2024 02 Stpatrick

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Hacia una síntesis fecunda entre Tomás de Aquino y la filosofía actual

John Haldane, filósofo estadounidense, definió el tomismo analítico como un movimiento que “busca emplear los métodos e ideas de la filosofía del siglo veinte —del tipo dominante en el mundo angloparlante— en conexión con el amplio marco de ideas introducido y desarrollado por el Aquinate” (Haldane, J.; Analytical Thomism). Dicho de otro modo, es un tipo de tomismo caracterizado por su disposición a dialogar con la filosofía analítica tradicional. Si bien como tal ha sido tematizado recientemente —la definición de Haldane es de 1997—, cuenta con antecedentes muy anteriores y de gran nivel. Ejemplos de tomistas analíticos avant la lettre son Elizabeth Anscombe, su marido Peter Geach, Anthony Kenny y James F. Ross. Actualmente, el panorama es en extremo fértil. En efecto, el número de filósofos que de un modo u otro se insertan en esta tradición crece rápidamente, así como las colecciones dedicadas a ella. Este desarrollo se enmarca, vale la pena notar, en el progresivo regreso de la filosofía de inspiración aristotélica en las discusiones en filosofía analítica.

Ahora bien, dos preguntas surgen inmediatamente de la definición de Haldane. Primero, ¿cuáles son los métodos e ideas de la filosofía analítica? Segundo, ¿a qué nos referimos con el amplio marco de ideas introducido y desarrollado por el Aquinate? En las próximas secciones abordaremos ello, para después examinar la relación entre ambos componentes (tomismo y tradición analítica) en algunos representativos.

1. Filosofía analítica

La caracterización concreta, e incluso la existencia misma, de la filosofía analítica es motivo de debate. Hay quienes suelen identificarla con una serie de tesis específicas ( la filosofía es una continuación de la ciencia, la existencia sólo puede predicarse de los conceptos y nunca de los individuos, lo único que existe son los seres materiales, etcétera), con ciertas disposiciones argumentales (claridad, rigor, atención a los avances científicos, conservadurismo metodológico, etcétera), o con herramientas particulares (lógica cuantificacional, análisis del lenguaje ordinario, experimentos mentales, etcétera). Al igual que ocurre con otras tradiciones filosóficas, hay contraejemplos para cada una de las propuestas. Hay reconocidos filósofos analíticos que no comulgan con ninguna de las tesis asociadas a la tradición, ni muestran dichas disposiciones argumentales (aunque esto es —como veremos— mucho menos frecuente) o uso de las mentadas herramientas.

Con todo, es posible arribar a un cuadro lo suficientemente amplio pero preciso como para abarcar la mayoría de los autores normalmente categorizados como filósofos analíticos, al mismo tiempo que excluimos a claros representantes de otras tradiciones. La estrategia es entender a la filosofía analítica como una tradición históricamente encarnada, y desde allí determinar si acaso hay propiedades que le son esenciales.

El inicio de la tradición analítica suele ubicarse en los trabajos del alemán Frege, por un lado, y los filósofos de Cambridge Russell, Whitehead, Moore, y posteriormente Wittgenstein. Empero, hay antecedentes importantes. El filósofo alemán Franz Brentano, por ejemplo, suele considerarse como uno de los precursores de la filosofía analítica, especialmente a causa de sus estudios psicológicos. En ellos, Brentano reintrodujo el concepto escolástico de intencionalidad de los estados mentales (la propiedad de estar dirigidos a un objeto), así como un interés en la metafísica de raigambre aristotélica. Mas su mayor contribución a la historia de la filosofía fue su concepción de la investigación filosófica como una disciplina rigurosa, semejante a las ciencias en su método. En ello lo siguieron destacados filósofos como Edmund Husserl y Kazimierz Twardowski, quienes fueron alumnos suyos; indirectamente influyó en el psicólogo y filósofo inglés George F. Stout, quien a su vez fue profesor de Moore y Russell. Husserl luego fundó la escuela fenomenológica, que forma el núcleo de lo que después se llamó “filosofía continental” (entre cuyos expositores notables se cuentan Martín Heidegger, Roman Ingarden, Edith Stein, Maurice Merleau-Ponty, Emmanuel Levinas, Jacques Derrida, Jean-Paul Sartre y Hannah Arendt, por nombrar sólo a algunos). Twardowski fundó en Polonia la escuela Lwów-Warsaw de lógica y filosofía, de la cual salieron tres de los mayores lógicos de la historia: Jan Łukasiewicz, Stanisław Leśniewski y Alfred Tarski. Los avances en lógica y filosofía de la escuela polaca fueron cruciales tanto para el desarrollo de la filosofía analítica posterior como para el desarrollo de la matemática y las ciencias de la computación. Por ejemplo, la teoría de la verdad para lenguajes formales de Tarski, así como su trabajo en la consecuencia lógica, han sido centrales en la filosofía del lenguaje y metafísica.

