
mayo 3, 2023• PorSuroeste
Una familia misionera en las periferias de la ciudad.
Romain junto a su mujer Reina fundaron el Centro Misericordia, en La Pincoya (Chile), el año 2016. Los movía el deseo de que la Iglesia llegará a los barrios más pobres de la ciudad. Allí se organizan grupos de personas de todas las edades. A cada uno de ellos le entregan herramientas para su desarrollo humano, formación personal, pero principalmente, les hablan de Dios e imparten sacramentos. Hoy viven ahí junto a sus seis hijos y se dedican exclusivamente a la misión y al proyecto Misericordia.
Rosario Izquierdo: ¿Cómo surge la idea de Misericordia? ¿Cómo llegaron a Chile?
Romain Chateauvieux: Reina, mi señora, y yo, recibimos, dentro de nuestra vocación matrimonial, un llamado a entregar nuestra vida, nuestro matrimonio y familia al Señor, a la Iglesia y a los más pobres. El Señor nos puso estos deseos en el corazón desde que nos casamos. Por nuestra parte, nosotros le pedimos a Él como regalo de matrimonio tres cosas: oración, porque sabemos que es la mejor forma de transformar el mundo; sencillez, para vivir entre los pobres; y en tercer lugar, al igual que santa Teresita, le pedimos el regalo de ser misioneros todas nuestras vidas y después desde el cielo.
Fuimos enviados en misión por la Conferencia Episcopal Francesa a abrir un centro de misión en Estados Unidos. Allí estuvimos viviendo con clandestinos de todo el continente latinoamericano. Lo que nos movía era la misión de ser Iglesia en un ghetto muy cerrado, violento y pobre en el norte de Atlanta (Georgia). Ahí dimos nuestros primeros pasos como misioneros.
De esa misión surgió el ADN de Misericordia: compasión y evangelización. A través de la compasión, el servicio a los pobres y mediante la evangelización, el anuncio del Evangelio. Esto lo hicimos primero en Estados Unidos y luego al servicio del CELAM (Consejo Episcopal Latinoamericano). En una micro remodelada en casa, fuimos enviados durante tres años por todo el continente, a los lugares más pobres de latinoamérica, para hacer presencia de la Iglesia. En esos años de misión nos dimos cuenta que lo que vivíamos, esto es, compasión y evangelización, se cuadraba perfectamente en la misericordia.
La misericordia se expresa en las obras de misericordia que son siete espirituales y siete corporales. Las siete corporales era lo que nosotros entendíamos por compasión, por servir a los pobres. Y las obras de misericordia espirituales eran lo que nosotros entendíamos por evangelización. Fue entonces cuando, lo que hasta ese momento habíamos experimentado se sintetizaba en la palabra “misericordia”, pues este concepto englobaba tanto el servicio a los pobres como la evangelización. Fue muy bonito que estos dos polos que tantas veces cuesta que dialoguen en la Iglesia, en realidad se conjugaban perfectamente en la virtud de la misericordia. Cuando sentimos que la misericordia era la misión que el Señor nos hacía experimentar hasta entonces, fue como una revelación. Esa revelación se confirmó un mes después con la elección del papa Francisco que, desde los primeros momentos de su pontificado, en concreto el 13 de marzo del 2013 dice durante el Ángelus: “La misericordia cambia el mundo, lo hace más justo y menos frío”. Para nosotros fue una gran confirmación de que lo que había en nuestros corazones no era idea de nuestras cabezas, sino el soplo del Espíritu Santo que en la Iglesia sopla siempre en el mismo sentido.
Llegamos a Chile en nuestra micro misionera con esta idea en el corazón después de cinco años de misión: dos en Estados Unidos y tres en Latinoamérica. Estuvimos en contacto con el secretario de la conferencia episcopal chilena, que entonces trabajaba en el CELAM, quien nos invitó a instalarnos en Santiago para seguir viviendo de este carisma naciente. Nos acogió primero Monseñor Ossandón y luego Ezzati. Ellos nos propusieron instalarnos en una de las poblaciones emblemáticas de Santiago, para poder vivir de manera sedentaria lo que hasta ahora habíamos vivido como nómade en varios países de Latinoamérica.
