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Palabras en el Lanzamiento de la Edición Especial sobre Santo Tomás de Aquino

Quisiera, ante todo, agradecer la amabilísima intrepidez [1] ―quizás debiese llamarse irresponsabilidad― que ha tenido el equipo de Suroeste para presentar esta edición especial, dedicada al pensamiento de uno de los intelectos más grandes de nuestra tradición: el de Santo Tomás de Aquino.

Los artículos de esta extraordinaria edición especial de Suroeste destilan elementos centrales de la inmensidad del pensamiento de Santo Tomás, todos los cuales son de interés para la visión universitaria de nuestros días (y también para la misión universitaria de nuestra institución).

Existe en estas líneas, de grata lectura que facilitará su difusión, y enmarcadas en un diseño muy atractivo, un barrido por una miscelánea tomista, donde, por una parte, hay un esfuerzo especial para incorporar a autores reconocidos en el mundo tomista, y, por otra, un impulso de exhibir cómo el diálogo entre el pensamiento del Aquinate y otras disciplinas y otras tradiciones efectivamente es posible. En esto, el derecho, como ars aequi et boni, disciplina específica de esta Facultad, resulta especialmente propicio.

Como dudo que me hayan invitado para referirme en general al pensamiento filosófico de Santo Tomás, supongo que la generosidad de esta invitación se deriva de que represento a una Facultad para la cual su pensamiento es especialmente querida y cercana en relación con la disciplina que enseña. No cabe duda alguna de que el pensamiento de Santo Tomás es vital para nuestra Facultad desde las luces que el propio Magisterio nos revela. Esto se apoya en fuentes múltiples.

Por cierto, ello se desprende de Aeterni Patris de 1879 (es decir, 9 años anterior a la fundación de la Universidad Católica) y de Studiorum ducem de 1923, a las que con toda razón se ha aludido tanto en el texto de la edición especial de Suroeste como en la convocatoria a nuestro evento de hoy.

Pero, ¿cómo podría desatenderse el hecho de que en las Constituciones Apostólicas que se han referido al ámbito de nuestras universidades, de una u otra manera, Santo Tomás siempre ha estado presente? El caso más evidente es el de la reciente Veritatis Gaudium, promulgada por Francisco en 2017, que enfatizó expresamente la importancia de Santo Tomás en torno a la formación filosófica: “La investigación y la enseñanza de la filosofía en una Facultad eclesiástica de Filosofía deben basarse ‘en el patrimonio filosófico perennemente válido’, que se ha desarrollado a lo largo de la historia, teniendo en cuenta particularmente la obra de Santo Tomás de Aquino”.

No cabría ninguna duda de la importancia del pensamiento de Santo Tomás para el mundo universitario, y como vacuna o terapia (dependiendo del caso) de varias de las distorsiones que actualmente padece la educación superior en Chile y en el mundo.

Y Ex Corde Ecclesiae, promulgada en 1990 por San Juan Pablo II, al referirse al gaudium de veritate agustiniano se apoyaba también en Santo Tomás, citando (nota n° 2) la aserción de que “es, en efecto, natural al hombre aspirar al conocimiento de la verdad”.  

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Vitral en la escalera de honor del campus Casa Central, de la Pontificia Universidad Católica de Chile, sede de la Facultad de Derecho.

Y Deus Scientiarum Dominus de 1931 ―que por lo demás guarda una posición de distinción en la Casa Central de la Universidad Católica, pues ostenta su nombre en uno de los vitrales de la escalera de honor―, no solo se remitía expresamente a Aeterni Patris, sino también se veía encabezada por un notable preámbulo de S. S. Pío XI, que destila el espíritu intelectual de Santo Tomás, que proclamaba que

Como Dios, el Señor de las ciencias, dio a la Iglesia el mandato de enseñar a todas las naciones, la constituyó indudablemente con ello maestra infalible de la verdad divina, y así también principal protectora y progenitora de la ciencia humana. Es misión de la Iglesia hacer conocer a todos los hombres los preceptos sagrados que ella recoge y deduce de la Revelación de Dios. Por cuanto la fe y la razón humana jamás podrán disentir entre ellas, y en vista de su universal concordia se prestarán también mutua ayuda, la Iglesia en todo tiempo creyó de su incumbencia ayudar y promover el cultivo de las artes y de las ciencias profanas. (Pío XI; Deus Scientiarum Dominus, n° 1)

Añadiendo posteriormente la vibrante frase de que “la Iglesia Católica no teme a los perseguidores que la distinguen con la gloria del martirio ni las herejías que hacen brillar con luz más clara su depósito de doctrina sagrada; una sola cosa teme: la ignorancia de la verdad”.