Lo anterior nos muestra algo interesante. La filosofía analítica suele contraponerse radicalmente a la tradición fenomenológica, pero ambas tienen un mismo origen. La diferencia fundamental, quizás, es el énfasis en el uso de las herramientas de la lógica y la matemática, así como la interpretación cientificista del rigor propuesta por Brentano. Aunque sería absurdo acusar a Husserl, por ejemplo, de falta de rigor, la tradición analítica se empeñó en asemejar los métodos y el rigor de la filosofía a las ciencias, particularmente en sus inicios a la matemática y la lógica. Gottlob Frege fue, además de filósofo, y quizás primariamente, un lógico. Su obra magna, Los fundamentos de la aritmética, buscaba —en términos muy gruesos— fundar la aritmética y la matemática en general en la lógica. Notablemente, Frege argumentó fuertemente contra el psicologismo imperante en la época, que sostenía que los números eran productos de la mente. El programa fregeano es fuertemente realista, pues ve a los números como objetos que existen con independencia de cualquier mente.

Lo anterior nos muestra algo interesante. La filosofía analítica suele contraponerse radicalmente a la tradición fenomenológica, pero ambas tienen un mismo origen.

Bertrand Russell, aunque con serias modificaciones, continuó el programa logicista en su monumental obra Principia Mathematica, escrita junto a Alfred North Whitehead. Al igual que Frege, intentaron mostrar que las verdades matemáticas se reducían —en sentido amplio— a verdades lógicas, usando el gran poder expresivo de la lógica simbólica. Más allá de las características específicas del proyecto fregeano y su continuación por Russell, lo importante es notar cómo el nacimiento de la filosofía analítica se encuentra en una reflexión sobre los fundamentos de una ciencia (la matemática) mediante el uso de la nueva lógica simbólica (también llamada “lógica matemática”).

La reflexión sobre la ciencia y el uso de herramientas formales caracterizó la primera etapa de la filosofía analítica, tanto en Gran Bretaña como en el continente. En Polonia, como ya se dijo, se estaban produciendo avances sustanciales en lógica y en filosofía; pero quizás lo más influyente —al menos a nivel popular— fue el llamado Círculo de Viena, cuna del positivismo lógico. Este movimiento, que contó con miembros tan destacados como Moritz Schlick y Rudolf Carnap, llevó la inclinación cientificista a un extremo, llegando a proponer el famoso verificacionismo. Según esta tesis, sólo los enunciados que podían ser verificados empírica o lógicamente tenían sentido. Las tesis “metafísicas”, por ende, serían puros sinsentidos. Igualmente ocurriría con tesis éticas, a menos que sean interpretadas —simplificando un poco— como expresiones de emociones.

La reflexión sobre la ciencia y el uso de herramientas formales caracterizó la primera etapa de la filosofía analítica, tanto en Gran Bretaña como en el continente.

El cientificismo exacerbado y el empirismo radical del positivismo lógico reinó durante un tiempo en la filosofía analítica, llegando a identificarse con ellos en la mente de muchos. Sin embargo, la misma tradición abandonó el verificacionismo —y el positivismo lógico junto a él— al notar sus muchos problemas. De hecho, Wittgenstein mismo —en su trabajo Investigaciones Filosóficas— rechazó el logicismo expresado en su anterior Tractatus Logico-Philosophicus. Una figura muy influyente, su giro intelectual contribuyó al desarrollo de la llamada “filosofía del lenguaje ordinario”. En términos simples, los filósofos del lenguaje ordinario creían que la labor de la filosofía era aclarar los juegos del lenguaje ordinario mostrando cómo ellos dan lugar a los problemas filosóficos. En consecuencia, y aunque por motivos radicalmente distintos, esta corriente de la filosofía analítica compartía el desdén por la metafísica —clásicamente entendida— mostrado por el positivismo lógico.

Hasta el día de hoy, muchos siguen viendo a la filosofía analítica ya como puro cientificismo empirista o como vacío análisis del lenguaje. No es de extrañar, por ende, que la mera idea de un tomismo analítico parezca un sinsentido. Mas eso es un craso error, porque la filosofía analítica ha visto profundos desarrollos durante el último medio siglo. Efectivamente, el empirismo radical ha sido prácticamente abandonado, y actualmente prácticamente todas las corrientes filosóficas encuentran algún espacio dentro de la tradición analítica. Aunque no es, como suele decirse, la única causa, es cierto que los trabajos de Saul Kripke en lógica y metafísica modal [1] durante los años 60 y 70 ayudaron a restablecer el estatus de la metafísica entre los filósofos analíticos. Un efecto similar tuvo la publicación de Una teoría de la justicia, de John Rawls, con respecto a la filosofía política y moral en general.

