
diciembre 27, 2023• PorEugenio Yáñez
El pontificado de Benedicto XVI
“La fe y la razón son como las dos alas
con las cuales el espíritu humano se eleva
hacia la contemplación de la verdad”.
Fides et ratio, 1998
Desde su partida a la Casa del Padre el 31 de diciembre del 2022 mucho se ha escrito y comentado sobre su persona, su pontificado y su periodo como “Papa emérito”. Y seguramente se seguirá escribiendo, sobre Joseph Ratzinger / Benedicto XVI. Afirmemos por el momento que gobernó la Iglesia Católica con el amor y la fe del pastor, con la profundidad e inteligencia del teólogo y con la sencillez de un humilde servidor de la viña del Señor. Como él mismo señalara en la última entrevista concedida a Peter Seewald el año 2016, la fe y la razón fueron una suerte de hilo de Ariadna que lo condujeron en los intrincados laberintos de su pontificado, léase, gobernar una “nación” de aproximadamente 1300 millones de habitantes pertenecientes a muy diversas culturas y geografías.
Al asumir el papado, Benedicto no desconocía los graves problemas internos de la Iglesia en cuanto institución o “construcción humana”, como tampoco los problemas derivados de su relación con “el mundo”. Sabía también que la superación de estos problemas no se solucionan con reformas estructurales al estilo “más democracia” o “más apertura al mundo”. En consecuencia, no se necesita un reformador de las supuestamente anquilosadas estructuras eclesiales, tampoco un managerque gestione eficientemente la fe de los laicos, “lo que necesita la Iglesia para responder en todo tiempo a las necesidades del hombre es santidad, no management” [1], pues “detrás de la fachada humana está el misterio de una realidad suprahumana sobre la que no tienen autoridad para intervenir ni el reformador, ni el sociólogo, ni el organizador” (ibid).
Teniendo en cuenta estos “datos”, y en un mundo cada vez más signado por el ateísmo tanto teórico como práctico asumió que su misión principal como Papa era “restablecer la centralidad de la fe en Dios” y alentar a los cristianos a vivir su fe en el mundo con valentía y coherencia. En la referida entrevista Seewald le consulta; “¿cuál sería para Ud. a posteriori el ‘hilo conductor’, el rasgo distintivo de su pontificado?” El papa Emérito responde: “Diría que el ‘Año de la fe’ expresa bien esto: un nuevo estímulo para crecer, una vida desde el centro, desde lo dinámico, redescubrir a Dios, redescubrirlo en Cristo, o sea, encontrar de nuevo la centralidad de la fe”. Huelga recordarlo, un Papa no es un reformador social, ni un líder político, la naturaleza propia del pontificado es la comunicación y preservación del tesoro de la fe. Lamentablemente una fe cada día más débil y difícil de vivir en un entorno hostil a la religión cristiana y secularizado. La crisis de y en la Iglesia no se superará, entonces, con más reformas, con más democracia en su interior, sino con santidad. En alguna medida el pontificado de Benedicto XVI se movió entre dos ejes: entre la crisis y la esperanza. Crisis de la Iglesia, pero de esa misma crisis surge la esperanza. En palabras de Hölderlin: “Cercano está el Dios / Y difícil es captarlo. / Pero donde hay peligro / Crece también lo que nos salva” [2].
Al asumir el papado, Benedicto no desconocía los graves problemas internos de la Iglesia en cuanto institución o “construcción humana”, como tampoco los problemas derivados de su relación con “el mundo”. Sabía también que la superación de estos problemas no se solucionan con reformas estructurales al estilo “más democracia” o “más apertura al mundo”.
