junio 14, 2023• PorSuroeste
Reflexiones sobre el actual momento político: economía, democracia, transhumanismo, nuevas tecnologías y educación
Stefano Abbate es profesor en la Universidad Abat Oliba CEU en Barcelona, donde ha dictado cursos de historia del pensamiento político y diversos tópicos de filosofía. El año 2018 recibió el Premio de las Academias Pontificias, otorgado por la Academia Pontificia de Teología y la Academia Pontificia de Santo Tomás de Aquino, bajo el auspicio Pontificio Consejo de la Cultura, por su tesis doctoral “La secularización de la esperanza cristiana a través de la gnosis y el ebionismo”, defendida en 2014 en la Universidad Abat Oliba CEU.
Rosario Izquierdo: Muchas gracias, Stefano, por compartir con nuestros lectores tus opiniones sobre distintos temas. Has estudiado con amplitud y profundidad una serie de problemas que para nosotros son muy importantes. Uno de esos es la reflexión filosófica en torno al capitalismo liberal. En ocasiones has descrito la lógica del capitalismo como equivalente a la de la libido dominandi. ¿Podrías explicarnos en qué sentido eso es así? ¿La economía capitalista funciona con los engranajes del egoísmo y, más aún, del afán de dominio?
Stefano Abbate: El concepto libido dominandi es de San Agustín, en concreto de la Ciudad de Dios. Con estas palabras expresó una disposición del alma, una voluntad de dominio orientada a conseguir honor, poder y riqueza. Este deseo de dominio sobre el otro cuaja muy bien en el Estado Moderno y, principalmente en el capitalismo. El capital emerge como una fuerza, un poder, él único verdadero que ordena y rige a los demás poderes. Al capital nadie se puede resistir ni oponer.
El capitalismo debilita todas las energías vitales capaces de sustraer el proceso de materialización hasta erradicarlas. De este modo, el problema principal es el de la libertad. En el Estado moderno, cuya forma acabada es el capitalismo, se busca la disciplina, se busca un tipo de control social, que más que coaccionar la libertad humana, la seduce, le da la apariencia de libertad, cuando lo que en realidad se ha dado son las condiciones para su esclavitud.
En el capitalismo todo se reduce a la materia, y por tanto, el dinero es la magnitud por lo cual todo es intercambiable y sometible. Ha dejado espacio a un tipo de poder suprapolítico que domina también lo político: la fuerza del gran capital, que es una fuerza que domina las libertades y las sociedades. Estamos entrando en un contexto político que en realidad es económico disfrazado de político.
En el mundo moderno, desde Marsilio de Padua y Maquiavelo, la libertad humana ha sido concebida como algo negativo. Y se cae siempre en un dilema: o tenemos seguridad, o tenemos libertad. Para lograr seguridad, necesitamos reducir libertades. Esto se debe a una concepción antropológica del hombre es puramente negativa. Es una concepción en la que el hombre, si lo dejáramos actuar como él quisiera, provocaría siempre un problema social, por su egoísmo, por su afán de bienes y por su misma libido dominandi. Esto es muy importante: esta libido dominandi está en todos. Entonces, ¿cómo podemos regular estas libertades, estas libido dominandi que son incontrolables? Nadie haría el bien si otro no lo obligara a hacerlo, y entonces, para poder regular esta libertad tan desviada, hace falta un contrato social, un pacto social. Se recurre a esta forma mítica de sociedad donde todos renuncian a esta libido dominandi y la entregan a otro. ¿Pero este otro quién es? Debería ser una persona que también renuncie a su libido dominandi, o si no, hay que, de algún modo, ocultar a la persona que ostenta el poder. La persona que tiene el poder no debería verse: el poder constituido no sería un individuo, sino un todo jurídico. Pero ese todo jurídico es en realidad el intento por ocultar la presencia de un particular que no ha renunciado a la libido dominandi. Entonces, las leyes mandan, y hay una división de poderes, que está hecha para poder evitar la concentración de poder. Sin embargo, al querer expulsar el problema de la libertad humana y la libido dominandi por la ventana, esta ha vuelto por la puerta principal. Porque, aunque no haya un titular del poder que pueda sentarse en este lugar y mandar para siempre, sin embargo, la ocultación de quién manda ha sido la forma en la cual luego ha cuajado el poder moderno y postmoderno. Es decir, ya no sabemos quien manda verdaderamente. Manda un poder que regula a todos sin ser regulado. Es capaz de regular a toda libertad, y esta misma libertad para él sigue estando intacta, o sea que sigue actuando, según la lógica de la libido dominandi, la lógica predatoria.