Desde los 70, pero particularmente en las últimas dos décadas, la metafísica se ha convertido en una de las principales áreas de investigación entre los filósofos analíticos. Todavía más, al menos desde mediados de los 90, ciertas tesis de inspiración aristotélica han experimentado un renacimiento; no es extraño encontrar artículos y presentaciones en conferencias de tradición analítica que utilicen explícitamente las categorías aristotélicas. Algo similar ocurre con la investigación ética, donde el eudaimonismo aristotélico ha llegado a ser una alternativa completamente respetable.

En este contexto se enmarca el tomismo analítico. A pesar de no ser un movimiento extendido, ya no es el convidado de piedra que habría sido en períodos anteriores. La filosofía analítica ha avanzado muchísimo, y aunque es necesario tener en mente sus inicios, sería un profundo error creer que por definición es imposible un tomismo analítico.

Al menos desde mediados de los 90, ciertas tesis de inspiración aristotélica han experimentado un renacimiento; no es extraño encontrar artículos y presentaciones en conferencias de tradición analítica que utilicen explícitamente las categorías aristotélicas. Algo similar ocurre con la investigación ética, donde el eudaimonismo aristotélico ha llegado a ser una alternativa completamente respetable.

Después de esta brevísima introducción a la filosofía analítica, uno podría preguntarse si acaso hay algo que unifique a todo lo que se suele denominar de ese modo. Me parece que hay ciertas características comunes que permiten hablar de una tradición analítica, mas ello no implica que ésta sea monolítica y con bordes definidos.

En primer lugar, como toda tradición, hay un canon más o menos establecido. Ya sea para refutarlos o confirmarlos, los autores mencionados en esta sección —junto con muchos otros, como Anscombe, Quine, David Lewis, etcétera— son referentes ineludibles. Segundo, incluso si el cientificismo ya no es la doctrina “oficial”, la importancia de la ciencia sigue estando presente. La atención a los resultados experimentales o a las teorías científicas es una de las características de la discusión; al menos, hay una preocupación de no contradecir “impunemente” los resultados y teorías establecidas. Tercero, el interés por la ciencia se nota también en la búsqueda de rigor argumental y claridad sobre los métodos empleados para llegar a las conclusiones. Como vimos, esto no es exclusivo de la tradición analítica: Husserl compartía el mismo espíritu. Sin embargo, en términos comparativos, la preocupación por la claridad y el rigor en la tradición analítica es mucho más fuerte. Finalmente, los orígenes de esta tradición explican el uso extendido de las herramientas de la lógica simbólica —junto a otras herramientas formales, como la teoría de conjuntos o la teoría de juegos—. Evidentemente, su uso es mucho mayor en áreas como la metafísica, filosofía del lenguaje, filosofía de las ciencias, o epistemología, pero en general su uso está presente —y su conocimiento, asumido— en todas las demás ramas de la filosofía.

Visto esto, pasemos a lo que entendemos por “tomismo”.

2. Tomismo

Probablemente, los lectores de esta revista estén más familiarizados con el tomismo que con la filosofía analítica. En términos muy generales, una tesis es tomista si fue defendida, o está implicada lógicamente por una tesis defendida por Santo Tomás de Aquino. Todavía más ampliamente, podemos decir que una tesis es tomista si está “inspirada” en las enseñanzas de Santo Tomás. Obviamente, una tesis puede estar inspirada sin haber sido defendida o incluso sin ser compatible con alguna tesis defendida por Santo Tomás. En qué consista tal inspiración será algo a determinar, y lo más probable es que no existan bordes estrictos. El tomismo sería, en esta versión amplia, algo bastante poroso. Por ejemplo, se podría afirmar que cualquier combinación de aristotelismo con teología cristiana sería tomismo; o, más estrictamente, se podría denominar así a cualquier aristotelismo cristiano que refiera a las otras fuentes del pensamiento de Santo Tomás, como San Agustín o el Pseudo Dionisio.

El problema fundamental con esta definición amplia es que no permite distinguir el tomismo de otras filosofías escolásticas. Por ejemplo, el escotismo —la tradición derivada de Duns Escoto— también podría ser entendida como un aristotelismo cristiano. Claro está, se podría negar que el escotismo fuese realmente aristotélico, al rechazar algunas de las doctrinas fundamentales del Estagirita. Sin embargo, eso implicaría definir “aristotelismo” o hacer un catálogo de las doctrinas de Aristóteles según su centralidad. Como es obvio, esta no parece una vía muy recomendable. Por consiguiente, es preferible optar por la versión más restringida.