¿Estamos asistiendo al fin de la civilización en cuanto cristiana? Chantal del Sol en su libro La Fin de la Chrétienté responde afirmativamente. Según ella, aunque persistirán algunas religiones cristianas, la civilización cristiana occidental ha muerto. La fe cristiana ya no tiene la influencia que alguna vez tuvo en occidente, ya no influye en las leyes, no permea la cultura, no aporta una cosmovisión. Ya no es la religión sino el Estado, quien decide qué es legítimo moralmente en nuestras sociedades. Esto ya lo barruntaba el joven teólogo Ratzinger. En la última de las cinco lecciones leídas en la “Hessian Rundfunk” [3] en 1969 afirmaba que “de la crisis actual surgirá una Iglesia que habrá perdido mucho. Será más pequeña y tendrá que volver a empezar más o menos desde el inicio. Ya no será capaz de habitar los edificios que construyó en tiempos de prosperidad” [4]. No es necesario ser historiador, filósofo o sociólogo para constatar que 53 años después, la Iglesia católica ya no es una institución hegemónica, casi no ejerce influencia en las decisiones políticas, sociales o económicas de los países y culturalmente es una institución poco relevante.
Un Papa no es un reformador social, ni un líder político, la naturaleza propia del pontificado es la comunicación y preservación del tesoro de la fe.
A mi juicio, todavía es prematuro elaborar un diagnóstico exhaustivo y un juicio categórico sobre sus casi ocho años de pontificado (19 de abril del 2005- 28 de febrero del 2013) y sobre su legado, no solo a los católicos o a los cristianos, sino a toda la humanidad. En consecuencia, en este artículo solamente esbozar lo que me parece fueron algunos de los grandes hitos de su pontificado, los que a su vez responden a la misión que el mismo Benedicto se autoimpuso: “al emprender su ministerio, el nuevo Papa sabe que su deber es hacer que resplandezca antes los hombres y las mujeres de hoy la luz de Cristo: no la propia luz, sino la de cristo”. En su encíclica Deus caritas est nos recuerda que “no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva”.
Se especuló que su papado sería intrascendente, de transición, con un Vaticano a puertas cerradas defendiéndose del mundo, ese locus peccati, y un Papa tratando de ordenar y reconciliar la casa por dentro, que ya mostraba visos de desorden y falta de unidad… ¿Fue así? Vamos por partes.
I.- Un destacado teólogo a la cátedra de Pedro
Cuando Karol Wojtyla asumió como Juan Pablo II en octubre de 1978 para la gran mayoría de los católicos y no católicos era un ilustre desconocido. Se sabía muy poco de su persona, lo que fue, sin lugar a duda, una ventaja, pues no pesaba sobre él ninguna “hipoteca” (teológica, “política” o doctrinal), que diera lugar a desconfianza, recelo, prejuicios o simplemente rechazo. Cuando Joseph Ratzinger fue elegido Papa no tuvo esa suerte, dado que era muy conocido, tanto al interior de la Iglesia Católica como fuera de ella. A su larga trayectoria como teólogo excepcional [5], se unía su labor pastoral (arzobispo de München y Freising entre 1977 a 1982) y doctrinaria como Prefecto de la Congregación para la Fe (1981-2005). Si bien es cierto que recibió la ovación de parte de los miles de fieles reunidos en la Plaza de San Pedro y en el mundo entero, debió soportar incluso antes de ser consagrado Papa una serie de críticas que lo tildaban de “ultraconservador”, “reaccionario”, “derechista”, “inquisidor”, “Panzer Kardinal”, “Rottweiler de Dios” y otras caricaturas por el estilo. Sus casi ocho años de pontificado se encargaron de desmentir todos estos epítetos. Su humildad, modestia, capacidad de escucha y de diálogo ha sido reconocida por moros y cristianos.