Nuestra llegada a Chile fue divertida… llegamos hace 10 años con nuestra micro, nos instalamos en una gasolinera y desde ahí comenzamos a visitar lugares, descubrir la realidad de Chile y sus poblaciones. Finalmente fue la población de la Pincoya, sin ninguna razón lógica, la que robó nuestro corazón, siendo a nuestros ojos esa Tierra Prometida que habíamos pedido al Señor.
RI: Mencionaste un discurso del Papa ¿Cómo influyó el pontificado de Francisco en su misión y, posteriormente, en la fundación del Centro Misericordia?
RCh: El pontificado del papa Francisco nos marcó mucho en nuestra misión porque confirmó nuestra intuición por la frase que dijo en el Ángelus. Todo lo que debíamos hacer cotidianamente en la misión, el papa lo reafirmaba, ya fuera en Encíclicas, durante el año jubilar, homilías, etc… esto era muy iluminador para nosotros. Nos sentimos en gran comunión con ese carisma de la misericordia que recibimos por el Espíritu Santo, y que el papa, a su vez, ha impulsado tanto en la Iglesia.
También, hay ciertas palabras y conceptos que el papa ha utilizado en su pontificado que nos han marcado mucho. El primero es “una Iglesia pobre para los pobres”; que se entienda bien, no es una Iglesia pobre, sucia, fea, desordenada, vacía de belleza, sino más bien, una Iglesia pobre, al estilo de la Sagrada Familia, al estilo de Nazaret, que no asusta, que no intimida, vacía de cualquier orgullo propio, y llena de Dios y de Su ternura. La “Iglesia pobre para los pobres” nos ha marcado mucho por el deseo de poder abrir las puertas de la Iglesia para que los pobres puedan entrar y no sentirse solamente meros espectadores o consumidores, sino que puedan encontrar un lugar donde puedan estar en lugares centrales, ya sea en la liturgia, en la misión, siendo testigos de la misericordia de Dios para otros, o siendo reflejo de la presencia de Dios en nosotros.
También nos ha marcado mucho soñar a la Iglesia como “un hospital de campaña”. El papa habla del hospital de campaña como algo que acoge a cualquier herido como algo urgente, sin tener en cuenta si la persona puede pagar o no la atención médica, y tampoco si él es culpable de la herida que ha recibido. Entonces, primero hay que ayudar a la persona a sanar, y luego, a ponerse de pie y devolverla como testigo al mundo. A nosotros como Centro Misericordia nos ha marcado mucho la idea de tener las puertas siempre abiertas para recibir cualquier realidad y cualquier dolor, y poder así, como el profeta Isaías, consolar al pueblo de Dios. También nos ha marcado la persona del papa y su pontificado porque ha hablado mucho de la misión, de una Iglesia que esté en salida, del papel que tienen que tener los laicos en comunión con el clero, con una comunión hacia la misión. El Centro Misericordia fue pensado como un nuevo concepto de “parroquia”, tratando de hacer de la parroquia no solamente un lugar de culto sino que además de comunidad que responda a las necesidades reales de su entorno. Por eso, el Centro es un lugar de vida para que los niños, los ancianos, las familias, etc, puedan encontrar un lugar de comunidad a través de las obras de misericordia, que son vínculo para después descubrir la belleza de la Iglesia y vivir un encuentro con el Señor, y así tener un lugar muy evangelizador.
RI: ¿Por qué llamaron al centro “Misericordia”? El Señor reveló a santa Faustina que es una revelación reservada para los últimos tiempos ¿Cómo se les confirma este mensaje en su misión?