Desafortunadamente, tampoco es tan sencillo enumerar las tesis defendidas por Santo Tomás, por no hablar de aquellas que son implicadas lógicamente por estas. En efecto, muchas de las discusiones en la tradición tomista —o al menos, entre aquellos que se autodenominan como tomistas— versan sobre la correcta interpretación de Santo Tomás. Por ejemplo, John Finnis ha defendido que el Aquinate no creía que la ley natural consiste en “derivar” los principios morales de la naturaleza humana. Notablemente, ha sostenido que ningún tipo de argumento “de la facultad pervertida” es compatible con las tesis tomistas. Muchos tomistas han criticado la interpretación de Finnis como poco fiel a Santo Tomás, e incluso como abiertamente incompatible con lo enseñado por él.

¿Qué hacer, entonces? Una opción sería conformarnos con la pura auto denominación. Si alguien se llama así mismo “tomista”, entonces lo es. Pero, sea lo que sea el tomismo, de seguro no es una posición que se sienta cómoda con ese tipo de relativismo. Para ser fiel al uso habitual del término y a su “espíritu”, probablemente lo mejor sea esforzarse por identificar algunas tesis centrales defendidas por Santo Tomás y aceptar que habrá discusión sobre varias, con lo cual qué autor sea calificado como tomista será también —en algunos casos— un asunto disputado. Afortunadamente, ya tenemos un muy buen punto de partida: las famosas 24 tesis tomistas.

Formuladas con aprobación de Pío X, son justamente consideradas como una síntesis fiel de la filosofía de Santo Tomás. Además, son ampliamente conocidas y estudiadas a lo largo del mundo, por lo que constituyen un buen punto de inicio. Podríamos decir, luego, que una tesis es tomista si —trivialmente— es una de las 24 tesis o se deriva de alguna de ellas. Un tomista, consecuentemente, es aquel que sostiene tesis tomistas.

Afortunadamente, ya tenemos un muy buen punto de partida: las famosas 24 tesis tomistas.

Hay dos salvedades que hacer. Primero, me parece que es demasiado estricto pedirle a un filósofo que adhiera a las 24 tesis para ser clasificado como “tomista”. Sobre todo, considerando que no todas las tesis tienen la misma centralidad en el sistema de Santo Tomás. Por ejemplo, la tesis I dice “La potencia y el acto dividen el ser de tal suerte que todo cuanto es, o bien es acto puro, o bien es acto necesariamente compuesto de potencia y acto, como principios primeros e intrínsecos”; la tesis XI sostiene que “La materia sellada por la cantidad es el principio de la individualización, o sea, de la distinción numérica (imposible en los espíritus), por la cual un individuo de la misma naturaleza específica se distingue de otro”. Sin negar la importancia de la tesis XI, parece claro que la división entre acto y potencia es mucho más central que el modo en que se individualiza la sustancia. Esto es, parece que alguien que rechaza la tesis I pero acepta la XI no debería calificar como un tomista, pero al revés sí —aunque sea un tomista “heterodoxo”— [2]. ¿Cuántas tesis y cuán centrales debe aceptar alguien para ser considerado tomista?  Planteada así la pregunta, creo que la única respuesta plausible es que no hay una respuesta definitiva. Hay grados de tomismo, por decirlo así. Quizás, como veremos en la próxima sección, hay ciertas tesis que son irrenunciables para cualquier tomista —como la mentada tesis I—.

En segundo lugar, las tesis versan principalmente sobre la metafísica, con algunas referencias a la epistemología y la ética. Esto no es extraño, considerando afirmaciones tales como “Y a los maestros les exhortamos a que tengan fijamente presente que el apartarse del Doctor de Aquino, en especial en las cuestiones metafísicas, nunca dejará de ser de gran perjuicio” (Pío X; Pascendi). Como buen seguidor de Aristóteles, para el Doctor Angélico la metafísica tiene primacía por sobre las otras ramas de la filosofía. Y, sin embargo, hay algo como la filosofía política tomista, metaética tomista [3], epistemología tomista, etcétera. Aunque la mayoría de quienes se autoidentifican como tomistas sostendrán —con razón, a mi entender— que esas subdisciplinas dependen en última instancia de la metafísica, es posible que alguien siga las tesis de Santo Tomás en un área particular sin comprometerse, o incluso negando, alguna o varias de las 24 tesis tomistas.  En un espíritu tomista estricto, que reconoce el lugar privilegiado de la metafísica —y de la teología, para ser más estricto todavía—, esas personas no son tomistas, ni siquiera heterodoxos. No obstante, hay al menos un sentido en que es útil llamar a esas personas “tomistas”, o al menos algo así como “tomistas por asociación”. A saber, siguen al Aquinate en cuestiones que son –en su mayor parte— contrarias a la opinión mayoritaria en el panorama filosófico contemporáneo. Para efectos de la discusión del tomismo analítico, consideraremos como tomistas también a quienes lo son “por asociación”, teniendo en mente siempre las salvedades necesarias.