La necesidad de preservar, transmitir y profundizar la fe (sin descuidar la razón) es un signo distintivo, es una suerte de telón de fondo de su pontificado. Desde su primera encíclica (Deus caritas est) hasta su última audiencia el tema de la fe estuvo presente, pues el Papa está consciente de que la fe articula toda la vida del cristiano y que su dinamismo no se expresa solo de manera privada, sino que tiene una dimensión social. El hombre contemporáneo, ese soberbio neo Prometeo, egoísta y autónomo que desafía a Dios, ese Dios que sale amorosamente a su encuentro, necesita más que nunca de la fe, pues la fe es la verdadera esperanza, es la sana alegría y la genuina belleza. Solo desde la fe se puede responder a las más acuciantes preguntas del hombre. Ni las ciencias, ni la técnica, ni la política pueden responder realmente al misterio del dolor o al sentido de la vida. Del mismo modo, ellas no aportan verdadera felicidad. A la postre la crisis del hombre es una crisis del amor, no del pensamiento o de las ideologías. Dios es amor, y por lo tanto fuente de la verdadera alegría y felicidad. En este contexto, nos atrevemos a afirmar que el pontificado de Benedicto XVI estuvo marcado por tres grandes amores: a) amor a Dios, b) amor a su Iglesia y c) amor al prójimo.
II.- Dos grandes hitos de su pontificado
1.- Tolerancia cero ante los abusos (sexuales y de conciencia) cometidos por sacerdotes y religiosos
Habida cuenta de que un hito es un acontecimiento significativo que marca un punto de referencia importante dentro de un proceso, el primer gran hito de su pontificado es, a mi juicio, el modo en que enfrentó el problema de los abusos sexuales y de conciencia al interior de la Iglesia. ¿Cuál fue ese modo?: a) valiente: dio la cara, enfrentó a sus “adversarios, y no tuvo temor de hablar de la “suciedad de la Iglesia”; b) transparente: no ocultó ni los problemas ni los casos de abusos al interior de la Iglesia; c) verdadero: tuvo tolerancia cero con los abusadores y encubridores, independiente de su jerarquía (sacerdote, obispo, cardenal) y toda la comprensión y petición de perdón a las víctimas.
Desde que asumió como Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe se hizo cargo directamente del tema de los abusos. Influyó en el Papa Juan Pablo II para endurecer las sanciones, modificó cánones y dictó nuevas leyes que penalizaban dichos abusos. Hizo más que cualquier otro Papa, pero dada la magnitud de los abusos, su tarea fue inabarcable. Él mismo expresó en su primera audiencia general su “conmoción interior ante la magnitud de la tarea y la responsabilidad” que Dios le confió. Pero como un humilde servidor de la viña, sabe que “los caminos del Señor no son cómodos, pero tampoco hemos sido creados para la comodidad, sino para cosas grandes, para el bien” [6].
A pesar de que los abusos sexuales siempre han sido considerados pecados graves y sancionados por la Iglesia, las investigaciones y sanciones dependían exclusivamente de cada obispo o de cada superior de una orden religiosa, sin una supervisión del Vaticano. Esto generó una suerte de “cultura” del encubrimiento o de la indolencia, pues a veces no se creían en las denuncias. No fueron pocos los casos que se ocultaron para mantener el “buen nombre” de la diócesis, de la orden religiosa, del movimiento religioso o el de la Iglesia, según el caso. Fue una práctica recurrente transferir al culpable a otro encargo u otra diócesis, o se le enviaba a tratamiento psicológico. Esto ocurrió hasta el año 2001: ese año el cardenal Ratzinger, tomando nota de la inacción de los obispos, adoptó una serie de medidas destinadas a castigar estas conductas, pero más aún, obligando a transparentar cada caso. En este contexto, preparó el borrador del documento “Sacramentorum Sanctitatis Tutela” (La tutela de la santidad de los sacramentos), publicado en abril de 2001, el cual exigía a los obispos enviar todos los antecedentes de “denuncias creíbles” a la Congregación para la Doctrina de la Fe. Así el Vaticano ―más vale tarde que nunca― comenzaba a investigar y castigar los abusos en todo el mundo. El año 2002 logró que Juan Pablo II aprobara una norma que permitía expulsar rápidamente del sacerdocio a los sacerdotes y religiosos abusadores, sin largos mecanismos de apelación. Poco antes de ser elegido Pontífice ordenó revisar rigurosamente todos los casos pendientes, incluyendo los expedientes de Marcial Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo, que fue declarado culpable y separado del ministerio público en los primeros meses de su pontificado, como ya hemos señalado. A este respecto Monseñor Charles Scicluna, encargado del Vaticano de las investigaciones de abuso sexual, comentó que “el cardenal Ratzinger demostró sabiduría y firmeza al tratar esos casos. Más aún: dio prueba de gran valor afrontando algunos casos muy difíciles y espinosos, sin acepción de personas”.