Y, para volver a las referencias explícitas al Aquinate, ¿cómo olvidar que en 1974, San Pablo VI reiteró en su carta Lumen Ecclesiae la importancia colosal de Tomás de Aquino en el pensamiento cristiano? “En efecto, no hay fidelidad verdadera y fecunda, si no aceptan los principios de Santo Tomás, recibiéndolos como de sus manos; estos principios son faros que arrojan luz sobre los problemas más importantes de la filosofía y hacen posible entender mejor la fe en nuestro tiempo” (Pablo VI; Lumen Ecclesiae, n° 29).

¡Y cuántas otras fuentes de la autoridad de la Iglesia podrían nombrarse!

Pero, aunque ellas no existieran, aunque su influencia pudiese ser borrada de la historia de nuestra Iglesia y de nuestra educación, no cabría ninguna duda de la importancia del pensamiento de Santo Tomás para el mundo universitario, y como vacuna o terapia (dependiendo del caso) de varias de las distorsiones que actualmente padece la educación superior en Chile y en el mundo. Estoy seguro de que mis planteamientos sobre este punto serán insuficientes y muy toscos, pero anhelo que se recoja al menos en ellos su sinceridad.

Por de pronto, ¡cuánto se necesitan miradas de amplitud universal, de expectativas propiamente cósmicas! En nuestros días, lo universitario parece reducirse al particularismo, a la hiperespecialización en tal o cual materia, olvidando, desgraciadamente, que la misión cultural de la Universidad no se puede cultivar sino, precisamente, con una gran profundidad, una gran amplitud, una gran altura. Como la obra de todo filósofo, como la de todo ser humano, la obra de Santo Tomás podrá contener aspectos debatibles, errores y vacíos. Pero detenerse en ellos es como detenerse en la tecla que equivocadamente pueda pulsar un gran pianista en medio de un concierto de excepcional belleza. La mirada universal de Santo Tomás es una invitación a comprender lo singular y lo universal en una maravillosa visión de conjunto, con una dimensión cósmica, como decía anteriormente, y que abraza lo natural y lo sobrenatural, y que enaltece el rol de la fe y el rol de la razón.

Por esto mismo es que la textura del pensamiento de Santo Tomás, fina, compleja, elevada, resulta un llamado a la verdadera vocación universitaria y a la generación de una mirada de futuro. En lo personal, no tengo ninguna duda de que el método de Aristóteles y de Santo Tomás será el que nos permita desatar los nudos intelectuales más grandes de nuestros tiempos: y, por de pronto, lograr un verdadero diálogo, marcado por una semántica de la verdad, con culturas riquísimas como las orientales. Dicho de otro modo, los nuevos tomistas deberán encontrar sus nuevos Aristóteles.

Como la obra de todo filósofo, como la de todo ser humano, la obra de Santo Tomás podrá contener aspectos debatibles, errores y vacíos. Pero detenerse en ellos es como detenerse en la tecla que equivocadamente pueda pulsar un gran pianista en medio de un concierto de excepcional belleza.

Esta semántica de la verdad no es posible sin una mirada ontológica o metafísica como la que propone Santo Tomás: en uno de sus aspectos centrales, él pertenece a una tradición que expresa y desarrolla un amor por el ser. Sin este amor por el ser, es difícil emprender una verdadera búsqueda de la verdad. ¿Para qué buscar aquello que se desprecia? Santo Tomás logró estas arquitecturas intelectuales admirables precisamente porque el amor no solo permitía la construcción, sino condicionaba la construcción.