¿Cuántas tesis y cuán centrales debe aceptar alguien para ser considerado tomista?  Planteada así la pregunta, creo que la única respuesta plausible es que no hay una respuesta definitiva. Hay grados de tomismo, por decirlo así.

Habiendo aclarado el uso de ambos términos, podemos entrar en el tomismo analítico.

3. El renacimiento del tomismo en la tradición analítica

Dado lo ya dicho, podríamos precisar la definición de Haldane diciendo que alguien es un tomista analítico si defiende (una cantidad suficiente de) las 24 tesis tomistas o es un tomista por asociación y cumple con las cuatro características de la tradición analítica (refiere en su investigación al canon establecido, le da importancia a las teorías y resultados científicos, busca rigor y claridad argumental, emplea o no ignora las herramientas de la lógica simbólica).

Sin duda, hay quienes sostienen que “tomismo analítico” es un oxímoron, pues el pensamiento tomista sería de suyo incompatible con la filosofía analítica. Mas, al examinar la definición precisa, se ve que ello no es así. A menos que uno crea, por ejemplo, que el tomismo es intrínsecamente contrario a la ciencia moderna o al uso de la lógica simbólica. Algo que sería bastante contrario al espíritu del mismo Santo Tomás, y de la escolástica en general. En efecto, tanto Tomás como su maestro San Alberto Magno, fueron muy receptivos con la ciencia de su época y nunca mostraron tendencias anticientíficas. Claro, la ciencia aristotélica de su época difiere de nuestra ciencia contemporánea, pero eso no implica que esta sea menos compatible con el tomismo que la primera. Aquí es donde hay que distinguir con vigor las teorías científicas y los resultados empíricos del discurso acerca de ambos. Los tomistas que se oponen por principio al tomismo analítico por esta causa han, quiéranlo o no, asumido el discurso del positivismo lógico sobre la ciencia.

Igualmente ocurre con la lógica simbólica. No todos los autores considerados como tomistas analíticos emplean explícitamente dicha herramienta, pero dada su formación la conocen y discuten con autores que sí lo hacen. Naturalmente, no faltan quienes argumentan que la lógica simbólica no es la lógica correcta para expresar el pensamiento de Santo Tomás; la lógica silogística aristotélica sería la única capaz de hacerlo. Mi impresión es que esa objeción proviene de un desconocimiento de las posibilidades de la lógica simbólica para expresar las tesis tomistas —así como las de otros escolásticos—. Los teoremas de la lógica silogística pueden ser expresados con la lógica simbólica —tanto la lógica cuantificacional clásica como sus variadas extensiones, sin contar las lógicas no clásicas—. Puesto que una de las formas de probar el movimiento es andando, recomiendo al lector revisar el trabajo de Gyula Klima, un tomista analítico especializado en autores escolásticos, en el cual los métodos de la lógica simbólica son utilizados muy fructíferamente.

El rigor y claridad argumental no debería ser problema: cualquiera que haya leído la Suma Teológica sabrá que no tiene nada que envidiarle a cualquier paper de filosofía analítica. Mucho más problemático podría ser la referencia al canon de la filosofía analítica. Se podría creer que es una especie de camisa de fuerza que impide desarrollar el tomismo en todo su esplendor. Después de todo, a pesar de haber abandonado el positivismo lógico, muchos de los autores canónicos son abiertamente opuestos a las tesis tomistas. En efecto, las doctrinas inspiradas en el filósofo escocés David Hume, particularmente en metafísica, han sido muy dominantes. David Lewis, probablemente uno de los metafísicos más influyentes de la segunda mitad del siglo XX en la tradición analítica, fue un férreo defensor de lo que llamó “superveniencia humeana”: el mundo no es más que el conjunto de puntos con propiedades intrínsecas dispersos por el espacio—tiempo, “una cosita y después otra”. Todo el resto (leyes naturales, lenguaje, mente, moral, etcétera) superviene en ese mosaico de “cositas”, esto es, no es nada más que esas “cositas” juntas. Ninguna investigación en filosofía analítica puede ignorar las tesis de alguien como Lewis —y las tesis inspiradas en Hume en general— y ser considerada como digna de ser leída.

No faltan quienes argumentan que la lógica simbólica no es la lógica correcta para expresar el pensamiento de Santo Tomás; la lógica silogística aristotélica sería la única capaz de hacerlo. Mi impresión es que esa objeción proviene de un desconocimiento de las posibilidades de la lógica simbólica para expresar las tesis tomistas —así como las de otros escolásticos—.