Él mismo expresó en su primera audiencia general su “conmoción interior ante la magnitud de la tarea y la responsabilidad” que Dios le confió. Pero como un humilde servidor de la viña, sabe que “los caminos del Señor no son cómodos, pero tampoco hemos sido creados para la comodidad, sino para cosas grandes, para el bien”.
Ya siendo Papa envía una “Carta a los católicos de Irlanda” el 2009 donde expresa a las víctimas: “Habéis sufrido inmensamente y eso me apesadumbra en verdad. Sé que nada puede borrar el mal que habéis soportado. (…) Es comprensible que os resulte difícil perdonar o reconciliaros con la Iglesia. En su nombre, expreso abiertamente la vergüenza y el remordimiento que sentimos todos. Al mismo tiempo, os pido que no perdáis la esperanza”. Junto con eso, en dicha carta habla con fuerza a los sacerdotes y religiosos que han abusado de niños: “Debéis responder de ello ante Dios todopoderoso y ante los tribunales debidamente constituidos”. A los obispos les dice: “no se puede negar que algunos de vosotros y de vuestros predecesores habéis fallado, a veces gravemente, a la hora de aplicar las normas, codificadas desde hace largo tiempo, del derecho canónico sobre los delitos de abusos de niños. Se han cometido graves errores en la respuesta a las acusaciones”. En Chile el año 2010 se acusó públicamente al sacerdote Fernando Karadima ante los tribunales civiles, reactivándose la investigación en la Iglesia y, en consecuencia, en enero del 2011, el Vaticano declaró a Karadima culpable de abusos sexuales a menores, sancionándolo a una vida de retiro en oración y penitencia, prohibiéndole, además, de modo perpetuo del ejercicio público de cualquier acto ministerial, en especial la Confesión y de la dirección espiritual. El 2018 sería expulsado del estado clerical. Otro hecho relevante fue la recepción a las víctimas de abusos sexuales en el Vaticano y las reuniones con ellas en todos sus viajes. Por último, pidió perdón en reiteradas ocasiones. La última vez fue el 08 de febrero del 2022: “Una vez más solo puedo expresar a todas las víctimas de abuso sexual mi profunda vergüenza, mi profundo dolor y mi sentido pedido de perdón”.
2.- Unidad de la Iglesia católica, de los cristianos y de la “familia humana”
El recién elegido Benedicto XVI, en su primer mensaje al mundo católico el 20 de abril en la Capilla Sixtina junto al cuerpo cardenalicio, expresó su preocupación por la (falta de) unidad, no solo de los católicos, sino también de los cristianos y de la “familia humana”. Este es a mi juicio otros de los grandes hechos significativos de su pontificado: sus esfuerzos por la unidad no solo de la Iglesia, sino de todos los cristianos y del mundo entero, pues de la unidad surge entre otros bienes, la paz social. Como teólogo, como arzobispo, posteriormente Cardenal y como Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe y como Benedicto XVI estaba consciente de las disidencias teológicas, doctrinales y pastorales al interior de la Iglesia. Disidencias de larga data. Algunas de ellas afloraron públicamente en el pontificado de Paulo VI [7]. Es más, suele decirse que el Papa temió por la unidad de la Iglesia, incluso por un eventual cisma, después de que “por alguna rendija misteriosa – no, no es misteriosa; por alguna rendija, el humo de Satanás entró en el templo de Dios” [8]. Lamentablemente esta aprehensión papal no ha desaparecido, por el contrario, se ha acrecentado. ¿Está amenazada la unidad de la Iglesia, al límite de experimentar un cisma? Podría parecer delirante pensar en esta posibilidad, pero quizá no sea exagerado postular que al menos esta idea recorre como un fantasma el mundo católico [9]. Consciente de esta situación el recién elegido Papa pide a los cardenales “estar estrechamente unidos entre ellos, como lo reafirmó con fuerza el Concilio (…). Esta comunión colegial, aunque sean diversas las responsabilidades y las funciones del Romano Pontífice y de los obispos, está al servicio de la Iglesia y de la unidad en la fe de todos los creyentes, de la que depende en gran medida la eficacia de la acción evangelizadora en el mundo contemporáneo” [10].
