2023 05 democracia 1

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Verdad, libertad y poder

El 24 de diciembre de 1944 el papa Pio XII envió al mundo un ya célebre radiomensaje de navidad. Este mensaje, como es de esperar, estuvo marcado por el acontecimiento en curso de ese momento, la Segunda Guerra Mundial. En él, el papa hace un especial encomio del sistema de gobierno democrático, afirmando sus virtudes, pero también, advirtiendo sobre sus amenazas, de cuyas consecuencias el mundo estaba siendo testigo en ese mismo momento.

Las esperanzas que pone el papa en la democracia como sistema de gobierno lo llevan a insinuar que, de haber estado vigente, es probable que se hubiera podido evitar la guerra en curso, por cuanto que en este sistema de gobierno existe para el pueblo “la posibilidad de controlar y corregir la actuación de los poderes públicos”.

Es necesario, eso sí, precisar que Pio XII se refería a la “sana democracia, fundada sobre los inmutables principios de la ley natural y de las verdades reveladas”. Si el papa afirma la existencia de una democracia “sana”, es que también pensaba en la posibilidad de una “enferma”, a saber, aquella que sostiene que “la autoridad del Estado es ilimitada” frente a la cual “no se admite apelación alguna a una ley superior moralmente obligatoria”; democracia que es, en último término, “a pesar de las contrarias, pero vanas apariencias, un puro y simple sistema de absolutismo”.

Al adentrarnos en el pensamiento de Ratzinger acerca del régimen democrático, es fácil ver cómo sus reflexiones están profundamente enraizadas en esta concepción magisterial acerca de la democracia expresada claramente por Pio XII en el radiomensaje citado.

Joseph Ratzinger constata el hecho de que en el mundo contemporáneo existe la convicción de que, sin ser ideal, la democracia es el único sistema de gobierno adecuado, pues parece ofrecer “la más alta garantía contra la arbitrariedad y la opresión, y el mejor aval de la libertad individual y el respeto a los derechos humanos” [1]. Tras esta convicción, sin embargo, subyace la idea de que el bien que se persigue con la participación de todos en el poder es una libertad sin contenido que, por la misma razón “se anula a sí misma” [2].

La democracia moderna parece estar unida indisolublemente con el relativismo “que se presenta como verdadera garantía de la libertad”.

Para que esto no ocurra, la libertad “necesita de una medida, sin la que se convierte en violencia contra los demás” [3]. La libertad, afirma Ratzinger, para que sea tal, necesita un contenido. Ese contenido es la verdad, la verdad acerca del bien.

El problema aparece por cuanto que en la actualidad, “la verdad, también la verdad sobre el bien no parece algo que se pueda conocer comunitariamente” [4], lo que es lo mismo decir, no hay una verdad que pueda tener en común una comunidad política, por lo que “el concepto de verdad es arrinconado en la región de la intolerancia y de lo antidemocrático” [5]. La democracia moderna parece estar unida indisolublemente con el relativismo “que se presenta como verdadera garantía de la libertad” [6].

Con esto, en la democracia contemporánea queda absolutizado el principio mayoritario. Es decir, será bueno o será malo lo que determine una mayoría circunstancial en un momento dado, principio que nos lleva inevitablemente a un nihilismo.

El nihilismo al que nos lleva la absolutización del principio mayoritario es la tierra fértil donde crece el totalitarismo: “el nacionalsocialismo era solo el instrumento del que se servía el nihilismo (…) ni la dictadura nacionalsocialista ni la comunista consideraban inmoral ni mala en sí ni una sola acción” [7].

Negar la verdad moral es negar la libertad. Si no hay una verdad moral que descubrir con la deliberación a la hora de obrar, el único criterio de acción posible que nos queda es el apetito sensible, las pasiones, que por definición no son libres; en principio, no somos responsables de ellas. Por esto, renunciar a la verdad es renunciar a la responsabilidad y a la libertad. Así, una sociedad democrática, liberada de la verdad, presupone la completa tiranía. “La liberación respecto a la moral no es otra cosa, en su misma esencia, que una liberación hacia la tiranía” [8].

