
noviembre 30, 2022• byÁlvaro Ferrer
Escritorio del editor
En esta oportunidad quiero explicar la razón que nos movió a lanzar esta revista. La verdad es que la explicación es muy simple, pero obedece a motivos de fondo. Esa justificación es la que quiero compartir hoy. Para ello, permítanme hacer un rodeo:
Dice G. K. Chesterton en el primer capítulo de su obra Herejes:
Supongamos que se produce en la calle una gran agitación por alguna cosa, digamos por un farol de gas que muchas personas de influencia desean hacer desaparecer. A un fraile franciscano, que es el espíritu de la Edad Media, se le pide opinión sobre el particular, y él empieza a decir en la forma árida de los escolásticos: «Consideremos ante todo, hermanos míos, el valor de la Luz. Si la Luz es buena en sí…» Al llegar a este punto, lo echan, algo disculpablemente, al suelo. Toda la gente quiere ganar el farol, el farol queda derribado en diez minutos, y todos se felicitan mutuamente por su practicidad nada medieval.
Pero resulta que después las cosas no marchan tan fácilmente. Algunos habían derribado el farol porque querían la luz eléctrica; otros, porque necesitaban hierro viejo; otros, porque deseaban la obscuridad, porque sus actos eran malvados. Algunos no dieron suficiente importancia al farol, otros le dieron demasiada; unos actuaron sólo porque querían inutilizar un servicio municipal, los demás por destruir algo. Y se produjo la guerra en la noche, dándose palos de ciego. Así, gradual e inevitablemente, hoy, mañana o el día siguiente, vuelve la convicción de que el fraile franciscano estaba al fin y al cabo en lo cierto, y que todo depende de cuál es la filosofía de la Luz. Sólo que aquello que habríamos podido discutir a la luz del farol de gas, ahora vamos a tener que discutirlo en la oscuridad.
Seguramente Chesterton tuvo en mente el versículo 19 del capítulo 3 del Evangelio de San Juan al escribir estas líneas… Vivimos tiempos oscuros. La posmodernidad nos sitúa en un horizonte absurdo. Y esa atmósfera algo lúgubre, fría, solitaria, disolvente, es el escenario presente donde se discursea –pues no se discurre intelectualmente, o muy poco, o mucho, pero muy mal- sobre lo profano y lo divino.
No fue siempre así. Siglos atrás, en la cristiandad latina, la filosofía de la Luz iluminaba todos los ámbitos de la vida en comunidad: la familia, el trabajo, los gremios, la autoridad y su ejercicio. Sin caer en la melancolía de un pasado estético, y aun considerando las inevitables imperfecciones de lo humano y las limitaciones de la contingencia, existía orden, un orden luminoso, donde la subordinación de lo menos a lo más manifestaba genuina belleza. De esto, se dice, queda poco.
No fue siempre así. Siglos atrás, en la cristiandad latina, la filosofía de la Luz iluminaba todos los ámbitos de la vida en comunidad: la familia, el trabajo, los gremios, la autoridad y su ejercicio.
En Comunidad y Justicia llevamos 10 años batallando contra cientos de iniciativas que, aparentemente aisladas, pretenden, directa o indirectamente, un objetivo claro y premeditado: dejar al hombre a oscuras y en soledad, desligado de todo lazo humano, de toda relación oblativa, de toda experiencia tradicional, de todo atisbo de normalidad, de toda subordinación al Ser y al deber ser que nos posibilitan crecer.
Enfrentamos una verdadera reingeniería política y social que, vestida de ángel de luz, fundada en abstracciones ilustradas, de la mano de la violencia y el sofisma, sirviéndose del derecho como ramplón instrumento de poder, logró subvertir el orden vigente en Occidente. Este proceso revolucionario, en palabras de Rafael Gambra, es en realidad la concreción temporal de “la expulsión del principio teocrático, la ruptura (…) con toda injerencia y con toda apariencia de la idea de Dios en la sociedad humana”.
Desde allí, y sin perjuicio de muchas otras causas intervinientes, que la idea del Estado moderno se abrió paso, enfrentando la autoridad espiritual del papado, la que se perdió, junto con su jurisdicción, a partir de la Reforma protestante; con ello, gracias al racionalismo y la Ilustración, se consolidó la idea del individuo soberano que se hace a sí mismo sin referencias ni dependencias, como rey tiránico de su metro cuadrado cuyo egoísmo infantil es “asegurado” por un amplio menú de derechos subjetivos, ojalá consagrados constitucionalmente; y así “avanzó” el retroceso de la religión en la plaza pública, como proyecto inequívoco de reivindicación de una “metafísica de la autonomía” que excluye la vigencia social de la fe y, de este modo, legitima al Estado laico y dogmáticamente neutro –es decir, totalitariamente no neutro– cuya manifestación paradigmática no es el Estado ateo sino el democrático y liberal.