En cuanto a la unidad de los cristianos Benedicto XVI afirmó que “los católicos no pueden menos de sentirse impulsados a la plena unidad que Cristo deseó tan ardientemente en el Cenáculo (…). Por tanto, con plena conciencia, al inicio de su ministerio en la Iglesia de Roma que Pedro regó con su sangre, su actual Sucesor asume como compromiso prioritario trabajar con el máximo empeño en el restablecimiento de la unidad plena y visible de todos los discípulos de Cristo. Esta es su voluntad y este es su apremiante deber. Es consciente de que para ello no bastan las manifestaciones de buenos sentimientos. Hacen falta gestos concretos que penetren en los espíritus y sacudan las conciencias, impulsando a cada uno a la conversión interior, que es el fundamento de todo progreso en el camino del ecumenismo”. Este compromiso ecuménico es según el recién elegido Papa irreversible. Le asiste la convicción de que “el empeño ecuménico en este periodo de la historia de la Iglesia, es parte integrante del desarrollo de la fe” [11]. Reunido en la sala Clementina (25 de abril de 2005) recibió a los representantes de las confesiones cristianas y de las otras religiones. En aquella ocasión expresó que siguiendo “las huellas de mis predecesores en particular de Pablo VI y Juan Pablo II, siento la necesidad de afirmar nuevamente el compromiso irreversible, asumido por el Concilio Vaticano II” de buscar con todas las religiones, “el camino hacia la plena comunión querida por Jesús para sus discípulos”. Benedicto XVI manifestó, por ejemplo, su estima por “el crecimiento del diálogo entre musulmanes y cristianos, tanto en el ámbito local como internacional”. Agregó que la “la Iglesia quiere seguir construyendo puentes de amistad con los seguidores de todas las religiones para buscar el bien verdadero de todas las personas y la sociedad entera”
Uno de esos gestos concretos fue la eliminación en julio del 2007 de las restricciones para celebrar la antigua misa en latín en un gesto importante a los católicos tradicionales. En esta misma línea, el 04 de noviembre del 2009 publicó Anglicanorum coetibus una constitución apostólica dirigida a los fieles, laicos y sacerdotes anglicanos que quisieran volver al catolicismo, manteniendo sus ritos y tradiciones. El documento contiene las disposiciones a seguir para “la institución de ordinariato personal para los anglicanos que desean volver a la plena comunión con la Iglesia católica”.
En el año 2011 recibió a una delegación de la iglesia luterana alemana. Esta le propuso participar en la conmemoración de los quinientos años de la Reforma. Invitación que fue aceptada por el Papa, como gesto ecuménico y destacando aquellos aspectos comunes a ambas religiones, en particular la creencia en la Santísima Trinidad.
Desconozco si la Iglesia Católica experimentará un cisma, pero sí es posible advertir que muchos católicos viven una especie de cisma interior que debilita la inteligencia y enfría el corazón, flagelos estos que se manifiestan en una triple ruptura: de la creatura con su Creador (el ateísmo teórico y práctico), de la creatura con la Creación (la crisis del medio ambiente), y de la creatura consigo misma, y por extensión con sus hermanos (las guerras, la violencia, el genocidio del aborto, el terrorismo, y un largo etc.). Preocupado por estas múltiples muestras de desunión o falta de caridad en la sociedad, termina Benedicto XVI su mensaje con la siguiente exhortación: “pido a Dios la unidad y la paz para la familia humana y reafirmo la disponibilidad de todos los católicos a colaborar en el auténtico desarrollo social, respetuoso de la dignidad de todo ser humano”. En otra ocasión, con motivo de la primera audiencia general [12] ante más de veinte mil peregrinos señaló: “deseo poner mi ministerio al servicio de la reconciliación y armonía entre los hombres y los pueblos, con el profundo convencimiento de que el gran bien de la paz es sobre todo un don de Dios, frágil y precioso, que tenemos que invocar, defender y construir todos los días con la colaboración de todos”.
