Romanos Decadencia 1

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¿Transhumanismo o antihumanismo?

El proyecto de nueva Constitución de Chile consagra los llamados derechos sexuales y reproductivos y la educación sexual integral. Tres conceptos empleados en el texto llaman la atención: la expresión “propio cuerpo”, el enfoque en el “placer” o en el “disfrute libre de la sexualidad” y el “derecho a beneficiarse del progreso científico”.

Leer estas normas, en especial al detectar los esfuerzos ingentes y heroicos que requeriría su aplicación ―en particular, los que corresponderían al Estado― recuerdan una obra del Museo D´Orsay: “Romanos de la decadencia”. El artista es Thomas Couture. Es una inmensa representación de una fiesta romana tormentosa donde toda forma de búsqueda de placer está sucediendo. Hay conversaciones, actos sexuales, comida, bebida, y todo tipo de excesos. Una enorme orgía ocurre ante nuestros ojos. Pero justo en el centro del lienzo ―mientras los otros personajes en la pintura se están mirando entre sí― hay una mujer joven que, reclinada, está mirando al observador con una combinación de aburrimiento, repugnancia y desesperación.

Esta imagen según el Obispo norteamericano Robert Barron puede ser una hermosa representación del infierno. Ahora bien, nadie en la pintura está en llamas o retorciéndose en agonía, sino todo lo contrario: se muestran todos los placeres del mundo. Pero esta mujer comunica el hecho de que no la están alegrando en absoluto. Está experimentando cada placer que alguna vez quiso y todavía es infeliz. Es una pintura de alguien que ha ganado el mundo entero, pero ha perdido su alma.

¿Se habrá pensado al redactar las normas de la nueva Carta Fundamental chilena que el alma espiritual dice relación con la dimensión más profunda y duradera de la existencia de la persona, que pone a la persona en contacto con Dios? ¿Que el alma es la realidad que incluye y fundamenta todo? ¿Y que la alegría consiste en ver un alma que no está preocupada con llenarse a sí misma, sino con darse a sí misma? Ante esto, Barron se pregunta: ¿dónde vivía la madre Teresa de Calcuta? No estaba viviendo en medio de este esplendor romano con todos los placeres del mundo alrededor de ella. Aún así, sonreía, se vaciaba y se donaba a sí misma. Eso es lo que significa la alegría, no el enfoque en el placer, que en un alma ordenada es un añadido más solamente.

Esta mujer comunica el hecho de que no la están alegrando en absoluto. Está experimentando cada placer que alguna vez quiso y todavía es infeliz. Es una pintura de alguien que ha ganado el mundo entero, pero ha perdido su alma.

Por otro lado, ¿qué es eso de beneficiarse del progreso científico? Dominio omnímodo de la técnica. Los que babean por el progreso de la ciencia sin considerar la relevancia de un progreso moral se rinden al paradise-engineering. Es decir, como diría Fabrice Hadjadj, gracias a lo virtual, a la biogenética, a las nanotecnologías y al wireheading, por fin será lícito construir un individuo sin sufrimiento, enfocado en el placer, en un universo cableado. Esa ingeniería del paraíso finalmente estaría animada por un terrible odio a la carne y a la materia tales como nos han sido dadas, puesto que las reduce a materiales que se pueden manipular a voluntad («el propio cuerpo»); y presupone que la vida no es naturalmente gozosa, ya que hay que forzarla con artificios para extraerle sus placeres.

Si lo humano es la libertad que se determina a sí misma absolutamente, el cuerpo sería solamente un algo dado que estaría ahí a título de material manipulable. Por consiguiente, lo humano sería lo transhumano, en el sentido tecnocrático del término: la posibilidad de manipular el propio cuerpo, la propia lengua y, a fin de cuentas, de vender la propia alma, siempre que sea a un buen precio. Dicho de otro modo, es la ambición de manipular técnicamente lo humano para convertirlo en resultado de un programa, para someterlo a las lógicas de la mercantilización, para optimizar su eficacia y si bienestar, y no para garantizar la dignidad de su misterio, de su gratuidad, de su poesía inútil, de su rostro incomprensible.

Por eso, detrás de los oropeles con los que se adorna, concluye el autor francés, aparece un famoso tema pascaliano, el de la diversión, pero una diversión que se ha vuelto frenética, que ya no huye solamente de la miseria de la muerte individual, sino también de la evidencia de la muerte colectiva. Lo anterior es síntoma de una crisis antropológica y metafísica, en la que se planifica y no plenifica al hombre. En la que se aspira a una redención del hombre por medio del paradigma tecno-económico (muy capitalista desde luego). Al querer reivindicar su «deconstrucción», acaban por llegar a su autodestrucción. Paradójico ¿no?

Autor: Javier Mena Mauricio

Integrante del Área Judicial de la ONG Comunidad y Justicia (Chile)

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