
abril 16, 2024• PorVicente Hargous
Escritorio del Editor
Ya se ha vuelto un cliché que en occidente ―aquella parte del mundo que alardea de poseer más y mejor libertad que el resto― la libertad de expresión está en peligro. Agatha Christie y otros grandes de la literatura sucumbieron en su momento ante el totalitarismo blando. Lo hemos visto antes en muchos profesores de gran renombre mundial (John Finnis, por ejemplo, fue “cancelado” luego de defender la institución del matrimonio entre un hombre y una mujer). Recientemente ha caído también Candace Owens. Esta semana el Ministro de Interior alemán canceló a Yanis Varoufakis (economista y político griego de izquierda) por hablar sobre la matanza que desde hace meses tiene lugar en Gaza, supuestamente por hate speech, se le prohibió ingresar a Alemania y aun hablar con alemanes por videoconferencias. Otro tanto ocurrió en Bélgica, donde el Alcalde de Bruselas prohibió el Congreso de National Conservatism (NatCon Talk, Brussels). Pero quizás el caso más llamativo de las noticias de este año sea el de J.K. Rowling. La autora de la saga de Harry Potter, reconocidamente feminista y, en muchos aspectos, simpatizante de varios elementos de la hegemonía progresista, ha caído en desgracia, llegando casi al punto de ser juzgada criminalmente por su presunto “discurso de odio” ―término inventado para denominar a los que públicamente sostengan la verdad―, sin mencionar el ostracismo social aparejado a esto… todo por sostener que sólo las mujeres son mujeres.
La “democracia” y la “sociedad abierta” exigirían, así, la cancelación, que es tanto como decir que exigen el totalitarismo y la sociedad cerrada.
La libertad de expresión está en peligro, nos dicen. Pareciera, más bien, que ya hoy el discurso en occidente está sometido a la más brutal censura. No podemos tolerar al intolerante, nos dicen parafraseando a Popper: todos deben caer ante la guillotina woke. La “democracia” y la “sociedad abierta” exigirían, así, la cancelación, que es tanto como decir que exigen el totalitarismo y la sociedad cerrada. Se ha vuelto más real que nunca la metáfora retratada por Chesterton sobre los individualistas modernos, la serpiente maníaca que se come su propia cola: “el animal degradado que se destruye a sí mismo” (Chesterton, G.K.; Orthodoxy).
Nos dicen que la libertad tiene límites ―y es verdad―, pero algo anda mal si vemos leyes que castigan a los que dicen la verdad. Y eso que anda mal no es solamente el hecho de que cada quien no pueda decir “cualquier cosa”. No pareciera ser tan importante políticamente defender el derecho a decir estupideces o a insultar. Pero lo que está en juego aquí es diferente: la misma comunidad política, precisamente en cuanto es una comunidad. Y es que poder opinar sobre materias políticas es fundamental para participar de ese algo común que constituye la Polis. El buen Aristóteles desarrolla este argumento al comienzo de su Política:
La razón por la cual el hombre es un ser social, más que cualquier abeja y que cualquier animal gregario, es evidente: la naturaleza, como decimos, no hace nada en vano, y el hombre es el único animal que tiene palabra (Logos). Pues la voz es signo del dolor y del placer, y por eso la poseen también los demás animales, porque su naturaleza llega hasta tener sensación de dolor y de placer e indicársela unos a otros. Pero la palabra es para manifestar lo conveniente y lo perjudicial, así como lo justo y lo injusto. Y esto es lo propio del hombre frente a los demás animales: poseer, él sólo, el sentido del bien y del mal, de lo justo y de lo injusto, y de los demás valores, y la participación comunitaria de estas cosas constituye la comunidad familiar y la comunidad política. (Aristóteles; Política I).
La participación comunitaria en un mismo Logos, uno referido al sentido público de lo justo y de lo injusto, es precisamente aquello de lo que participamos todos, que nos hace ser parte de una comunidad. Y siendo Logos, no se trata de un relato hegemónico impuesto, ni tampoco de una libertad absurda para decir lo que sea, sino de una interiorización del sentido de una legislación justa y de una deliberación pública.
La participación comunitaria en un mismo Logos, uno referido al sentido público de lo justo y de lo injusto, es precisamente aquello de lo que participamos todos, que nos hace ser parte de una comunidad.
El actual momento político nos interpela para tomarse muy en serio todo atentado contra las legítimas libertades políticas de nuestros países. No podemos seguir cediendo terreno en aras de la tolerancia de los intolerantes.
Editor Revista Suroeste
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Last modified: abril 25, 2024