2023 05 nino Jesus Cruz 1

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Joseph Ratzinger (2020): «Introducción al cristianismo».

En su influyente Introducción al Cristianismo, el teólogo Joseph Ratzinger establece una distinción entre dos orientaciones estructurales de la cristología. A lo largo de la tradición cristiana, se puede reconocer una teología de la encarnación y una teología de la cruz, cuyos rasgos diferenciales ya se pueden trazar desde los padres apostólicos y la patrística [1]. Históricamente, ambas cristologías habrían ido distanciándose y volviéndose prácticamente contradictorias, especialmente tras la reforma protestante y la modernidad.

Es el hecho histórico de la crucifixión lo que diviniza al hombre y lo que modela paradigmáticamente nuestra forma de actuar en el mundo.

La teología de la encarnación, argumenta Ratzinger, es la reflexión cristiana centrada en el ser de Cristo. Dios se encarna en la persona de Cristo, uniendo así el plano de la creación y la humanidad con la divinidad. Lo radical, lo decisivo de la predicación cristiana es el hecho inaudito de Dios hecho hombre, lo que hace posible que el hombre pueda unirse con Dios. En cierto modo, en la historia de la humanidad, la división entre antes y después de Cristo remite como un punto de fuga al momento mismo del anuncio del ángel. Nuestra tarea, se plantearía, es vivir de modo que honremos esa unión con Dios, y seamos capaces de estar a la altura de la vocación cristiana.

Por otra parte, la teología de la cruz se centra en la acción de Cristo. Lo fundamental del mensaje cristiano es que Dios se entrega por nosotros, llevando a cabo el acontecimiento redentor en el Gólgota. Jesucristo se entregó a sí mismo hasta la muerte, sin reservarse nada para sí, y en eso consiste nuestra esperanza. Es el hecho histórico de la crucifixión lo que diviniza al hombre y lo que modela paradigmáticamente nuestra forma de actuar en el mundo.

A partir de estos dos acentos cristológicos se pueden extraer consecuencias divergentes a nivel de exégesis bíblica y teología dogmática, pero especialmente también a nivel de teología moral y doctrina social de la Iglesia. El amplio panorama de las teologías contemporáneas da cuenta de esto.  La teología de la encarnación tiende a una “visión estática y optimista”, en la que la vida cristiana se orienta hacia la unión con Dios, ya posibilitada por la encarnación. La historia del cristianismo se entiende como las distintas maneras y estilos en los que se ha vislumbrado la realidad de la encarnación, comprendiéndose y complementándose unos a otros. Así por ejemplo, la monumental teología estética de Hans Urs von Balthasar tendría como hilo conector las manifestaciones históricas de la belleza religiosa y laica, como resplandores de la presencia de Dios en la historia.

La teología de la cruz, por contraste, apuntaría a una visión dinámica e histórica – a veces historicista – del cristianismo, “entendiéndolo como una ruptura discontinua y reiterada de la seguridad y certeza que el hombre tiene en sí mismo y en sus instituciones” [2] . El acontecimiento salvífico del Calvario debe irse renovando en los cristianos, lo que se convierte en una invitación a revisar crítica y constantemente la misma predicación de la Iglesia, a la luz de los nuevos acontecimientos históricos, culturales y políticos. Quizá el caso más patente de esta última visión sea la teología de la liberación, en la que el principio marxista de transformar el mundo en vez de interpretarlo se plasma en la subordinación de la ortodoxia a la ortopraxis, presente en autores como Gustavo Gutiérrez, Jon Sobrino o Enrique Dussel.

Una vez más, Ratzinger en estas breves páginas nos viene a recordar que el mensaje cristiano es un misterio de apertura radical, también intelectualmente hablando, donde tanto la rigidez estática como la fluidez dinámica son estructuras parciales y parcializantes.

Hay que reconocer que es tentador ver ambas cristologías como dos vertientes excluyentes, que comienzan desde metafísicas distintas y terminan en propuestas políticas opuestas. Hablaríamos de un cristianismo tradicional y conservador opuesto a uno liberal y progresista; uno que rescata la fidelidad al Evangelio y otro que lo actualiza a los dolores de la humanidad. Incluso, el mismo Ratzinger reconoce que no puede proveerse una síntesis simplificadora que rescate lo fundamental de ambas visiones. Y es porque no podemos. El cristianismo descansa en un misterio inaprensible: el ser de Cristo y su acción son una y la misma cosa. Hacer una cristología ontológica es necesariamente una cristología histórica, y viceversa. La encarnación sólo se entiende a la sombra del Gólgota: al decir de Tomás de Aquino, Jesucristo debía encarnarse en cuerpo humano porque debía padecer y morir, y así realizar nuestra redención [3]. La metafísica se estremece y se agrieta al intentar comprender una persona que es, a la vez, acontecimiento. Cristo no es “un ser que descansa en sí mismo, sino en el acto de la misión, de la filiación, del servicio (…). Este ser es éxodo, cambio” [4].

Estos apuntes no buscan agotar el tema sino abrir la reflexión. Nuestros pobres aparatos cognitivos se sienten cómodos estableciendo dicotomías excluyentes, entre ideas ciertas y falsas, entre los justos y los corruptos. Pues no nos queda otra. Una vez más, Ratzinger en estas breves páginas nos viene a recordar que el mensaje cristiano es un misterio de apertura radical, también intelectualmente hablando, donde tanto la rigidez estática como la fluidez dinámica son estructuras parciales y parcializantes. No se puede categorizar el misterio.

Autor: Cristián G. Rodríguez

Escuela de Psicología UAndes

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Introducción al Cristianismo

Joseph Ratzinger

Ediciones Sígueme

2020

Notas

[1] Cf. Ratzinger, J.; “Introducción al Cristianismo”, p. 192
[2] Joseph Ratzinger, Introducción al Cristianismo (Salamanca: Sígueme), 193. 
[3]Cf.Tomás de Aquino,  Suma Teológica  III q. 5 a.1 y 2.
[4]Joseph Ratzinger, Introducción al Cristianismo (Salamanca: Sígueme), 193-194.

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