido a una aversión por lo ya conocido, lo cual no es más que una actitud suicida. Es buscar el salto al vacío sin un sentido más que el desazón existencial. ¿No sería mejor pensar en un término como Renovación que en Innovación? Es decir mantener lo que haya que mantener y cambiar lo que haya que cambiar? Creo que la elección del 7M tuvo mucho de eso. La ciudadanía por segunda vez expresó contundentemente su aversión al cambio, a la refundación, al salto al vacío y a la cocina política de sus actores de siempre.
El valor de la tradición.
El pueblo, al parecer, comprendió una gran verdad. De los triunfos iniciales que la ciudadanía le dio a las mentes afiebradas, refundacionales y progresistas, emergió la cordura y la sensatez. Entendió con lucidez algo profundo: que de cada 100 ideas nuevas, 99 serán probablemente inferiores a las respuestas tradicionales que se proponen reemplazar. Ningún hombre, por brillante que sea o bien informado que esté, puede en una sola vida llegar a una comprensión tan compleja para descartar con seguridad las costumbres o instituciones de su sociedad, porque estas son la sabiduría de generaciones tras siglos de experimentación en el laboratorio de la historia (Will y Ariel Durant). Sin duda los 35 años de Boric sumados a su soberbia e incompetencia natural, le pasaron factura en estas elecciones. Se debe tomar nota de esto… es capital la comprensión.
La fugacidad de la novedad.
Nuevamente el historiador Will Durant dio en el clavo cuando afirmó que nada resulta más claro en la historia que la adopción por parte de los rebeldes triunfantes de los métodos que estaban acostumbrados a condenar en las fuerzas que derrocaron. El presidente Boric y su coalición a cada referéndum, son obligados a desdibujarse y mimetizarse con lo que supuestamente abjuraban y detestaban. Se dan cuenta que las raíces son más necesarias que los injertos.
Hay que ser serios, maduros e intelectualmente honestos para reconocer que la Constitución no era la razón ni de la revuelta octubrista ni del denominado “estallido social”.
La nueva carta magna como reconciliación y superación de las divisiones.
Estos últimos años el país ha sido artificialmente dividido por la clase política, la oligarquía partidista, Es imperativa la reconciliación. El nuevo proyecto constitucional debe entender claramente esto. Chile lo construyen todas sus bases democráticas. No es exclusiva de las mayorías ni excluyente de las minorías. Ese error fue reconocido por el mismo presidente Boric en su discurso post sufragio. La reconciliación busca como objetivo directo la superación de las divisiones para obtener así el afianzamiento de la unidad y lograr la paz social como resultado final. La clase política gobernante y de las cámaras debe grabar con fuego este imperativo.
La Constitución no era el problema, tampoco la solución.
Este punto es muy delicado. Y hay que ser serios, maduros e intelectualmente honestos para reconocer que la Constitución no era la razón ni de la revuelta octubrista ni del denominado “estallido social”. Había inquietudes, malestares y angustias, está claro. Pero achacarlo a la Constitución fue un tópico evanescente enarbolado por la izquierda radical más que el resultado de un análisis serio y correcto. El problema es que el pueblo lo creyó y de algún modo aún tiene cifradas esperanzas de que un nuevo contrato social restablecerá el malestar existente. Esto puede llevar a una espiral de desasosiego y una enrarecida atmósfera psíquica que nos dejará en un bucle o laberinto sin salida y sin sentido.
La crisis no es solo chilena, es americana y también occidental.
Chile ha reaccionado en medio de una verdadera guerra cultural y despiadada contra las raíces de la tradición occidental y contra todo lo bueno que esta ha dado de sí. Se dio cuenta que hasta el lenguaje de las ideas se había corrompido. Se dio cuenta que se asomaba en el horizonte la noche del totalitarismo, de la cancelación, de la imposición del pensamiento único. Se dio cuenta de que era un ataque contra todo lo que Occidente había producido, sus instituciones, su modo de entender la familia, la educación, lo político, su idea de nación, de identidad, de cohesión social. Se dio cuenta que lo que avanzaba era la desintegración y la disolución de Occidente. Se impusieron lenguajes, agrupaciones y clasificaciones. Parecía que los radicales partidarios de derribarlo todo eran ahora venerados. Parecía que lo que venía fraguándose era un cambio de civilización. Intuitivamente Chile reaccionó contra todo aquello. Que sirva de llamado de alerta para revisar, revivir y mantener viva la enseñanza de la civilización cristiana occidental y de la chilenidad.
Profesor titular del área Teoría e Historia de la Arquitectura en la Universidad Finis Terrae (Chile)
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Last modified: junio 7, 2023