RCh: A nosotros nos llama profundamente la atención que los últimos papas, Juan Pablo II, Benedicto XVI y, con mucha fuerza, Francisco, han tomado el concepto “Misericordia” como una revelación para estos últimos tiempos. El papa Francisco dice que el nombre de Dios es Misericordia. Este concepto en los últimos tiempos es muy fuerte.
El papa Juan Pablo II en su encíclica Dives in misericordia ha traducido la misericordia en dos palabras hebreas: “hesed” y “rah mim”. “Hesed” es fidelidad de Dios hacia nosotros. Esta palabra, que es masculina, nos hace percibir que Dios no desiste, ha hecho un juramento de amor hacia nosotros y no nos dará la espalda, Dios nos ama para siempre. Es muy importante para el mundo de hoy saber que Dios nos ama y que no falla. La segunda palabra, “rah mim”, que tiene connotación femenina, es un amor que nace desde las entrañas del corazón, es una palabra que hace referencia a re-generar, a la manera del vientre materno que puede concebir y dar vida. Esta palabra “rah mim” dice que la misericordia no solamente nos perdona y levanta, sino que nos regenera para enviarnos de nuevo al mundo, a la misión. Ese concepto, misericordia, hace de nosotros testigos para el mundo de hoy. Como dice el papa, somos misericordiosos. Es lo de Lc. 10, 37 en que el Señor dice “ve y haz lo mismo”.
El mensaje es para los últimos tiempos; y ya estamos en los últimos tiempos aunque no sepamos cuánto va a durar. Creo que el mensaje de misericordia que el Señor revela a santa Faustina es como un gran “ofertón” que Dios hace a la humanidad para que volvamos hacia Él. Después vendrá el tiempo de la justicia, pero antes de eso está el tiempo de misericordia, donde Dios hace todo lo posible para que los hombres vuelvan a Él: “la humanidad no encontrará la paz hasta que vuelva a mi misericordia”, dice el Señor a santa Faustina.
RI: Hoy hay muchos lugares donde falta Dios, en todos los ámbitos de la vida y de la sociedad ha sido invadido por el secularismo. Considerando esto, ¿Por qué la Pincoya?
RCh: Esta es una pregunta muy difícil… al final, ni nosotros sabemos por qué la Pincoya. Solo sabemos que en la pedagogía divina Él siempre elige el último puesto, el último lugar, tal como lo hizo en el pesebre de Belén. Es lo de Romanos 5, 20: “Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia”. En un lugar tan marcado por la delincuencia, y la violencia, en un lugar tan periférico donde hay tanta gente postergada. Nosotros creemos que el Señor quiso partir desde ahí para atestiguar que esta obra es de Él, es como su firma. Es interesante porque el Centro Misericordia surge sobre un basural. Pocos lo saben, el lugar donde está establecido el Centro es donde antes se acomulaba una gran cantidad de basura, ahí había droga y prostitución. Poco a poco, el Señor ha ido despejando el lugar e hizo florecer un vergel. Uno recuerda las palabras de Isaias en que el Señor dice que en el desierto hará florecer un vergel (Is. 32, 15). El Señor eligió este lugar de la Pincoya para hacer surgir su obra para confundir a los sabios. El Señor hace brotar la vida donde menos se espera. La Pincoya era el lugar elegido desde toda la eternidad para que Misericordia pudiera nacer donde tanto se necesitaba de la gracia y misericordia de Dios.
RI: ¿Nos puedes contar del trabajo formativo que realizan en Misericordia?
RCh: En el Centro Misericordia acompañamos mensualmente a 2500 personas de nuestro sector. No queremos realizar solamente un trabajo social, sino que, apegados a la Doctrina Social de la Iglesia, y fieles al Magisterio, nosotros consideramos la evangelización como el cúlmine de la caridad. Todos nuestros proyectos, están empapados del Magisterio de la Iglesia, del anuncio del Evangelio, de la invitación a abrazar la vida de la Iglesia, del poder formarse y recibir catequesis para algún día entrar a la vida sacramental.
