julio 17, 2024• PorJosé Ignacio Aguirre
La cerveza como reflejo de la Gloria de Dios
Este jueves 18 de julio se celebra la memoria de san Arnulfo de Metz. De este obispo y asceta del desierto muchos milagros se cuentan, pero uno destaca: tras complicarse el traslado procesional de su cuerpo, porque una fuerza misteriosa no los dejó pasar por el terreno de un impenitente reñido con el santo y con Dios, tuvieron que desviarse por un camino más largo y pasar la noche en otro ducado antes de poder llegar a la catedral. Allí se produjo una multiplicación milagrosa del poco pan y cerveza que poseían, alimentando a todos los presentes y, análogamente al Evangelio, dejando sobras. La fama de este milagro fue tal que determinó su subida a los altares como nada más y nada menos que el santo patrono de la cerveza, atribuyéndosele apócrifamente la frase (que seguramente nunca dijo): “del sudor del hombre y el amor de Dios, la cerveza llegó al mundo”.
Esta historia y este santo en el patrimonio de nuestra Santa Tradición parece una muestra más de la infinita sabiduría de la Iglesia, que sabe que lo terrenal y lo divino, como Cristo perfecto hombre y perfecto Dios, no están en conflicto, sino en un perpetuo abrazo. Reunirse con amigos para compartir una cerveza, natural celebración en una comunidad fundamental en la vida de nosotros simples hombres, es también el reflejo terrenal de la comunión de los santos y la alegría de hacerlo en la gracia de Dios. La buena cerveza, como la fe, se disfruta mejor en compañía: así, la sed por la bebida, en su forma más perfecta, implica también una sed por estar con amigos y, como en la historia de san Arnulfo, puede verse como más que una mera sed natural: una sed de la divina gracia y una celebración de la alegría de la vida en ella.
No se puede vivir la cerveza en su forma más pura y gozosa cuando se busca la borrachera, sino con la práctica de virtudes humanas, especialmente la templanza. Además, como en la vida del cristiano común, la constante lucha por la santificación pasa también por la santificación de las cosas ordinarias, así podemos vivir la cerveza también practicando las virtudes teologales, al punto que nuestra santa madre Iglesia tiene desde antiguo una bendición particular para nuestra querida bebida, llamada solemnemente remedium salutare humano generi (“remedio saludable para el género humano”) [1]. De esta manera elevamos tanto el oficio de elaboración de la cerveza, como el beber con amigos en un acto de alabanza y agradecimiento a Dios.
La buena cerveza, como la fe, se disfruta mejor en compañía.
La cerveza que bebemos es fruto de siglos de finísimo perfeccionamiento, y por eso es como espejo de la tradición cristiana. Es producto de una “suma de innovaciones exitosas”, como tan acertadamente define la arquitecta Mieke Bosse a la tradición, y se ha perfeccionado con cuidadosa fidelidad a su esencia. Así es también la Iglesia de la que bebemos de la fuente para la vida eterna, que continuamente en su tradición redescubre y profundiza en la verdad revelada.
Este jueves beberemos la bebida del hombre rico y la del hombre pobre, la de un obispo de hace mil quinientos años y la de nosotros hoy. Beberemos la bebida de la cristiandad, el elíxir universal, es decir, καθολικός (católico), y lo haremos en comunión con la Iglesia que lleva el mismo adjetivo. La Iglesia del santo patrono de la cerveza, la que tiene libros rituales con una bendición para la cerveza, la de los monasterios cuya oración y labor pasó por la fabricación de la cerveza, y cuyos monjes la usaban como alimento cuaresmal. Celebramos no sólo la memoria del obispo de Metz, sino la verdad eterna de que en las cosas simples podemos encontrar un reflejo de la gloria de Dios.
Ilustrador de Revista Suroeste
Notas
[1] Es interesante destacar que la palabra latina salus puede designar tanto la salud corporal como la salvación espiritual. Aunque la expresión remedium salutare humano generi está presente en otras bendiciones para otros alimentos, e incluso para “cualquier cosa comestible”.
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Last modified: julio 25, 2024