Y de hecho, esto lo encontramos en el capitalismo financiero: la lógica predatoria. ¿Qué encontramos en el capitalismo? Una lógica simplemente orientada a la maximización de las ganancias, minimización de las pérdidas, y sobre todo, socialización de las pérdidas. Cuando la propiedad gana, es privada, y cuando pierde, pública. La pérdida pública es la que tienen que asumir todos para paliar los efectos contra el capitalismo financiero. Por esto, la concepción que de algún modo vibra debajo de todo esto, es que siendo todo materia, y siendo también el hombre una materia, la fórmula que se ha encontrado para poder regular la nueva sociedad posmoderna que tenemos hoy, es delegar el orden social al orden del capital. Entonces, lo que predomina es la lógica del sálvese quién pueda, la lógica de que, siendo todo materia, entonces todo vale. Sin embargo, nos resistimos a esta lógica. Parece que ninguna persona quisiera ser solamente contemplada en su dimensión meramente material, ni quiere ser mero medio. Y por esto nace toda una serie de narrativas y de grandes ideales, como por ejemplo los derechos humanos. Pero todo esto no deja de ser algo que nos contamos, algo que nos decimos, para no ver la realidad de que todo es materia. Todo lo humano, para el extremo capitalismo, es un medio para la ganancia. Así, es un medio el vientre, es un medio el cuerpo en OnlyFans, es un medio el divorcio para los abogados… Todo es un medio para el único fin que existe, que es la perpetuación del sistema predatorio, del sistema de dominación, del control social. Sin embargo, la gran novedad de todo esto es que las personas se ofrecen voluntariamente a este modelo de convivencia. No hace falta un verdugo o un guardia que nos controle, sino que ya voluntariamente ofrecemos nuestros datos, nuestro comportamiento, esa transparencia de la que tanto se habla para que seamos sujetos, en el sentido de estar sujetados a esta misma lógica. Y cada uno finalmente lo replica en su vida. Lo replica en el trabajo, también en el matrimonio, en la educación de los hijos, en las amistades… ¿Y qué ocurre con todo esto? Ya no existe ningún ámbito de lo humano que quede separado de toda esta lógica.
Entonces apuntamos a la liberación de este sistema, que es, como decía San Ignacio, oppósito per diametrum: cuando algo está mal hay que hacer lo opuesto diametralmente. ¿Y esto qué significa en un contexto tan predatorio, tan mercantilizado? En este contexto, lo diametralmente opuesto sería la gratuidad, el don. Si nos piden una túnica, dar dos. La gran gratuidad que Cristo nos ofrece me parece que es la clave. Y por esta razón, lo que el capital no soporta es la lógica de lo sagrado, donde no hay mercantilización alguna. De hecho, la única vez que Cristo se ha enojado en el evangelio, es cuando el templo estaba siendo profanado por los mercaderes.
RI: Pasando a otro tema, en Latinoamérica en general hemos experimentado últimamente el llamado efecto pendular de la democracia. Distintos países pasan de un extremo a otro de ser gobernados por socialistas a grandes defensores del capitalismo. Todos estos candidatos tienen en común que se presentan como los grandes salvadores o mesías. Luego, lógicamente, la gente defraudada vuelve a poner todas sus esperanzas en el candidato del otro extremo ¿Cómo explicas tú este problema de la democracia y el mesianismo de los candidatos?
SA: Esta alternancia democrática se puede entender a través del concepto de revolución. La revolución trabaja como desarraigo, como socavamiento de lo natural, y lo hace a través de la alternancia de lo que es la franja extrema, y de lo que es el conservadurismo. Entonces, este péndulo muchas veces parece ser, primero la revolución, que asegura avanzar hacia adelante, pero después de dar dos pasos tiene que retroceder uno. Esta acción de retroceder, suele ser a la derecha, una acción liberal-conservadora, que más que derogar o luchar contra los avances revolucionarios, lo que hace es apuntalar. Le da un áurea, le da un contorno de orden. Y entonces la gente consigue aceptar la revolución, a través del gran salto que produce un vértigo, para luego recular, aceptar, apuntalar lo que se ha cambiado. Así, como diría Gramsci, la revolución se ha convertido en sentido común. La revolución actúa de esta forma, con un ala más revolucionaria, y otra más moderada. Sin embargo, las dos son perfectamente compatibles, y de hecho trabajan juntas. Ese es el gran caudal que a veces no conseguimos ver bajo la alternancia de revolución o extremismo, y moderación.
