
Una tertulia singular
“En la casa de mi Padre hay muchas moradas” (Juan 14,2), dice Cristo a sus elegidos. Yo estuve en la de Tomás de Aquino, esa noche de mi muerte, del 20 al 21 de diciembre de 2022 [1].
Santo Tomás, de aspecto joven —no era gordo—, elegante con su hábito dominico, me recibió al aire libre, en sillas de mimbre de Chimbarongo, con un agradable frío junto a la hoguera, y los cielos nuevos estrellados como en Chiloé.
—¡Qué maravilla estar en el Cielo para siempre! —exclamé—.
Sonrió Tomás: “Es el Cielo, pero no para siempre todavía”, pensó, y lo supe, y quise entristecerme y no pude, porque mi mente intuía al Inefable y vi más allá a Jesús como niño, jugando con José. “¿Y María?, ¿dónde está la Virgen?”, pensé, y la vi al instante con Marta, la Magdalena y Teresa de Jesús y mi propia madre entre los pucheros donde anda Dios; allá atrás en la cocina, como dijo un amigo sacerdote, para horror de los fariseos.
—Cristóbal: volverás al Cielo —me dijo, mientras Marta nos dejaba unos jamones ibéricos, quesos suaves y dulces de La Ligua, y pisco sour chileno— y será para quedarte, junto a la hoguera y al mar y las estrellas. Mas todavía has de cumplir una misión en la tierra: abrir las mentes cerradas a la luz de la razón y de la fe; descubrir mil vocaciones de sacerdotes para la Iglesia; infundir la gracia divina en las almas… con tus propias manos.
(Marta aparecía como de unos 25 años, feliz de ocuparse en las cosas de la casa, y nunca he visto una mujer más hermosa en la tierra).
—Entonces, Tomás, ¿qué hago aquí?
—Jesús me ha designado como tu primer formador, antes que al padre Robin con sus colaboradores en el Seminario San Pedro Apóstol de San Bernardo.
—¿Por qué a ti?
—Porque la Santísima Trinidad te ha visto tantas veces desvelado, leyendo la Suma Teológica, que tuvo la idea divina de contactarte con el autor.
—Además —prosiguió el Angélico—, tu misión incluye persuadir al Papa de que el Pueblo de Dios debe retornar a la Escolástica, a una nueva escolástica que una el núcleo clásico con el rigor analítico y cuanto yo mismo podría rescatar y purificar del pensamiento filosófico y teológico de la Edad Oscura (siglos XVII al XXI).
—Nuestros lemas serán —me atreví a sugerir—: «Back to Aquinas!» y «Nulla dies sine Thoma!».
“También hay un motivo proselitista para regresar a tu vida terrena”, resonó un pensamiento de inconfundible acento aragonés, como de quien aporta algo a la tertulia.
—Gracias, Josemaría: lo había dado por supuesto —replicó el Doctor Angélico, como excusándose—. Hemos celebrado innumerables fiestas junto a esta hoguera, cada vez que se convertía uno de esos alumnos ateos o herejes o paganos de Crescente Donoso, José Joaquín Ugarte, Juan Antonio Widow y su hijito Felipe, Raúl Madrid, Álvaro Ferrer —conocido aquí como “martillo de usureros”—, Gonzalo Letelier, Alejandro Miranda, fray Gonzalo y fray Alberto… y tantos otros que enseñaron conforme a los principios y la sana doctrina de mis obras, tan recomendadas por el Magisterio de la Iglesia.
—Me consta que son millares. También vi caer a muchos en Notre Dame y en Oxford: los artículos de la Suma Teológica son armas de proselitismo masivo. Es peligroso leerte, Tomás. Destruyes la buena fe de los equivocados: su ignorancia ya nunca podrá ser invencible, sino siempre afectada. Arruinas todas las excusas. Confundes a los enemigos de la Iglesia y al final muchos llegan a ser amigos de Dios.
—No por nada la Iglesia —continuó Tomás con un dejo de ironía— tenía su Index librorum prohibitorum. Leer es peligroso. Pero los humanos son tontos: ahí tienes a esos curas locos que creyeron que podrían leer a Marx para extraer solamente la metodología científica… y engendraron esos cristianos por el socialismo y sus teologías marxistas de la liberación que tanto odio han sembrado, tanto resentimiento, tanta lucha de clases, tanta fe estúpida en un paraíso en la tierra y tanta violencia cíclica porque ese paraíso jamás llega.