III.- Grandes problemas
Como en todo orden de cosas su pontificado no estuvo exento de problemas. Para algunos observadores y/o expertos vaticanistas hechos como los abusos sexuales ya referidos, el escándalo conocido como los Vatileaks o los problemas con el Banco del Vaticano habrían precipitado su renuncia. Conviene despejar este punto, pues mucho se ha especulado sobre los motivos “reales” de dicha renuncia. No faltaron las teorías conspirativas que probablemente desconfiaban de los motivos entregados por el mismo Benedicto XVI, quien el 11 de febrero de 2013 anunció su renuncia al cargo, señalando su falta de fuerzas: “he llegado a la certeza de que mis fuerzas, debido a mi avanzada edad, no se adecuan por más tiempo al ejercicio del ministerio petrino. Con total libertad declaro que renuncio al ministerio de obispo de Roma y sucesor de Pedro (…). Para gobernar la barca de San Pedro y anunciar el Evangelio es necesario el vigor tanto del cuerpo como del espíritu, vigor que en los últimos meses ha disminuido en mí de tal forma que he de reconocer mi incapacidad para ejercer bien el Ministerio que me ha sido encomendado”. El anuncio lo hizo en latín durante un consistorio, causando, como era de esperar, la sorpresa de los asistentes. Recientemente Peter Seewald, su biógrafo hizo pública una carta del Papa emérito, fechada el 28 de octubre de 2022, donde le explicaba que renunció al papado porque sufría insomnio y los somníferos habían dejado de surtir efecto: “el insomnio me ha acompañado ininterrumpidamente desde la Jornada Mundial de la Juventud de Colonia (en 2005)”.
Examinemos brevemente en qué consistieron cada uno de estos problemas. De los abusos sexuales ya hemos hablado. Huelga decirlo, al Papa, si se me permite la expresión, le explotó en la cara la bomba de los abusos sexuales y de conciencia a menores y adultos por parte de sacerdotes, religiosos, etc. Y aunque él enfrentó estas situaciones con aplomo y valentía, sin duda mermaron sus fuerzas, a la vez que debilitaban la credibilidad de la Iglesia, generaban desconfianza y provocó una égida de muchos católicos que comenzaron a abandonar la Iglesia. En 2012 estalló el escándalo conocido como Vatileaks. Un medio de la televisión italiana dio a conocer las cartas enviadas a Benedicto XVI por el Nuncio apostólico de Estados Unidos, Carlo María Viganó, en las que denunciaba “corrupción” y “mala gestión”. Los documentos fueron filtrados a la prensa por Paolo Gabriele [13] el mayordomo del Papa. Tiempo después, el italiano Gianluigi Nuzzi publicó un libro titulado en español “Las cartas secretas de Benedicto XVI” con un centenar de nuevos documentos. Según su secretario Monseñor Georg Gänswein, estas filtraciones causaron no solo daño a su pontificado, sino un gran dolor al Papa, dada la cercanía de quién filtró los documentos.
Varios han sido los escándalos que oscurecen los manejos del Banco del Vaticano. Uno de los más conocidos fue la “fuga” de 1.300 millones de dólares en préstamos a empresas fantasmas en América Latina. El banco estaba a cargo del obispo Paul Marcinkus, quien había sido nombrado en 1971 presidente del IOR, sin tener experiencia alguna. Marcinkus murió en 2006 alegando su inocencia. El 2008 se vuelven a investigar las actividades del Banco Vaticano cuando el papa Benedicto XVI renovó la comisión cardenalicia y puso al frente al secretario de Estado desde 2006, el cardenal Tarcisio Bertone. En 2009, Ettore Gotti Tedeschi fue nombrado presidente del Banco Vaticano y apenas un año después, la justicia italiana abrió una investigación en contra de dos directivos de dicha entidad bancaria por violar las leyes italianas de lavado de dinero. La policía incautó US$30 millones en activos del Vaticano en septiembre de 2010. Ese mismo año en diciembre Benedicto XVI mediante un “motu proprio”, creó la Autoridad de Información Financiera del Vaticano, cuyo objetivo es “la prevención y el contraste de las actividades ilegales en el campo financiero y monetario en el estado de la Ciudad del Vaticano”. El 2012 fue destituido Ettore Gotti Tedeschi.