El mesianismo es un tema más complejo, que apunta a categorías más profundas de lo natural, tanto la antropología como lo político. Yo diría que el mesianismo es un tema que en la modernidad filosófica está muy presente en el sentido de que la secularización de la esperanza cristiana no es la evaporación del cristianismo, sino más bien son fórmulas hiper cristianas pero que han perdido el carácter cristiano. Entonces encontramos esperanzas que son cristianas, como la esperanza del reino o de la redención, pero todo esto se reencuentra bajo forma secularizada, con las esperanzas mesiánicas de la modernidad. En ese sentido, debemos entender que el siglo XVIII, XIX y XX, como grandes siglos mesiánicos de intentos humanos de declararse salvadores de la humanidad. Frente a una situación humana, frente al escándalo de la injusticia, de la maldad, del poder y de la incapacidad de moderar la libido dominandi, siempre se promete un hombre nuevo, una tierra nueva y un nombre nuevo. Y todas estas promesas mesiánicas, o fórmulas casi mágicas, como ocurre con el concepto de la democracia. La democracia siempre promete el control de esa libido dominandi a través de un ritual que cada cuatro años, alterna al poder un titular, y que con estructuras jurídicas o institucionales, como la accountability, pretende regular la libertad del gobernante. Y así es toda la estructura de la política.
¿Cómo frenamos esta libido dominandi? Este problema ya lo planteaba Platón. Cuando se plantea la cuestión de Trasímaco, sobre si el poderoso, el más fuerte, es el que dicta lo justo. A lo que Sócrates responde ingenuamente, por lo que Trasímaco reafirma que el púlpito no está para los demás. Hay una figura que en la modernidad tuvo mucho éxito, que es la del pastor. El pastor está con sus ovejas por su lana, no por su bien. Por esto, dice Platón, tendríamos que buscar personas que están exentas de esta libido dominandi, y estas personas son los filósofos. Esto es por el hecho de que la filosofía manifiesta que no tiene esta libido dominandi. Ahora, la cuestión es la misma, ¿quién puede estar exento de esto? Cuando Rousseau se pregunta este problema, empieza a hablar de Licurgo, del legislador mítico de Atenas, de Moisés… Es decir, que alguien nos salve. Es una tensión política que se produce a causa de la frustración del orden social, que no cumple las promesas que debería. Y por esto el mesianismo no deja de ser una categoría importante en estos tiempos, porque en tiempos de profunda decepción y de profunda búsqueda, como son los que ahora estamos viviendo, se produce esta decepción ante los valores comúnmente reconocidos anteriormente, como por ejemplo la justicia, los derechos humanos y la democracia. La decepción sigue y crece, pues es un terreno muy fértil para divulgar propuestas políticas simplistas y a la vez salvadoras, haciendo palanca para la humanidad, de verse liberada de sus problemas satánicos. Esta redención, que en el ámbito cristiano está aplazada para el reinado de Cristo, en el mundo secular no se libera, sino que la transforma al sentido secular: sus elementos siguen estando presentes, y son cristianas, en el sentido de que enloquecen. Entonces, volvemos otra vez a los grandes relatos salvadores, como por ejemplo la ciencia. La ciencia, que parecía haberse sepultado bajo los experimentos eugenésicos, el exterminio en masa de poblaciones, el armamento de una guerra mundial… la ciencia había mostrado su potencial destructor, y ahora en cambio se nos muestra como la gran salvación de la humanidad, que promete un mundo nuevo, un hombre nuevo y un poder nuevo. Pero todo esto son espasmos de un colapso societario que no consigue encontrar solución a los problemas que ve, y que además han sido problemas introyectados. Pues, si antes la culpabilidad de un sistema injusto se podía atribuir al Estado, hoy en cambio, el titular del poder no es el único verdadero culpable. El capital ha conseguido eximirse de culpa delante de los demás. La culpa es más bien introyectada en la persona. Es tu culpa si no consigues llegar a la producción esperada, si no consigues estar bien a pesar de todo lo que tienes. La culpabilización de la persona es también una genialidad, en el sentido de que la persona que siente la angustia, y no consigue llegar al patrón, se plantea, como lo único posible, estar condenado al desasosiego, a la baja laboral… en resumen, a una vida fuera de lo que se espera de él. Eso aumenta la angustia de que, cuanto más desarraigo, más violencia. La violencia es una categoría que hoy vemos mucho. Ya no es contra el poder, sino que hace lo mismo. Si algo no está funcionando, hemos de hacer violencia contra nosotros mismos, los culpables. Y esto es lo que estamos viviendo, si antes la violencia se ejercía en las calles, por ejemplo contra el palacio de invierno, ahora la revolución se juega en los cuerpos de las personas, en sus vidas y en sus miembros, literalmente hablando.