Nuestro trabajo formativo se divide en dos grandes áreas que son la educación y la salud. La educación, ya que unos cien niños del barrio vienen aquí por ejemplo para hacer sus tareas del colegio, o realizar ciertos talleres como música, deporte, baile, canto, arte, etc. Y a la vez, de manera transversal, participan en proyectos de evangelización, de fomento de la cultura a la santidad, y también de la catequesis para prepararse a los Sacramentos. Todo esto ha dado muchos frutos. A través del Centro Misericordia, hay familias que han visto su vida cambiada de manera muy potente, por la Gracia de Dios. Respecto a la segunda área, la salud, ayudamos a personas o familias que están en situación de calle o de adicciones. Ellas vienen una vez a la semana para encontrarse alrededor de la mesa, compartir un desayuno, un tiempo de oración, alguna charla, pueden pasar a una peluquería, se pueden duchar, cambiar de ropa. Estas actividades son la vitrina para después entrar a un programa de rehabilitación más intenso, de largo plazo, para que el día de mañana puedan reintegrarse en la sociedad de manera libre. Ellos también tienen la posibilidad de participar en un programa de catequesis para poder recibir los Sacramentos. Así mismo, hay un programa para los adultos mayores, para que puedan salir de la soledad, tener un tiempo comunitario, tener un tiempo de desayuno o almuerzo, tener proyectos de manualidades, y además tienen tiempo de adoración, de catequesis, de alabanza y de asistir a misa. Muchos de ellos han decidido casarse, en vista del cielo.
El último proyecto, que es el provida, para madres embarazadas. Este tiene como fin poder descubrir la gracia de ser mujer y de ser madre, y convertir un embarazo problemático en una puerta para la Gracia. Ellas viven cosas muy bonitas, como manualidades, tiempos comunitarios, adoración y preparación a los Sacramentos. Y después del nacimiento de sus hijos, son acompañadas por Misericordia. Y después, están todos los proyectos pastorales de evangelización pura y dura como cursos para matrimonios, catequesis de adultos y de niños, etc.
RI: Ustedes eligieron formar su familia y educar a sus hijos en medio de los barrios más pobres de las ciudades ¿qué es lo nuclear que buscan transmitirles a ellos?
RCh: Lo nuclear que queremos transmitir a nuestros hijos es la coherencia que se vive entre la fe y la vida real del día a día. Queremos que la fe se transmita no solamente en actos, sino que además en coherencia entre lo que creemos, y las opciones que se van tomando en la vida en relación a mi fe, sobre todo tratando de imitar a Jesucristo. Después, también creo que a nuestros hijos, el vivir en esos barrios, les permite tener una educación más aterrizada, y viven en un mundo más real, en vez de crecer en una burbuja donde estarían sobreprotegidos y alejados de la realidad de nuestro mundo. Poder educarlos en esos barrios permite tener conversaciones sobre la pobreza, la violencia, la delincuencia, la droga, el alcoholismo, y todas esas realidades que son más duras, y que en general tienen una relación con el pecado, asimismo, permite conversar sobre la alegría de poder vivir el evangelio en medio de los pobres, y sobre lo que recibimos y aprendemos en el día a día de ellos, y eso ha sido una gran bendición para nosotros. Creo igualmente, que esta opción de educar a nuestros hijos en estos barrios, permite enseñarles que la vida la recibimos de forma gratuita por pura misericordia, y lo que se nos pide es entregarla, por amor a Dios y nuestros hermanos. Entonces, ojalá esta vida misionera, pueda marcar eso en el corazón de nuestros hijos.
RI: ¿Son compatibles una entrega al Señor tan radical y la vida familiar?