Esto es lo que inevitablemente provoca la exclusión de Dios: la pérdida del fundamento y la sensatez. Esta es la subversión metafísica. Un mundo sin Dios es un mundo contra el hombre.
Tal es la agenda que enfrentamos: una subversión metafísica destinada a invisibilizar los prodigios visibles y evidentes –como diría Chesterton– del orden natural y moral anterior al Estado, de la solidaridad familiar y asociativa, del hombre de carne y hueso en relación con sus semejantes; resultando hoy indefendible –o constituyendo discurso de odio– decir que el pasto es verde, o que un hombre es un hombre, o definir quién es una mujer, o que los niños son niños. Hemos abandonado el sentido común, dándole en el gusto a Nietzsche, renegando hasta de la gramática. Esto es lo que inevitablemente provoca la exclusión de Dios: la pérdida del fundamento y la sensatez. Esta es la subversión metafísica. Un mundo sin Dios es un mundo contra el hombre, por más cautivadora que resulte la experiencia de proclamar y consagrar sus derechos al son del canto de sirenas que esconden la utopía y disfrazan la ideología.
Otra novela de Chesterton, “La esfera y la cruz”, ilustra magistralmente este asunto: ésta se inicia con un diálogo entre un científico (profesor racionalista) y un monje de nombre Miguel. Ambos viajan en globo y chocan contra la cúpula de la Catedral de san Pablo, presidida por una esfera y una cruz. El profesor aprovecha para hacer un discurso sobre los dos símbolos: la esfera, es el símbolo de perfección; la cruz, en cambio, es signo de contradicción y paradoja, lo llamado a ser superado. El discurso del científico se cierra con un reproche al arquitecto de la catedral por haber puesto los dos símbolos de un modo inverso al que les correspondería: la cruz debería estar debajo y la esfera encima, como lo perfecto supera a lo imperfecto.
«—¡Oh— dijo el monje Miguel. ¿De suerte que, según usted, en un esquema simbólico del racionalismo la esfera estaría encima de la cruz?
—Eso resume por completo mi alegoría— dijo el profesor.
—Bien; todo esto es ciertamente muy interesante —contestó Miguel muy despacio—, porque, a juicio mío, en tal caso, vería usted el efecto más singular, efecto a que generalmente han llegado todos los sistemas potentes y hábiles que el racionalismo, o la religión de la esfera, ha producido para guía o enseñanza de la humanidad. Vería usted, creo yo, ocurrir una cosa que es siempre la salida lógica de ese sistema lógico.
—¿De qué estás hablando? —preguntó el científico—. ¿Qué sucedería?
Respondió Miguel: —Que la esfera se caería».
Hoy enfrentamos la salida lógica del sistema lógico de la religión de la esfera: la caída de nuestro mundo que ha pretendido deconstruirse no sólo por sobre la cristiandad sino, más bien, prescindiendo de ella: combatiéndola, arrinconándola, ridiculizándola, logrando privatizarla, trivializarla, acomplejarla, aburguesarla y, así, en definitiva, silenciarla. Las consecuencias nos estallan en la cara, y son genialmente descritas en uno de los agudos consejos que da Escrutopo a su aprendiz Orugario, en la obra de C.S. Lewis, Cartas del Diablo a su sobrino:
Una vez que hayas hecho del mundo un fin, y de la fe un medio, ya casi has vencido a tu hombre, e importa muy poco qué clase de fin mundano (él) persiga. Con tal de que los mítines, panfletos, políticas, movimientos, causas y cruzadas le importen más que las oraciones, los sacramentos y la caridad, (él) será nuestro; y cuanto más “religioso” (en ese sentido), más seguramente (será) nuestro. Podría enseñarte un buen montón (de esos) aquí abajo.
En Comunidad y Justicia no queremos ni estamos dispuestos a prescindir de la Cruz, como pontifican y quisieran muchos académicos, autoridades y políticos racionalistas e ilustrados, ni a hacer del mundo un fin, ni a hacer de la fe un medio, como pretende el astuto Escrutopo.
Junto a ello, la experiencia en Comunidad y Justicia, tan centrada, como lo exige su objeto, en denunciar y combatir el mal –como diría Tolkien, hemos visto muy de cerca el ojo de Sauron…– nos fue mostrando, de manera cada vez más cruda y encarnada, que la trama común de toda la agenda ideológica-progresista, oculta en cientos de miles de curvas ciegas y laberintos argumentativos, no es más que odio religioso que pretende excluir a Dios para erigir un mundo a la medida del súper hombre. Ya lo afirmó San Agustín: lo que los hombres dicen significa “obremos de modo que no se nos amarre la religión cristiana”.