—Y así también pasa al revés —complementé—. Escrutopo ha puesto tus obras completas en su propia lista de libros prohibidos. Pero los paganos, ateos, herejes e infieles creen que pueden leer a Tomás de Aquino impunemente. John Finnis, en su juventud, pasó de Hume, Kelsen y Hart, a la Suma Teológica, y en pocos años ya era católico. Mortimer Adler, un buen judío, Editor General de la Enciclopedia Británica y experto en Aristóteles, transitó de aristotélico a tomista y finalmente a católico. Alasdair MacIntyre, ateo marxista, también descubrió primero a Aristóteles, pero tú, querido Tomás, le diste el golpe de gracia.
Así miles se han convertido por leer tus peligrosas obras; pero el más divertido fue Edward Feser, quien se propuso refutarte desde su ateísmo y cayó en las redes malignas de la escolástica. Ahora es un profesor católico, políticamente incorrecto y muy tradicional.
—Muy tradicional… —repitió el Angélico, como sopesando mis palabras casuales—. Lo comprendo: no vale la pena convertirse, renunciar a las delicias del pecado y a la altura del orgullo, para caer en una versión amarilla del catolicismo, en esa fe diluida en ideología de ONG sentimental y barata, en ese liberalismo socialista con polvos de capilla húmeda… Para eso, mejor quedarse de ateo e irse al Infierno con la frente en alto.
Y tras una pausa iracunda y un suspiro, algo inusual en el Cielo, concluyó:
—Los únicos que parecen tener clara la película son los tomistas y los comunistas.
—¿Qué quieres decir, Tomás?
—Pues que en las tardes junto a la hoguera he podido ver como, con las fiebres revolucionarias de los sesenta y setenta del siglo XX, los comunistas promovieron el diálogo entre cristianos y marxistas, al cual muchos cristianos adhirieron con diabólica ingenuidad. En cierta ocasión, Fidel Castro —no lo he visto por aquí— les dijo a esos cristianos de avanzada, que se creían mejores que los demás, que estaba contento con ellos, porque hacían lo que él quería que hicieran los comunistas. Los comunistas decían entonces que, para atraer a más gente a sus filas, había que promover ese diálogo con todos los católicos excepto con los tomistas porque son irreductibles.
—Así era y así lo es hoy, Tomás, con tantos otros diálogos que los neomodernistas promueven. No hay prácticamente ninguna herejía ni ninguna degeneración que los neomodernistas no incluyan en su diálogo baboso. Los tomistas preferimos las quaestiones disputatae: más vale un buen debate entre hombres de carácter, con argumentos racionales, que irse a la cama con el enemigo.
—Un neomodernista, Cristóbal, seguro que prefiere irse a la cama con el enemigo.
“¡Tomás: en el Cielo no se permite ese humor…!”, resonó el grito de un Arcángel como un reproche, un pensamiento atronador. “Pero si Tomás lo hace con finura, como un juglar medieval, y cada cien años nada más…”, lo excusó al instante un Serafín… y estallaron los astros en carcajadas.
—¿Será por eso que tantos neomodernistas te odian y te calumnian…?
—Nosotros los queremos; y no olvides lo que te dijo John Finnis cuando te desanimaste un momento, allá por 1993: “Cristóbal, recuerda que las conversiones son posibles”.
—Lo sé bien: ahora estoy rodeado de conversos y todos te aman, Tomás, y lamentan que hayas dejado algunas obras inconclusas.
—Después de ver lo que vemos ahora, el Ipsum Esse Subsistens —cara a cara con el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo— y el resplandor de su gloria en María, José y los ángeles y santos, todo lo que he escrito me parece como paja.
—Pues esa paja ha dado estructura mental a miles de jóvenes sin lógica; claridad y apertura de horizontes a los confundidos y desorientados; convicción racional sobre la existencia de Dios, con tus cinco vías para demostrarla; esperanza en adquirir las virtudes a pesar de las debilidades…; y para innumerables almas fuiste el instrumento próximo de su encuentro con Jesús, del amor a María, de su Misa diaria…
—Ahora haz tú lo mismo.
—¿Por dónde comenzar esta segunda navegación, en la cual la Divina Providencia quiere que tú seas mi primer maestro?
—Primero, pon por delante la caridad: amar a Dios sobre todas las cosas y a tu prójimo por Dios, tratando afectuosamente a los que buscan como a tientas la verdad.