RCh: Es verdad que en el corazón hay una gran radicalidad, un gran deseo de entregarlo todo al Señor. A la vez, mi esposa Reina y yo tenemos muy claro que nuestra primera vocación consiste en ser esposo uno del otro, y padres de nuestros hijos. Esto es lo que va regulando nuestra vida, porque sabemos que si no ponemos esto en su justo lugar, entonces todo se descuadra. Por eso prestamos especial atención a que nuestro matrimonio esté bien cuidado, y que la misión no sea un impedimento para ello, sino que más bien sea un aliciente, una vitamina, que esté al servicio de nuestra vocación matrimonial, y pueda ayudar a nuestros hijos a crecer. En realidad, nuestra vida familiar es muy similar a la de muchas otras familias. De hecho, en este mismo momento, estoy regresando tras dejar a nuestros hijos en el colegio. Hemos escogido un buen colegio que ayude a la educación de nuestros hijos, tienen que hacer sus tareas y estudiar: ellos llevan una vida bastante común. Pero en las noches, Reina y yo salimos para trabajar en la misión, y los niños lo saben. De hecho, los más grandes ya participan de manera más autónoma, y van a veces a ayudar los sábados en la tarde, o incluso, el mayor ayuda con el tema del colegio, y viene a los miércoles en la tarde a colaborar. En resumen, la base para tener esa vida radical entregada al Señor y a la vez la vida familiar, ha sido la conversación con los niños, siempre explicándoles porqué hacemos lo que hacemos, tomamos esas decisiones, y también, que siempre estamos apuntando al Cielo.
RI: Nadie puede entregar lo que no tiene ¿Cómo alimentan tú y Reina su vida espiritual? Hoy para un laico es muy difícil reservar momentos en el día para cultivar la vida de oración ¿Por qué es tan importante alimentar la vida espiritual? ¿Qué consejos les darías a quienes no tienen tiempo para hacerlo?
RCh: La vida de oración es fundamental para nosotros, sin eso no podríamos. Además nos hemos vuelto totalmente dependientes de la Eucaristía, y consideramos muy importante poder tener la misa cada día, y como dice el Señor en el Evangelio: fuera de Él no podemos hacer nada. Además, somos conscientes, como todos en este mundo tan acelerado, de que es muy difícil encontrar el tiempo para estar con el Señor, para rezar y para alimentarnos de Él. A mi, personalmente, me marcó mucho descubrir lo que había dicho San Juan Pablo II: que los que no tienen tiempo para el Señor, lo que les falta en realidad es el amor, entonces yo creo que hay que hacer un tiempo para estar con el Señor. Después de tanto luchar como padre de familia y cabeza del Centro Misericordia, los días son tan intensos, que si no hay una disciplina y deseo concreto de hacerle espacio al Señor en nuestra agenda, es una misión imposible. El consejo que yo le daría a esas personas es, primero, tomar una decisión firme, idealmente que ese propósito sea en comunidad, ya sea una comunidad más reducida, como la familiar, o en una más grande, junto con amigos o gente conocida que decidan juntos dedicarle su calendario al Señor, en el día a día, semanalmente, etc.
Yo en lo concreto, me di cuenta que para poder tener más tiempo para el Señor, y esto es clave para los que son padres de familia, debía levantarme más temprano y acostarme más tarde, porque ahí se gana un tiempo en el que, al no estar los niños, puedo estar más tranquilo y en silencio. Al igual que el Señor en una ocasión se retiró en una ocasión a las montañas, para descansar en la oración, los católicos, en un acto de fe, debemos creer que la oración hay descanso, y que en la medida que se reza, mis fuerzas se multiplican, mi caridad crece, mi paciencia se renueva, etc. Así que yo soy un convencido de que la oración, y sobre todo, la Adoración Eucarística, son un multiplicador de tiempo, y nos hacen más eficaces, más agudos en nuestra inteligencia y más eficientes en nuestra vida. Así que invito a los que les falta tiempo, que puedan dedicarle un tiempo de oración a nuestro Señor en la Eucaristía, y verán, quizás no en el corto plazo, porque el Señor es discreto, y actúa de manera paulatina en nuestras vidas, como los frutos se multiplican y que la vida se vuelve fecunda cuando nos arrimamos a Él.
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Last modified: junio 12, 2024