Es en esta tradición intelectual, que es la tradición de la alianza de la fe y la razón en la búsqueda de la verdad, que se insertan la historia y los aportes que han podido surgir desde las aulas en que hoy nos encontramos.

Para mí, como Decano, resulta muy significativo el hecho de que en una publicación de estas características exista un foco en el significado (y, sobre todo, el sentido) que el tomismo ha podido desplegar en nuestras aulas y en nuestro pensamiento.

Por ello, quisiera agradecer el especial interés que ha suscitado nuestra realidad como Facultad en relación con Santo Tomás de Aquino, a través las líneas de Rosa Puelma (“La tradición tomista de la Facultad de Derecho UC”) y la entrevista al profesor José Joaquín Ugarte, y que se revela también a través de los artículos que, refiriéndose a otros aspectos del tomismo, elaboraron otros exalumnos, profesores y exprofesores de la Facultad, como Antonio López Pardo, Raúl Madrid, Cristóbal Orrego, Felipe Widow, Carlos Casanova y Vicente Hargous. Mención aparte merece Álvaro Ferrer, por su relevancia en Suroeste y por el cariño que atesoro por él hace ya varias décadas, desde que compartimos muchas horas como estudiantes de la misma generación en esta querida Facultad. Podría pensarse que el impacto del tomismo, y más general de la filosofía, debiese quedar restringido al ámbito de los cursos que más directamente los abordan; es decir, en nuestra malla, Fundamentos filosóficos del derecho y Derecho natural. Pero lo cierto es que, tal como me enseñara mi maestro en el derecho administrativo, Eduardo Soto Kloss (a quien bien se menciona en el texto de Rosa Puelma como uno de los cultores de esta tradición tomista), sin filosofía y sin historia no hay derecho. Y, por lo mismo, resulta vital apuntar a que la savia de los estudios humanistas, entre las que destella la filosofía, se infunda de la mejor manera posible a todas las disciplinas.

Y es que, en una universidad católica, siguiendo la fórmula de Étienne Gilson, la “filosofía cristiana”, debe ser una tradición viva, y no un artículo de museo o una curiosidad bibliográfica. Ni, mucho menos, un requisito formal que se llene en un formulario.

Rosita Puelma expresa con toda razón que, al fundarse la Universidad Católica de Chile en el siglo XIX, “las corrientes liberales, cada vez más fuertes, arremetían contra la fe católica desde distintos frentes” (Puelma, R.; “La tradición tomista de la Facultad de Derecho UC”). Esto, que es un hecho de la causa, por supuesto sufrió evoluciones y mutaciones a lo largo de las décadas; pero no ha hecho, como algunos podrían estimar, que el proyecto de la universidad católica se haya agotado en la época que lo vio nacer.

La espléndida síntesis histórica de Puelma enfatiza que la visión filosófica ―por de pronto, en el derecho natural― estuvo presente desde el momento mismo del inicio en funciones de nuestra Facultad; y destaca el rol que otros insignes protagonistas de nuestra historia tuvieron en consolidar la referida tradición: Luis Barros Méndez, Roberto Peragallo, Carlos Domínguez, Hugo Tagle, Crescente Donoso, Raúl Madrid, Cristóbal Orrego, Felipe Widow, Álvaro Ferrer, Antonio López, Leonardo Bruna, Gonzalo Letelier, Carlos Casanova y Julio Alvear.

Esta, por cierto, es una mera enunciación, pues hay muchos otros nombres, más conocidos o aun anónimos, que han colaborado en esta pervivencia y amplificación de la visión cristiana a través del tomismo y de la “filosofía cristiana”. De hecho, hay varios nombres importantes que añadirá el profesor Ugarte en su entrevista.

Pero conviene apuntar que quizás la aseveración más audaz de Puelma es la que se contiene en la página 161, al sostener que “la tradición tomista de la Facultad tiene sus colores propios… que la distingue del tomismo que se desarrolla en otras instituciones académicas” (Puelma, R.; idem). Por supuesto, una aseveración de esta importancia no podría ser agotada en las escasas líneas de un artículo como el comentado, y por lo tanto estará aguardando en Rosa, o en algún otro agudo investigador, la pormenorización de su análisis.