—¿Y qué hago con los que impugnan la verdad? ¿Con qué caridad los trato?
—Haz como la Suma Teológica y la Suma contra Gentiles: calma siempre; apóyate en la fe, al enseñar a los otros católicos, y usa con todos los argumentos racionales fuertes, sin callar la verdad por miedo o por falsa misericordia. Como decía Quintiliano: “suaviter in modo, fortiter in re”; con esa caridad que te hará suave en la forma, pero fuerte en el fondo.
—Tomás, y de todas tus obras, ¿a cuál debo recurrir con más empeño?
—La más popular de todas y la que a mí más me gusta, cuya meditación frecuente puede abrirte todas las puertas, es el himno Adoro Te Devote.
—Lo rezaré en latín.
—El latín es lo mejor; pero aquí tienes, para tus amigos deslatinizados, estas versiones en inglés y en castellano.
I adore You devoutly
I adore You devoutly, hidden God,
who truly live and hide behind these veils:
to You I wholly give my heart and soul
for when I look at You I wholly faint.
Human sight, touch, taste, all three in You fail;
only hearing is wholly worthy of trust:
in what the Son of God said I have faith,
nothing’s truer than this Word of Truth last.
At the Cross God alone in silence hid
here also the Man is now concealed;
in You, Christ, both Man and God, I believe
and only beg what begged the contrite thief.
I don’t see, like Thomas, your sacred wounds
but sure I proclaim: ‘My Lord and my God!’;
grant me, please, that more I believe in You,
that in You I hope, that I shall You love!
Oh sacred Memorial of the Lord’s death!
living bread of love which gives life to men,
grant that from You my soul and mind shall live,
and that here for ever I taste You sweet!
Holy Pelican, good Jesus my Lord,
with your blood cleanse my filthy soul and face
for just one drop of your saint, precious blood
from all stains of sin the whole world can save.
Jesus, whom now I see under this veil,
I beseech that for which I so much thirst:
that looking at your loved, uncovered face,
seeing your glory I shall be always blessed.
Amen.
Te Adoro, oculto Dios
Te adoro, oculto Dios, devotamente,
realmente oculto bajo estas figuras:
mi corazón se rinde y transfigura,
porque entero al mirarte desfallece.
En ti fallan la vista, el tacto, el gusto;
seguro es de creer solo el oído;
creo lo que el Hijo de Dios ha dicho:
nada más vero que este Verbo puro.
En la Cruz nada más Dios se ocultó;
aquí tu Humanidad también se esconde;
te proclamo oculto, Jesús, Dios y Hombre,
y pido lo que el buen ladrón pidió.
No veo tus llagas como Tomás,
mas yo creo: “¡Señor mío y Dios mío!”;
haz que yo crea más en ti, mi Cristo,
que en ti siempre espere, que te ame más.
Memorial de la muerte del Señor,
¡oh, Pan Vivo, que al hombre das la vida!:
concédeme que mi alma de ti viva
y que aquí siempre guste tu sabor.
Señor Jesús, pelícano piadoso,
a mí, inmundo, límpiame con tu sangre:
de la que una sola gota es bastante
para borrar el mal del mundo todo.
Jesús, a quien velado admiro ahora,
te ruego me des lo que tanto anhelo:
que al mirarte yo a rostro descubierto
sea dichoso contemplando tu gloria.
Amén.
— En el Cielo, ya todo es poesía. Tomás: ¿un último consejo?
—Paciencia. Hablaremos una vez por semana. De aquí a mi dies natallis, el 7 de marzo, solamente una tarea: vuelve a jugar fútbol. Es un recado de Maradona, que está en el Cielo y muy alto, elevado por la mano de Dios.
—¿Maradona está en el Cielo…? Pensé que, con tanto alcohol, sexo y drogas, el purgatorio sería casi eterno. Incluso… temía por su salvación.
—Esa entrada en la gloria fue un espectáculo, Cristóbal. No puedes soñarlo. Al elevarse su alma, tan manchada, se agolparon diez mil demonios para reclamarla. Incluso Pedro se aferraba fuertemente a las llaves para no abrirle las puertas.
Y Diego Armando gritaba, angustiado, llorando, pero con un amor que hizo temblar a los serafines: “¡Virgen santa, Madre mía, esta Copa no la gano yo, la ganás vos!”.
—Entonces apareció Ella.
Autor: Cristóbal Orrego Sánchez
Profesor de Derecho UC
Last modified: agosto 21, 2025