Empero, es posible referir al canon de modo crítico. Eso es lo que hemos visto especialmente durante las últimas décadas, como se dijo en la primera sección.  Aunque sigue siendo una fuerza poderosa, es bastante claro que las posiciones inspiradas en Hume no son ni de lejos la única alternativa.

Luego, en principio no hay nada que impida la existencia del tomismo analítico. Las críticas que algunos pueden hacerle tendrán que ser concretas, ya que las objeciones generales son impotentes. 

Habiendo dicho eso, pasemos a revisar algunos de los principales autores tradicionalmente considerados como tomistas analíticos.

3.1. Elizabeth Anscombe

Sin duda alguna, el nombre más importante es el de la filósofa británica G.E.M Anscombe. Nacida en 1919, se convirtió al catolicismo en su adolescencia. Durante toda su vida (falleció el 2001) fue una férrea defensora de la fe católica, así como una intelectual activa. Estudió en Oxford y luego en Cambridge, donde fue alumna de Ludwig Wittgenstein. Eventualmente devino parte del círculo íntimo del austriaco, quien la consideraba su alumna más destacada y quien mejor lo entendía. Al morir, Wittgenstein le encargó la edición de sus obras. Su traducción de Investigaciones Filosóficas del alemán al inglés sigue siendo ampliamente utilizada y apreciada. Como intelectual pública, es famosa su oposición al doctorado honorario a Harry Truman, a quien acusó de homicidio por autorizar el lanzamiento de las bombas atómicas.  Asimismo, participó en numerosas manifestaciones contra el aborto, llegando incluso a ser arrestada por aquello.

Habiendo estudiado en Oxford y Cambridge, su filosofía se inserta claramente en la tradición analítica. Sin embargo, ella se encargó de problematizar muchísimas de las tesis populares en dicha tradición, particularmente en teoría de la acción y ética. Notablemente, en ética defendió la doctrina del doble efecto: la distinción entre tener la intención de hacer X, y hacer algo que uno sabe que tendrá como consecuencia X sin tener la intención de lograr X. Esa doctrina, cara a autores como el Aquinate, permite —nos recuerda Anscombe— entender doctrinas morales como la enseñanza de la inmoralidad de la contracepción. Igualmente, defendió la existencia de absolutos morales, contra el arraigado consecuencialismo de la época.

Nacida en 1919, se convirtió al catolicismo en su adolescencia. Durante toda su vida (falleció el 2001) fue una férrea defensora de la fe católica, así como una intelectual activa. Estudió en Oxford y luego en Cambridge, donde fue alumna de Ludwig Wittgenstein.

Con todo, su contribución más destacada es en la teoría de la acción. En su libro Intención (1957) recupera la noción de razonamiento práctico, esto es, el razonamiento propio de la acción. Por esto, Anscombe entiende el razonamiento estructurado conforme a fines: hago tal cosa para lograr tal cosa, y eso para lograr aquello, y así. Ese razonamiento constituye una especie de conocimiento que se tiene directamente, sin necesidad de “inspeccionarse” a uno mismo. Este entendimiento “arquitectónico” de la razón práctica es claramente de raigambre aristotélica, y compatible con el pensamiento del Aquinate. El quiebre con las doctrinas de Hume es radical, porque este no cree que exista siquiera algo así como una razón práctica.

Sucede algo curioso. En cualquier lista de tomistas analíticos destacados Anscombe tiene un lugar privilegiado. Sus posiciones, particularmente en ética y teoría de la acción, tienen una afinidad innegable con el pensamiento del Doctor Angélico. Pero Anscombe no se dedicó directamente a estudiar o difundir el tomismo , y difícilmente se encontrarán en sus escritos referencias directas a alguna de las 24 tesis. De hecho, sus aportes en metafísica no ahondan en los detalles que mencionan las tesis. ¿Por qué, entonces, decimos que Anscombe es una tomista analítica?… Bueno, porque es una aristotélica y su catolicismo era radical. Sus aportes filosóficos son ampliamente compatibles con las doctrinas tradicionalmente consideradas como tomistas, y en sus escritos toma en serio los aportes del Aquinate. Adicionalmente, estuvo casada con el también filósofo converso al catolicismo Peter Geach. Él sí escribió explícitamente sobre Santo Tomás, así como de otras áreas de la filosofía. Geach fue un filósofo analítico muy destacado, con importantes aportes en metafísica, lógica, ética y otras áreas.  Junto a su esposa, son considerados como los grandes precursores de lo que vendría a ser denominado tomismo analítico.