Reflexiones finales
El desafío que enfrentó Benedicto XVI no fue menor, tomando en cuenta que el carismático Juan Pablo II tras su largo pontificado (1978-2005) había dejado la “vara muy alta” [14]. Muchos creyeron ver en Joseph Ratzinger solo un Papa de transición, al estilo de Juan XXIII (1958-1963) dada su avanzada edad (78 años). Sabemos que no fue así, para el bien de la Iglesia.
Así como el mismo Benedicto XVI afirmó que Juan Pablo II dejó una “Iglesia más valiente, más libre, más joven”, podríamos afirmar que Benedicto dejó una Iglesia más verdadera y transparente. Él presintió que su pontificado no sería muy largo, y, en consecuencia, no lograría realizar todas las reformas necesarias. Sin desconocer la importancia de las reformas eclesiales, mucho más importante fue para él que los cristianos no pierdan o recuperen la fe en Dios y vivan según esa fe. En su última entrevista como Papa emérito ante la pregunta de si el hecho de saber que su pontificado sería breve influyó en su programa de gobierno, responde: “Claro que sí. No podía abordar asuntos a largo plazo. Algo así hay que hacerlo cuando uno tiene tiempo ante sí. Era consciente de que mi encargo era de otra clase, de que debía esforzarme sobre todo por mostrar qué significa la fe en el mundo actual, por restablecer la centralidad de la fe en Dios e infundir a las personas valentía para creer, valentía para vivir la fe de modo concreto en este mundo. Fe, razón: son facetas que reconocí como parte de mi misión y para las que no era importante cuánto durara el pontificado” [15]. Al igual que san Benito, del cual tomó su nombre, Benedicto XVI encarnó en su pontificado la regla del monje de no anteponer nada al amor de Cristo: “que en nuestros pensamientos y en todas nuestras actividades siempre esté en el primer lugar” [16].
Benedicto XVI hizo todo el esfuerzo humanamente posible por enfrentar los males del mundo representados en lo que él llamó la “dictadura del relativismo” y por recuperar la esperanza atrapada en el fondo de la caja de Pandora. Se entregó en cuerpo y alma a esta labor y en más de una ocasión debe haber experimentado un profundo dolor. A fin de cuentas, no hay catolicismo sin la cruz.
Autor: Eugenio Yáñez
Decano de la Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales
de la Universidad San Sebastián (Chile)
Notas
[1] Citado de Vittorio Messori, Informe sobre la Fe (Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos, 1975), 54.
[2]La versión original de Patmos dice: “Nah ist und schwer zu fassen der Gott. Wo aber Gefahr ist, wächst das Rettende auch” (la traducción es nuestra).
[3] Posteriormente en el libro de Vittorio Messori, “Informe sobre la fe” el entonces Cardenal Ratzinger vuelve sobre el tema.
[4] Después de siglos en Alemania los cristianos son minoría en el país. Ambas iglesias, la católica y la protestante no alcanzan el 50% de la población. En Chile, según algunas cifras sólo el 45 % se declaraba católico. Otras cifras arrojan una cantidad menor.
[5] Siendo muy joven (a la sazón 35 años) se destacó en como perito en el Concilio Vaticano II, comisionado por el arzobispo de Colonia Monseñor Joseph Frings. A este respecto véase Pablo Blanco Sarto, Joseph Ratzinger, perito del Concilio Vaticano II, (1962-1965). En: AIHg, (2006), Pp. 43-66. También destaca su trabajo como co-fundador de la prestigiosa revista Concilium en 1963 (aunque su primer número apareció en 1965) junto entre otros Hans Küng.