La principal irradiación jurídica en el tomismo chileno ha sido la que ha efectuado la Facultad de Derecho de la UC.

Por el momento, baste recordar cómo, en los propios Estatutos de la Facultad de Derecho, aprobados hace poco más de una década ―en 2013― se expresa oficialmente la importancia de nuestra tradición filosófica. En efecto, dicho documento expresa, como la primera de las finalidades de la Facultad, la de “propender al desarrollo y a la profundización de la ciencia y arte del Derecho, a la luz de la Doctrina Católica, y confiriendo especial atención al estudio del Derecho Natural y de la Ley Natural” (art. 3° letra a).

También quisiera detenerme algunos momentos en la hermosa entrevista realizada al profesor José Joaquín Ugarte Godoy. Su visión, huelga decirlo, es la de un académico amante de la filosofía que además ha tenido hasta el día de hoy un ejercicio profesional muy activo, y en el cual ha podido sedimentar su experiencia académica y su visión filosófica, tal como él lo expresa en distintas reminiscencias. Y cuando don José Joaquín sostiene que existe un aporte de nuestra Facultad al tomismo chileno, lo hace enfatizando en p. 179 que “nosotros no somos propiamente filósofos, pero dentro de todo, en la filosofía del derecho tenemos nuestras ideas y nuestros hallazgos, nuestras publicaciones”.

Lo de que “no somos propiamente filósofos” habría de ser matizado, pues hay en nuestra historia profesores de filosofía del derecho que efectivamente son filósofos. Pero sí cabría desprender de sus palabras que la principal irradiación jurídica en el tomismo chileno ha sido la que ha efectuado la Facultad de Derecho de la UC. Y esta irradiación, desde la investigación y la enseñanza, termina teniendo un impacto concreto, práctico, en la vida profesional y, por ende, en su proyección al bien común del país.

¿Cómo no emocionarse al constatar que un abogado de su calibre sostenga que el tomismo sí tenga un impacto en la abogacía, y un impacto tan profundo como el que él declara? “Por supuesto, yo me he preocupado de tomar causas justas y no tomar las injustas, y de aplicar el pensamiento filosófico. Porque hay un hábito filosófico… un hábito de buscar las causas, de abordar las cosas buscando los primeros principios y las últimas causas que nos da la Filosofía, y eso sirve mucho para el Derecho” (p. 182).

Muchas otras cosas podrían decirse de este tema, y de la relación de Derecho UC con él. Solo quisiera detenerme en lo fundamental: si tan solo el espíritu de Santo Tomás en relación con buscar incansablemente la verdad no se extinguiera jamás en las Universidades, ellas no tendrían duda alguna en reconocer que, en medio de todas las dificultades, las esperaría un futuro luminoso.

La verdad es mucho más que la mera curiosidad, y por supuesto mucho más que la mera métrica cuantitativa de publicaciones o de consultas de obras académicas. En nuestra tradición, fuertemente influida por Santo Tomás, a la verdad se le persigue por el amor, y se la conoce por la fe y la razón. Pero si el amor desaparece, si la verdad es irrelevante, si la fe se pierde, y la razón se extravía, ¿qué podría quedar para un proyecto educativo como el nuestro? ¿De qué justicia y de qué derecho podríamos hablar? Por ello es crucial que esta gran tradición que aúna el cielo y la tierra, trabajando sobre las fuentes divinas y humanas de conocimiento, de todos los tiempos y todas las culturas, en miras de la búsqueda de la verdad, pueda seguir creciendo y profundizándose en nuestra Facultad.

Gracias por esta notable publicación, y por la generosidad de invitarme a presentarla.

Que Dios los bendiga, y muchas gracias.

Autor: Gabriel Bocksang

Decano de la Facultad de Derecho, Pontificia Universidad Católica de Chile

 

Notas

[1] Discurso pronunciado en la Facultad de Derecho de la Pontificia Universidad Católica de Chile, en el lanzamiento de la Edición Especial de Santo Tomás de Aquino, el 3 de abril de 2025, en la Semana Tomista organizada por la Sección Chilena de la Sociedad Internacional Tomás de Aquino (S.I.T.A.).

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