RI: Stefano, nosotros palpamos a diario lo difícil que se hace educar hoy en día con todas estas ideologías vigentes que entran con mucha fuerza en los colegios y universidades. La ideología de género y transgenderismo niegan toda relevancia social y política a lo dado por naturaleza. Una vez quitado ese principio se hace muy difícil educar, que consiste precisamente en conducir al estado perfecto de naturaleza. ¿Cómo ves tú este problema y cómo afecta a la educación?
SA: La educación de masa, del siglo XIX sobre todo, era promovida en Alemania, por Fichte por ejemplo Todo este movimiento, que era napoleónico, respondía a un sincero interés del poder acerca de la población y su instrucción. Sin embargo, es curioso ver que así como el sistema de producción industrial moderno apuntaba a un cuerpo laboral que fuese instruido, y a la vez sano, en el sentido del cuerpo y para trabajar en la fábrica, se requería que el Estado invirtiera en educación y en salud pública, ya que han sido los grandes pilares de la emancipación del proletariado. Sin embargo, estamos en tiempos donde ya no existe esta necesidad de una mano de obra calificada, porque cada vez más el capital prescinde del trabajo para producir: el capitalismo actual no necesita grandes masas de trabajadores para producir. Hacen falta servicios y activos, pero no mano de obra. Por la cultura de todo el desarrollo de la robótica y de la inteligencia artificial, vemos que hay un cambio del sistema productivo, y por esto el trabajador ya no es tan importante, y eso se refleja en la educación.
Hoy, la educación se plantea de una manera muy sencilla, se reduce una educación para el mercado laboral. Sin embargo, este mercado laboral cada vez necesita menos a estas personas, y por esto hay tanto abandono escolar y tantas dificultades en las escuelas públicas y privadas para poder hacer esta labor. Por un lado, porque hay una contradicción de fondo: si en la mente consideramos que la educación de las personas es un mero mecanismo de control social, una mera manera para generar activos para la producción, generar mano de obra, al final entendemos que el sentido de la educación es puramente pragmático, es decir, el profesor tiene que moldear la mente y el cuerpo para el futuro sistema productivo. ¿Y entonces qué nos pide el mercado? Nos pide flexibilidad, nos pide ser sustituibles, formación continua, que seamos dóciles, que estemos prontos al cambio, dispuestos a dejarlo todo para ir a trabajar a otro sitio… es decir, nos pide una sumisión para trabajar. Entonces, ¿cuál es la conclusión? Que no se puede educar, porque el alumno no es pura materia. No se puede aplicar una suerte de técnica educativa para generar trabajadores, a la vez que hay una gratuidad en la educación, ya que lo que el profesor explica, lo que la universidad explica, debería estar, de algún modo, fuera de este circuito productivo. Pero en la realidad no es así. Y entonces lo que ocurre es que el sistema educativo no puede decirse a sí mismo que está produciendo activos para el capital, porque eso convierte a la educación en una procedimentalización. Pero eso es: una estandarización de los planes de estudios y las competencias, una burocratización para ocultar que lo que estaba haciendo es aplicar una mentalidad técnica, recta ratio factibilium: estamos construyendo máquinas para el nuevo tipo de producción capitalista. Esto es dinamitar el sistema educativo de antemano, porque una educación no es simplemente un traspaso de información, porque para esto tenemos la televisión, el chat GPT. Si fuera así la educación sería simplemente que el año entero el alumno le preguntara a wikipedia qué es lo que tiene que saber. Pero el hombre no es solamente esto. La gran dificultad es cómo podemos seguir educando en un contexto donde las condiciones de educación impiden la educación.
Es esencial entonces una persistencia educativa, porque estamos, como profesores, llamados a dar testimonio de algo que es muy natural, que es la gratuidad educativa. Lo que el profesor da al alumno es algo que realmente ha amado y conocido internamente, y como este bien se comunica, atrae, y esta atracción despierta, porque brilla más una pequeña vela en medio de la oscuridad, que miles y miles de luces en una ciudad. Y en esta comunicación de mi libertad, que es la libertad del acto educativo, todavía hay alumnos que responden y que dicen realmente que eso es lo que ellos quieren. Y eso es un milagro que se produce hoy, porque esta intención de reducir lo humano a algo puramente material y técnico no deja de ser un espejismo. Es imposible, ninguna persona, aunque quisiera, podría reducirse a mero cuerpo, a mera técnica o a mera materia maleable. Entonces, todavía hay mucha esperanza, porque aún se puede educar. Se puede hacer un bien en la medida que el profesor conserve esta visión de su comunicación y el estudio como bien y verdad, cómo algo vertebrador de su trabajo.
