2025 02 15lopez 1

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Un autor que se rebeló contra su familia, contra sus colegas y contra la sociedad

Es bastante común ver que Santo Tomás de Aquino y su pensamiento son considerados como el arquetipo de las ideas “medievales”, “conservadoras” o, incluso, “retrógradas”. Nada más alejado de la realidad. Un simple repaso por la biografía de Tomás de Aquino nos muestra que, en el fondo, él fue un librepensador, un incesante buscador de la verdad y, por consiguiente, un rebelde permanente y un verdadero revolucionario.

Aunque no lo crean, Tomás de Aquino fue un rebelde. Se rebeló contra su propia familia, contra sus maestros, contra sus colegas y contra la sociedad toda.

Dispuesto a romper esos moldes si le impedían alcanzar lo único importante, a saber, un conocimiento verdadero.

Ya a joven edad, Tomás de Aquino dio muestras de esa rebeldía. En primer lugar, respecto de su propia familia. Conocidísimo es el episodio en que, teniendo aproximadamente 18 años, fue encerrado por sus propios hermanos, dentro del castillo familiar, junto con una mujer de mala reputación, con el objeto de hacerle caer en tentación y desistir de su vocación religiosa. Dicho episodio tuvo su origen en la decisión de Tomás Aquino de incorporarse a la recientemente formada Orden de Predicadores, fundada por Santo Domingo de Guzmán (conocidos como los “padres dominicos”). El plan familiar era otro, pues suponía convertirlo en religioso clerical, para ser abad de Montecassino (localidad de la familia Aquino), y desde ahí seguramente continuar una “carrera religiosa” llena de posesiones y prestigio.

Sin embargo, la decisión de Tomás de Aquino fue otra. Atraído por el carisma de los frailes dominicos, su espíritu de libertad y de preeminencia hacia el estudio, optó por entrar a esa orden aun sin consultar a su familia, la que seguramente se opondría dado su poco renombre e influencia. En efecto, la orden de los “frailes predicadores” nació como una orden “mendicante” (tal como los franciscanos, cuyo origen es bastante coetáneo), esto es, que vivían de las limosnas, diferenciándose de los sacerdotes seculares (que desempeñaban roles más administrativos o de poder y tenían influencia política) y de los monjes propiamente tales (que debían incluso trabajar por sí mismos la tierra para procurarse su subsistencia).

Posteriormente, habiendo entrado en la universidad, Tomás de Aquino siguió mostrando signos de su rebeldía. Es también llamativo el episodio en que, siendo estudiante en la Universidad de Colonia, se “enfrentó” a uno de sus grandes maestros: San Alberto Magno. Éste advirtió la brillantez de su alumno, por lo que le pidió la preparación de un difícil tema para un acto académico. En la exposición solicitada, no sólo se refirió con maestría a las fuentes previamente conocidas, sino que también expuso ideas y doctrinas propias. El maestro Alberto Magno ―con verdadero ánimo socrático― replicaba todas las tesis del alumno Tomás, quien las resolvía una a una, hasta que aquél le habría dicho: “Fray Tomás, no parece usted un estudiante que contesta, sino un maestro que define y determina”, a lo que éste contestó: “Dispense, maestro, pero no veo otra manera de resolver la cuestión”.

Así era Tomás de Aquino en la vida universitaria y de estudio, conocedor del pensamiento y metodología que le antecedían, pero en caso alguno prisionero de ellos, sino que dispuesto a romper esos moldes si le impedían alcanzar lo único importante, a saber, un conocimiento verdadero.

Dentro de la vida universitaria como profesor y de la propia Iglesia, Tomás de Aquino también debió enfrentarse a quienes eran sus hermanos y colegas.

La misma “Suma Teológica” tiene por origen ese espíritu libre, pues él veía que el modo en que se enseñaba la teología no era el adecuado. La metodología hasta entonces consistía en enseñar las “sentencias” de maestros previos, siendo las más famosas y usadas las de Pedro Lombardo. El propio Tomás de Aquino fue “maestro sentenciario” y, de hecho, él también escribió sus “Comentarios a las Sentencias de Pedro Lombardo”. Sin embargo, en el párrafo segundo (de tan solo tres) del prólogo de su más grande obra señala las dificultades que advertía en la enseñanza de la teología, lo que vale la pena transcribir:

Hemos detectado, en efecto, que los novicios en esta doctrina se encuentran con serias dificultades a la hora de enfrentarse a la comprensión de lo que algunos han escrito hasta hoy. Unas veces, por el número excesivo de inútiles cuestiones, artículos y argumentos. Otras, por el mal método con que se les presenta lo que es clave para su saber, pues, en vez del orden de la disciplina, se sigue simplemente la exposición del libro que se comenta o la disputa a que da pie tal o cual problema concreto. Otras veces, por la confusión y aburrimiento que, en los oyentes, engendran las constantes repeticiones.

Dentro de la vida universitaria como profesor y de la propia Iglesia, Tomás de Aquino también debió enfrentarse a quienes eran sus hermanos y colegas. Así, en la Universidad de París (la más importante del mundo en ese momento), estuvo envuelto en una polémica de los profesores del claustro universitario, suscitada entre maestros seculares y maestros regulares, donde los primeros criticaban la presencia de profesores de órdenes mendicantes (dominicos y franciscanos), en circunstancias de que, a su parecer, debían estar recluidos en conventos y vivir como monjes. Tomás de Aquino defendió el derecho de los frailes (que no son monjes ni clérigos) de educarse, enseñar y pertenecer al claustro de profesores, sin tener que trabajar manualmente, sino que vivir de las limosnas.