Quizás predeciblemente, el tomismo analítico estuvo representado avant la lettre por lo que llamamos “tomistas por asociación”. Eventualmente, el tomismo analítico ha devenido más propiamente tomista, con mayor énfasis en la metafísica, y más dispuestos a articular y defender explícitamente las doctrinas de Santo Tomás, incluyendo las 24 tesis.

Adicionalmente, estuvo casada con el también filósofo converso al catolicismo Peter Geach. Él sí escribió explícitamente sobre Santo Tomás, así como de otras áreas de la filosofía. Geach fue un filósofo analítico muy destacado, con importantes aportes en metafísica, lógica, ética y otras áreas.  Junto a su esposa, son considerados como los grandes precursores de lo que vendría a ser denominado tomismo analítico.

3.2. John Finnis

Antes de ver a un representante actualmente activo del tomismo analítico, vale la pena detenerse al menos brevemente en John Finnis. El filósofo del derecho australiano, educado en Oxford, ha sido una de las figuras centrales en el resurgimiento del iusnaturalismo en la filosofía del derecho. Siguiendo al estadounidense Germain Grisez, Finnis basó sus investigaciones en una interpretación del iusnaturalismo de Santo Tomás. Significativamente, sostiene que la ley natural no se deriva de una comprensión puramente metafísica de la naturaleza humana, sino que es un criterio de razonabilidad práctica. En ese sentido, para Finnis la ley natural es epistemológicamente independiente de la naturaleza humana pero ontológicamente dependiente de ella: lo que es bueno para nosotros lo es en virtud de nuestra naturaleza, aunque no sea examinándola que concluimos que algo es bueno (o malo) para nosotros.

Ha escrito innumerables artículos desarrollando su interpretación del Aquinate, así como varios libros. También se ha dedicado a cuestiones específicas de la doctrina católica y del lugar de la religión en el espacio público. Junto a otros miembros de la llamada “Nueva teoría de la ley natural”, ha revisitado los argumentos escolásticos clásicos para posiciones muy controvertidas en el mundo académico actual, formulándolos de modo inteligible para la audiencia académica contemporánea.

Aunque ha escrito algo al respecto, Finnis no es un metafísico. Dado lo polémico que ha sido en algunos círculos tomistas el enfoque de Grisez-Finnis, y su énfasis en filosofía práctica, podríamos decir que Finnis —como Anscombe— es un “tomista por asociación”. Sin embargo, eso sería bastante injusto para con Finnis, dado que en su trabajo ha buscado explícitamente examinar y difundir las ideas del Angélico, y probablemente está de acuerdo con la mayoría de —si no con todas— las 24 tesis.

Junto a otros miembros de la llamada “Nueva teoría de la ley natural”, ha revisitado los argumentos escolásticos clásicos para posiciones muy controvertidas en el mundo académico actual, formulándolos de modo inteligible para la audiencia académica contemporánea. 

3.3. James F. Ross

Un filósofo que se dedicó casi enteramente a la metafísica, defendiendo expresamente tesis tomistas, así como el método de Santo Tomás, es el estadonunidense James F. Ross, fallecido el 2010.  Ya en los 60 publicó, utilizando técnicas y el lenguaje corriente en la filosofía analítica, artículos sobre la analogía, llegando a publicar un libro al respecto en los 80. En efecto, su tesis doctoral versó sobre la teoría de la analogía en el Aquinate.

Un filósofo que se dedicó casi enteramente a la metafísica, defendiendo expresamente tesis tomistas, así como el método de Santo Tomás, es el estadonunidense James F. Ross, fallecido el 2010.

Ross escribió sobre metafísica modal —relativa a lo posible y lo necesario—, ética, filosofía de la religión, y el pensamiento de Santo Tomás, Suárez y Escoto. Particularmente destacable es su artículo Immaterial Aspects of Thought (1992), donde defiende la inmaterialidad del intelecto usando un argumento fundamentalmente aristotélico-tomista, pero en el lenguaje de la filosofía analítica y discutiendo con los rivales presentes en dicha tradición. Dicho artículo es una lectura obligada para todos quienes busquen defender la antropología clásica en la academia contemporánea. Edward Feser, un tomista analítico en el sentido más estricto, ha revisitado el argumento de Ross, clarificando sus antecedentes escolásticos y su vinculación con las tesis de Saul Kripke, uno de los autores canónicos de la tradición analítica.

El último libro de Ross, Thought and World: The Hidden Necessities, es un recurso invaluable para comprender cómo la imagen general de la metafísica aristotélico-tomista puede ser desarrollada bajo el lenguaje de la filosofía analítica, en constante discusión con las principales alternativas.

Edward Feser, un tomista analítico en el sentido más estricto, ha revisitado el argumento de Ross, clarificando sus antecedentes escolásticos y su vinculación con las tesis de Saul Kripke, uno de los autores canónicos de la tradición analítica.