RI: En distintos países se han aprobado en los últimos años leyes o normas jurídicas que prohíben el uso de teléfonos celulares en las salas de clases de los colegios… Es curioso constatar cómo hace unos 10 años atrás los colegios se esforzaban y jactaban por integrar la tecnología a la educación. Hoy, en cambio, vemos cómo esas “tecnologías” a tan corta edad nos juegan muchas veces en contra en la educación de nuestros hijos ¿Cómo ves tú este problema?
SA: Es cierto que ha habido una oleada de entusiasmo por esta introducción de la tecnología y la pantalla en los estudios, por ejemplo, de primaria o secundaria, como si fuera algo neutro. Hemos de pensar que la pantalla no es neutra, así como toda técnica no es neutra. La técnica, y también la pantalla en este caso, que es un artilugio técnico, conlleva a un significado y un símbolo para la persona. Lo que transmite la pantalla es satisfacción inmediata y velocidad. Este tipo de valores son muy contrarios a lo que es el aprendizaje. El aprendizaje es una digestión. Como digestión, quizás haya una amargura, no solamente por el esfuerzo que cuesta, sino también porque lo que uno llega a entender, de algún modo significa un peso. Entonces, la tecnología lo que hace es evitar esta lenta digestión del aprendizaje, dando la ilusión de conocer cosas sin haberlas pensado nunca.
De hecho, sabemos que todos los que están en Silicon Valley, en los grandes centros tecno-financieros, no quieren que sus hijos usen esos artefactos. Ellos rehusan para sus hijos la tecnología en general, porque hay muchos estudios de pedagogos y psicólogos que ven muy bien que el aprendizaje de un niño necesita de una explicitación de las ideas, que la pantalla filtra y niega a la vez, porque no es lo mismo mirar una foto o un video, que vivir eso mismo en persona. Entonces, esta mediación de la pantalla, hace creer al niño que la realidad está en la pantalla, cuando está fuera de ella. La pantalla no deja de ser un espejismo de lo que es la realidad. Y esta mentalidad que se introduce es muy sutil y a la vez penetrante. Porque si un niño, a partir de los seis meses, ya tiene un teléfono en la mano, si su realidad está en la pantalla, cuando llegue a la vida adulta, difícilmente podrá entender la diferencia entre una cosa y otra. Su mundo es la pantalla. Este niño ya está preparado para lo que es toda la promesa tecnológica futura y el transhumanismo. Es una mentalidad tecnológica que es muy contraria a lo que es sano. El aprendizaje humano en esto no cambia. Esto de la tecnología puede ayudar a aprender, pero no es el modo de aprender humano.
Yo creo que hay mucha ingenuidad sobre esto, y los colegios que han intentado implementarlo, han visto los resultados. Se ve en la expresión escrita y oral que tienen los alumnos, en su capacidad. Son muy pobres, y esta pobreza nace de esta introducción de la técnica de la pantalla. Para esta edad necesitan otra cosa, que sería esa digestión de la realidad. Todo esto me ha parecido fruto de este progresismo, de este optimismo ideológico que afirma que todo lo nuevo es bueno, todo lo nuevo debe ser introducido, no hay ninguna reserva sobre la realidad, todo debe ser incorporado, todo debe ser sintetizado, asumido. Y esto no es así: hace falta juzgar al progreso y a la técnica. Y de hecho, esta mentalidad progresista de que todo lo nuevo es bueno, debería adaptarse a una realidad que demuestra que no todo lo nuevo es bueno, y no todo lo que es técnicamente posible es lícito y válido. La conclusión tecnicista, economicista, de que la técnica es de por sí buena, me parece que es uno de los graves errores de nuestro mundo. La incapacidad de enjuiciar la realidad a través de lo moral, y en vez de eso aceptar que lo moral es lo fáctico, porque si hay algo nuevo es bueno, me parece que está mal, no es así.
alternancia política capital capitalismo Chat GPT democracia economía educación educación escolar Gramsci liberalismo libido dominandi logos mesianismo modernidad nuevas tecnologías péndulo Platón postmodernidad redención secular San Ignacio de Loyola secularización técnica tecnología teología política transhumanismo
Last modified: junio 19, 2024