De este modo, una concepción de la democracia, régimen político que tiene por fin el resguardo de la libertad, que se sustenta en el relativismo moral, en la negación de la posibilidad de conocer la verdad acerca del bien del hombre, y de tenerla como fundamento de una sociedad, deviene en un régimen político donde la libertad queda enteramente destruida. La sociedad que busca una libertad sin contenido termina aplastando a la libertad. La liberación que desliga de la verdad no engendra libertad, sino que la suprime [9]. “La libertad sin verdad no es libertad” [10].

La supervivencia de la sociedad y democracia contemporáneas penden, en el pensamiento de Ratzinger, del reconocimiento de que la razón es capaz del conocimiento de la verdad moral, que esa verdad moral puede ser puesta en común y ser el fundamento sobre el que se sostiene el régimen democrático. El Estado moderno vive de unos supuestos que él mismo no puede garantizar [11]: “un núcleo de verdad –a saber, de verdad ética– parece ser irrenunciable precisamente para la democracia” [12].

Ahora bien, esa verdad moral no se agota en lo que la luz natural de la razón es capaz de alcanzar. La democracia precisa del cristianismo para constituirse un régimen político que sea verdadera garantía de libertad para el hombre. La sociedad democrática contemporánea necesita específicamente de la verdad cristiana: “la verdad sobre el bien que viene de la tradición cristiana se convierte en conocimiento para la razón y en principio razonable” [13]. Es la fe cristiana la que “constituye el fundamento de una fe moral razonable y sin el que ninguna sociedad puede subsistir” [14]. La historia de occidente nos ha mostrado cómo “la razón necesita de la revelación para proceder racionalmente” [15].

En el pensamiento de Ratzinger, la Iglesia cumple un rol fundamental en la supervivencia de una sociedad libre, papel que no desempeña desde una actividad meramente privada, sino que desde una “dimensión pública absoluta, que sobrepasa al Estado” [16]. El Estado, por su parte, “debe reconocer como base de su propia entidad una estructura fundamental de valores cristianamente fundamentados (…) debe aprender que existe una base de verdades que no está sometida al consenso, sino que lo anticipa y lo hace posible” [17].

Volvemos así, al comienzo de nuestra reflexión: una sana democracia, una democracia verdadera y no aparente, debe estar fundada en los principios inmutables de la ley natural y de la verdad revelada. El rechazo de este fundamento es el camino seguro al absolutismo. En palabras de Ratzinger, “apartarse de las grandes fuerzas morales y religiosas de la propia historia es el suicido de una cultura y una nación. Cultivar las evidencias morales esenciales, defenderlas y protegerlas como un bien común sin imponerlas por la fuerza, constituye a mi parecer una condición para mantener la libertad frente a todos los nihilismos y sus consecuencias totalitarias” [18].

Autor: Pedro Madrid Meléndez

Profesor de Filosofía, Colegio san Francisco de Asís (Chile)
y Centro Estudios generales Universidad de los Andes (Chile)

Notas

 [1] Joseph Ratzinger, Verdad, valores, poder: Piedras de toque de la sociedad pluralista (Madrid:  Rialp, 2006), 81.
[2] Ibid. 82.
[3] Ibid. 83.
[4] Ibid. 84.
[5] idem.
[6] idem.
[7] Ibid. 37.
[8] Joseph Ratzinger, Iglesia, Ecumenismo y Política (Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos, 1987), 238.
[9] Cf. Joseph Ratzinger, Fe, verdad y tolerancia. El cristianismo y las religiones del mundo (Salamanca: Sígueme, 2005), 211.
[10] Ibid. p. 209.
[11] Cf. Joseph Ratzinger, Iglesia, Ecumenismo y Política (Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos, 1987), 225.
[12] Joseph Ratzinger, Verdad, valores, poder: Piedras de toque de la sociedad pluralista (Madrid:  Rialp, 2006), 85.
[13] Ibid. 89.
[14] Ibid. 104.
[15] Joseph Ratzinger, Iglesia, Ecumenismo y Política (Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos, 1987), 239.
[16] Ibid. 240.
[17] Ibid. 241.
[18] Joseph Ratzinger, Verdad, valores, poder: Piedras de toque de la sociedad pluralista (Madrid:  Rialp, 2006), 39.

 

 

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