3.4. David Oderberg

Finalmente, me gustaría llamar la atención sobre un filósofo todavía activo, el británico David Oderberg. Ha publicado una gran cantidad de artículos y varios libros, principalmente en ética y metafísica. Su último libro, de hecho, es una mezcla de ambos: The Metaphysics of Good and Evil. Allí defiende la teoría clásica del bien: el bien es la obediencia a la naturaleza y el mal, privación de bien. En la academia contemporánea, especialmente en el mundo anglosajón, es la primera defensa sistemática de esa doctrina.

En ética, Odeberg ha escrito extensamente contra el consecuencialismo y a favor de la ética clásica, incluyendo tesis caras a la fe católica. Su aproximación a la ley natural explícitamente difiere de la favorecida por Finnis, puesto que Oderberg la radica directamente en el conocimiento metafísico de la naturaleza humana.

Un filósofo todavía activo, el británico David Oderberg. Ha publicado una gran cantidad de artículos y varios libros, principalmente en ética y metafísica. Su último libro, de hecho, es una mezcla de ambos: The Metaphysics of Good and Evil. Allí defiende la teoría clásica del bien.

Con todo, sus aportes más importantes los ha realizado en su obra metafísica. Difícilmente superable es su Real Essentialism, donde defiende la existencia de las esencias frente a las múltiples objeciones presentes en la literatura, mostrando la utilidad del esencialismo para la comprensión de nuestras experiencias comunes y los resultados científicos. Real Essentialism es un excelente punto de entrada a la discusión metafísica contemporánea, porque Oderberg muestra el panorama muy claramente. Pero también es un excelente punto de partida para comprender la metafísica tomista. El lector no familiarizado con el tomismo analítico, o con la filosofía analítica en general, se sorprenderá al ver cómo Oderberg va progresivamente introduciendo no sólo las tesis del tomismo clásico sino la misma terminología. De hecho, Oderberg argumenta enfáticamente por la superioridad del lenguaje tomista —y escolástico en general— por sobre el prevalente en la discusión contemporánea. Todavía más, en ese libro se encuentran discusiones con Quine o David Lewis, pero también con Duns Escoto u otros escolásticos. Aunque está pensado para un público formado en la filosofía analítica, no se limita en absoluto al canon analítico, sino que lo expande cuando lo considera necesario, especialmente cuando ello permite comprender las tesis tomistas de mejor modo.

Aventuraría lo siguiente: Oderberg comparte y ha defendido la mayoría —o quizás todas— las 24 tesis. Como ocurría con Ross, Oderberg es un tomista en sentido estricto. Vemos, entonces, cómo la historia del tomismo analítico ha ido moviéndose desde un tomismo “por asociación” a un tomismo “estricto”, con alto compromiso metafísico.

El lector no familiarizado con el tomismo analítico, o con la filosofía analítica en general, se sorprenderá al ver cómo Oderberg va progresivamente introduciendo no sólo las tesis del tomismo clásico sino la misma terminología. De hecho, Oderberg argumenta enfáticamente por la superioridad del lenguaje tomista —y escolástico en general— por sobre el prevalente en la discusión contemporánea.

Hay muchísimos más representantes del tomismo analítico, muchos de ellos recién comenzando sus carreras. El ambiente analítico está en un muy buen momento para revisitar el tomismo, pues es patente el renacimiento del aristotelismo, tal como el interés por ampliar el canon de autores “aceptables”. Espero que este breve ensayo sirva para mostrar que es posible el tomismo analítico, que tiene mucho que ofrecer a la filosofía —y al mundo filosófico católico en particular, considerando que todos los autores descritos son católicos—, y que por ende vale la pena adentrarse en él con una mente abierta. Y tal vez, por qué no, animarse a traducir muchos de sus textos al español y usarlos en la formación de una nueva generación de pensadores católicos.

Autor: Eduardo Fuentes Caro

Director del Instituto de Filosofía de la Universidad San Sebastián (Chile)

Notas

[1] La lógica modal es la parte de la lógica que estudia las inferencias que emplean operadores de posibilidad y necesidad. La metafísica modal, correspondientemente, estudia las nociones de posibilidad y necesidad, así como el rango de lo posible
[2]  En efecto, Saul Kripke sostiene algo muy semejante a la tesis XI al defender el esencialismo de origen. Kripke argumenta que el origen, digamos, de un manatí le es esencial: haberse originado de esa materia específica.  Empero, sería absurdo clasificar a Kripke como un tomista.
[3] La metaética es la disciplina que se pregunta por la naturaleza de la ética. Así, preguntas como ”¿los enunciados éticos refieren a la realidad?” corresponden a la metaética.

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