Así, caímos en cuenta de una radical y maravillosa obviedad en base a la cual nació nuestra revista digital, Suroeste: la Verdad, el Bien y la Belleza son siempre, siempre, superiores a la mentira, al mal y la fealdad, aunque nos cueste verlo y reconocerlo. Por tanto, era imprescindible promover el bien y difundir la belleza para defender la verdad.
Asimismo, la experiencia nos fue confirmando, de la mano de San Pablo, que el mal solo se vence a fuerza de bien. Dicho de otro modo, ante la aparente hegemonía de esta “religión de la esfera” no es posible ni conveniente, ni mucho menos suficiente, combatir el desorden y la injusticia exclusivamente desde las armas del derecho, sea en el Congreso o ante los tribunales y las cortes. Como enseña Santo Tomás de Aquino, la justicia es siempre tosca e incapaz de poner en orden al mundo, y deviene en crueldad si no va de la mano de la misericordia.
Así, caímos en cuenta de una radical y maravillosa obviedad en base a la cual nació nuestra revista digital, Suroeste: la Verdad, el Bien y la Belleza son siempre, siempre, superiores a la mentira, al mal y la fealdad, aunque nos cueste verlo y reconocerlo. Por tanto, era imprescindible promover el bien y difundir la belleza para defender la verdad.
El nombre Suroeste refiere de manera rápida y poco precisa al lugar en que se ubica Chile dentro de la región, pero también al lugar de ésta en el mundo entero, mirada desde Atenas, Roma y Jerusalén. No es difícil encontrar nuestra tierra en los mapas, el dónde estamos, pero comprender lo que somos y estamos llamados a ser en la historia del mundo no es tan fácil. Esta es la pregunta sobre dónde vamos. Suroeste es, así, un esfuerzo para proseguir la búsqueda de los destinos de nuestra Patria Chica en el marco de la Patria Grande, y de esta en el mundo.
Suroeste, reconociendo sus inherentes limitaciones, constituye un esfuerzo honesto y serio de realizar esta búsqueda, valiéndose de una brújula y un destino: la Doctrina Social de la Iglesia y el bien común ordenado explícitamente a Dios. No escondemos ni pretendemos camuflar ese fin, porque –y lo reafirmamos– no prescindiremos de la Cruz, ni haremos del mundo un fin, ni de la fe un medio.
El lema de Suroeste es “Actualidad con Identidad”. Mucho se puede decir al respecto. Valga lo siguiente: la identidad es la respuesta a quién soy y, como seres personales creados, somos seres “referenciados” a Dios, que nos ha participado el ser. Reconocer y comprender nuestra identidad es descubrir quién somos ante Dios, mirarnos como Él nos mira. Así se construye la analogía que justifica esta revista digital: para entender el presente es imprescindible mirarlo desde Atenas y Roma, pero sin olvidar Tierra Santa. Por eso decía Chesterton que la única manera de conservar la lógica es conservando la mirada teológica. Lo contrario es un desorden, como nuevamente leemos en las Cartas del Diablo a su sobrino:
Los humanos viven en el tiempo, pero nuestro Enemigo les destina a la Eternidad. Él quiere, por tanto, creo yo, que atiendan principalmente a dos cosas: a la eternidad misma y a ese punto del tiempo que llaman el presente. Porque el presente es el punto en el que el tiempo coincide con la eternidad. (…) Nuestra tarea consiste en alejarles de lo eterno y del presente.
El ingenio de Lewis capta impecablemente la astucia del demonio desvelando una gran mentira, porque es verdad que nos perdemos, en todo ámbito, cuando rebajamos la mirada y olvidamos que el presente, nuestra vida, nuestro hoy, aquí y ahora, como decía san Alberto Hurtado, es un disparo a la eternidad. Debemos mirar el presente sub specie aeternitatis. Este es el ánimo que inspira a Suroeste.
Por cierto, no somos los únicos y desde luego no somos los mejores, aunque aspiramos a algo grande. Además, contamos con estupendos modelos –como la Revista First Things– que nos adelantan y motivan a subir y alcanzar más de una cumbre. Con todo, trabajamos con la certeza de que la medida de nuestro éxito es y será, ante todo, la fidelidad a nuestra identidad cristiana. Será esa mirada cristiana, bella, alegre, sin complejos ni respetos mundanos, la que contribuirá a responder quiénes somos y qué estamos llamados a ser.
Suroeste, con humildad y plenamente consciente de su pequeñez, quiere aportar sus cinco panes y dos peces para que la “filosofía de la luz”, como decía Chesterton, de la que todo depende, ilumine esta guerra en la noche para que, poco a poco, siempre con Cristo, y hasta que vuelva, dejemos de dar palos de ciego. Concluyo citando nuevamente –y por última vez– a Chesterton: decía que las gracias son la forma más alta de pensamiento, y que la gratitud es felicidad multiplicada por el asombro.
Santiago, noviembre 28 de 2022.
Editor Revista Suroeste
Last modified: febrero 16, 2024