También estuvo en controversia con la propia escolástica. Aunque parezca contraintuitivo, quien es hoy considerado uno de los principales referentes de la escolástica medieval estuvo también en disputa con esa misma escuela. Ello, porque hasta entonces la escolástica tenía por principal referente de la antigüedad a Platón, recibido desde San Agustín y, en cambio, rechazaba consistentemente la filosofía de Aristóteles para las explicaciones teológicas. Así, Aristóteles era casi exclusivamente aceptado en Lógica, pero no así en Antropología, Ética ni en Política.

Esto se debe en parte a que el poco conocimiento que en Europa se tenía de Aristóteles se identificaba con el estudio desarrollado por los filósofos musulmanes, y en parte a que importantes herejías o doctrinas contrarias al catolicismo se sustentaban en el aristotelismo, como el averroísmo o el arrianismo.

Tomás de Aquino se rebeló contra todos esos prejuicios (siguiendo el camino iniciado por su maestro Alberto Magno) y, en virtud de una dispensa especial en favor de los dominicos, se abocó a estudiar en profundidad a Aristóteles.

Es sabido que el Liceo aristotélico no tuvo un gran impacto ni subsistencia al tiempo posterior a la muerte de su fundador, por ello las obras aristotélicas tuvieron un azaroso devenir que las volvió prácticamente inexistentes en Europa. Tras haber sido custodiadas en la Biblioteca de Alejandría en el siglo I a.C, fueron traducidas al siríaco y, desde ahí, al árabe. Para el siglo X, eran parte del pensamiento aristotélico en Bagdad, mientras que en el siglo XIII se le estudiaba en Constantinopla y en la España musulmana.

De este modo, en la época de Tomás de Aquino la obra de Aristóteles estaba bajo una doble sospecha. No sólo correspondía al fruto de un “pagano” que no conoció el cristianismo y ni siquiera perteneció a la tradición judaica; sino que además era el autor que leían los “impíos” musulmanes. Dentro de este contexto, por ejemplo, el año 1210 el concilio provincial de París prohibió la enseñanza de Aristóteles en la universidad de ese lugar.

Tomás de Aquino se rebeló contra todos esos prejuicios (siguiendo el camino iniciado por su maestro Alberto Magno) y, en virtud de una dispensa especial en favor de los dominicos, se abocó a estudiar en profundidad a Aristóteles, como nadie lo había hecho hasta entonces en todo Occidente. Así, Tomás de Aquino consiguió algo que no parecía posible. Logró “cristianizar” un sistema filosófico que antes parecía ser el sustento de las mayores herejías, empresa que consiguió tras comprobar que los postulados de Aristóteles eran verdaderos y su método el adecuado. En sus obras, Tomás de Aquino se refiere al Estagirita simplemente como “el Filósofo”, mostrando su admiración y clara posición aristotélica (y sin perjuicio de recoger también muchos planteamientos platónicos, como la doctrina de la participación).

En parte, su posición decididamente aristotélica puede explicarse porque con ella pudo dar un sustento natural y racional a las verdades reveladas alcanzadas por la fe. El mejor ejemplo de ello es su “Suma contra gentiles”, preparado con el expreso propósito de colaborar en la conversión de los no cristianos (en la época, principalmente musulmanes), lo cual no podría hacerse por la fuerza, sino que con un diálogo sustentado en la razón natural. En ese camino, no cabe duda de que el apoyo de Aristóteles fue determinante.

Finalmente, Tomás de Aquino fue un rebelde respecto de la sociedad toda. Como se indicó, no sólo estaba convencido del diálogo y la conversión de los no cristianos mediante el uso de la razón (en una época en que reyes y papas organizaban cruzadas armadas), sino que además tuvo tal nivel de dedicación al estudio, que durante su vida rechazó todo honor y designación a cualquier dignidad o cargo que pudiera desviarlo de lo que creía era su verdadera vocación. Tanto en ese entonces como hoy, todos buscan cosas como reconocimiento social, prestigio y ascenso profesional. Tomás de Aquino fue reconocido en su tiempo como un espíritu brillante, y por ello recibió muchas ofertas y nombramientos que permanente rechazó.

Estaba convencido del diálogo y la conversión de los no cristianos mediante el uso de la razón.

Su único propósito vital fue la búsqueda de la Verdad, apoyado en la razón natural y muy especialmente en el auxilio sobrenatural, y siempre fue valiente en defenderla, sea contra quien fuere.

Hace muy poco, en un examen de Derecho Natural en la universidad, el alumno a quien yo tomaba la prueba abordó la explicación filosófica para sustentar la tesis de la vida humana desde el momento de la concepción (en base al hilemorfismo aristotélico), tras lo cual le consulté si, de conformidad a ello, podría entonces decirse que las clínicas de fertilización in vitro que almacenan “óvulos fecundados” tienen hoy “gente en el refrigerador”. El alumno, tras una reflexión, indicó que sí, pero que le resultaba muy “fuerte” o “chocante” decirlo de ese modo. En un mundo como el actual, con muchísimo acceso al conocimiento y la información, podemos tomar de Santo Tomás de Aquino su valentía y su espíritu rebelde para no dudar ni temer en afirmar cosas como la anterior.

Autor: Antonio López Pardo

Profesor de Derecho Civil,
Universidad Finis Terrae

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