septiembre 22, 2023• PorJorge Martínez Barrera
La belleza de la maternidad
Esta es una historia real, una hermosa historia real. Sus protagonistas incluso me permitieron escribir estas líneas empleando sus verdaderos nombres. Aquí va el relato entonces.
Cande y Raúl esperaban a su cuarto hijo y nos pidieron a mi esposa y a mí ser sus padrinos. En este caso, sería la primera hija mujer, Lucía. Hasta aquí, todo podía enmarcarse en el lógico regocijo de Cande y Raúl. La llegada de un nuevo niño viene siempre con la promesa de una renovación del mundo, como ya había señalado en alguna ocasión Hannah Arendt.
A pesar de todo, Cande acariciaba a su bebé, le hablaba, lo consolaba, hizo todo lo que una madre hace habitualmente con su hijo, aun con la certeza de lo que iba a pasar en el corto plazo.
Sin embargo, Lucía llegó al mundo el 29 de mayo pasado con una trisomía. En este caso no fue la 21, la del síndrome de Down, sino la 18, que es mucho más grave. Recuerdo el tiempo del embarazo de Cande y los sufrimientos de cada examen que debió hacerse desde que se supo que algo no estaba bien. Cada ecografía semanal era un recordatorio de la enfermedad de Lucía.
A pesar de todo, Cande acariciaba a su bebé, le hablaba, lo consolaba, hizo todo lo que una madre hace habitualmente con su hijo, aun con la certeza de lo que iba a pasar en el corto plazo. No hubo más opción que la cesárea porque una de las malformaciones de la trisomía 18 es una cardiopatía severa que impide el nacimiento por parto normal. El nacimiento fue el 29 de mayo pasado, según mi calendario, día de la Festividad de la Virgen María, Madre de la Iglesia. Una vez que el médico tuvo a Lucía en sus manos, y antes de cortar el cordón umbilical, la bautizó. El médico cortó el cordón y Lucía siguió viviendo. En ese mismo momento, se hizo entrar a un sacerdote y Lucía fue confirmada en la fe católica. Cande regresó a su habitación de la clínica y la bebé unos momentos después.
No murió a las pocas horas, como se esperaba. Eso hizo que, con buen criterio, los neonatólogos decidieran reemplazar el suero que se le administraba para que no muriese deshidratada, por leche. Cande no podía amamantarla porque Lucía no tenía reflejo de succión, de modo que con una pequeña jeringa Cande pudo proporcionarle unos pocos mililitros de leche cada cierto período.
Sobrevino lo inevitable. Bebé Lucía murió el 24 de junio, festividad, otra vez según mi calendario, de San Juan Bautista. Falleció bautizada, confirmada y sin pecados personales, como bien recordó el sacerdote en la misa de ese mismo 24, que contó con un pequeño cajoncito blanco, no más grande que una caja de borcegos. Depositamos un par de rosas sobre ella. La noche anterior a su muerte, sucedió algo extraño: Lucía tuvo un reflejo de abrazar a su madre, que no podía dormir. Y así se durmieron las dos, una en los brazos de la otra.
No se trató, para Cande, de tener un hijo, sino de ser madre, lo cual marca un mundo de diferencia.
Esta maternidad puso de relieve que la relación de una mujer con el hijo (en este caso la hija) que lleva en su vientre, que Cande jamás consideró como una extensión de su cuerpo, es algo que a un varón le cuesta comprender. No existe relación humana más íntima y total que la de una madre con su bebé en gestación; no hay evidencia más palmaria del amor que ésa. Sólo la mujer tiene este raro privilegio que la pone en una condición de indiscutible preeminencia sobre el varón. La vida de la vida, la vida misma en toda su radicalidad es la incomunicable experiencia de una madre con su hijo abrigado en la ciudadela de su vientre. Acá no contó para nada la trisomía; lo que importó fue el vínculo humano más insondable que pueda suponerse y que para un varón es difícil comprender en todo su misterio. Algo está mal en el corazón y en los pensamientos de una mujer embarazada que no desea que su bebé nazca. Pero ¿puede una mujer querer que su hijo no nazca? Probablemente no. Lo que puede suceder es que una mujer embarazada no desee ser madre. Sin embargo, no se trató, para Cande, de tener un hijo, sino de ser madre, lo cual marca un mundo de diferencia. Cande sí quiso ser madre a pesar de todo. Y lo fue de manera ejemplar. Queda la duda si Lucía podría haberse quedado más tiempo entre nosotros. Para saber algo más de la trisomía 18 y un eventual tratamiento paliativo o el que fuere, sería necesario que la inmensa mayoría de los padres que saben que su hijo padece esta grave trisomía, no los abortasen. La decisión de abortar en este caso afecta directamente a quienes deciden no hacerlo, ya que les priva del mayor conocimiento que la medicina podría alcanzar sobre esta dolencia si los niños estuviesen vivos. “El aborto extiende su mal hasta donde no tiene ninguna posibilidad de ser tenido en cuenta, como en nuestro caso, lo cual es demasiado doloroso”, me dijo Raúl.
Como quiera que sea, el himno que retumbaba diariamente en el corazón de Cande y Raúl fue: “¡Nascituri te salutant!”, ¡los que van a nacer te saludan! Eso es lo que cuenta y no las casi cuatro semanas que Lucía vivió aquí. En esos pocos días, ella nos hizo mejores personas. Ése fue su regalo de bienvenida a todos nosotros, ése fue el don de la vida. Cada mañana despertamos invocando el nombre de esta santa. Cada mañana, a pesar de todo, el corazón de quienes la tuvimos en brazos se llena de gratitud.
Profesor de la Universidad Gabriela Mistral
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Last modified: diciembre 28, 2023