[6] Discurso a los peregrinos alemanes, 25 abril 2005
[7] Véase por ejemplo las declaraciones de algunos teólogos en contra de Humanae vitae. Karl Rahner justificaba su disidencia del siguiente modo: «el respeto que un profesor de Teología debe tener a una declaración del magisterio’ ordinario, auténtica pero no definida, no puede seguir significando hoy en día, en las circunstancias concretas de la Iglesia y del mundo, que el teólogo moralista debe asumir una de estas opiniones: o bien defender esa expresión doctrinal contra viento y marea, como si se tratara simplemente de la única, segura e indiscutible interpretación para todos los tiempos, o simplemente guardar silencio (.. ….. ) El teólogo moralista debe, por una parte, asegurarse por todos los medios de que está haciendo comprensible a sus oyentes todo lo que pertenece a la enseñanza papal, como autoridad formal del magisterio y lo que pertenece a las razones fundamentales que sostienen la posición papal. Pero, por otra parte, no deberá callar acerca de las dificultades objetivamente presentes y subjetivamente efectivas que contradicen la enseñanza papal, porque en caso contrario perdería la confianza de los oyentes. Además, debe intentar una auténtica y verdadera formación de la conciencia, aun cuando no logre que esa formación tenga el mismo éxito en todos». Cfr. Rahner, Karl, «Sobre la encíclica Humanae Vitae», en AA VV, Humanae Vitae: sí y no. Antología de estudios doctrinales, Editorial Paidós, Buenos Aires 1970, p. 208. La Revista Mensaje en su edición N° 175, de diciembre de 1968 publicaba extractos de algunas conferencias episcopales apoyando (tímidamente) la encíclica.
[8] Carta de Paulo VI fechada el 29 de junio de 1972.
[9] Robert Spaemann afirmó el 2018 a propósito de la publicación de amoris laetitia que “el caos ha sido instituido en principio con un golpe de pluma. El Papa habría debido saber que con un paso así divide a la Iglesia y la lleva hacia un cisma. Este cisma no residiría en la periferia, sino en el corazón mismo de la Iglesia”. Por su parte, el Cardenal Müller ex prefecto de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, llamó tras su salida a las autoridades a «escuchar a quienes tienen dudas serias y justas reclamaciones: no hay que ignorarlos o, peor aún, humillarlos (…). Si no, sin quererlo, el riesgo de una separación lenta puede aumentar, lo que podría desembocar en un cisma de una parte del mundo católico, desorientado y decepcionado». Se debe mencionar también a aquellos sectores ultratradicionalistas que acusan al Papa Francisco reiteradamente de cismático. Otro signo de estos tiempos (pre) cismáticos, sería la experiencia que está viviendo Iglesia alemana con su llamado Camino Sinodal.
[10] Mensaje a los Cardenales, 20 de abril de 2005.
[11] Citado en Vittorio Messori, Informe sobre la Fe (Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos, 1975),171
[12] Audiencia general del 27 de abril del 2005.
[13] Paolo Gabriele falleció el 2020 a los 54 años. Se desconocen los reales motivos de su “traición” a Benedicto XVI. Durante el juicio declaró que actuó como un “agente del Espíritu Santo” con el objetivo de ayudar al Papa en su lucha contra la corrupción y otros males del clero romano: “No me siento culpable de un robo, pero me siento culpable de haber abusado de la confianza que el Santo Padre había depositado en mí”. Fue condenado a un año y medio de prisión por delito de robo.
[14] A propósito del poder mediático y carisma del Papa polaco y del “bajo perfil” de Benedicto XVI, se solía decir que a Juan Pablo II, los peregrinos en la plaza de san Pedro lo iban a ver, y a Benedicto XVI a escuchar.
[15] Citado de Benedicto XVI y Peter Seewald, últimas conversaciones con Peter Seewald (Bilbao: Ediciones Mensajero,2016), 32.
[16] Audiencia general, 27 abril 2005
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Last modified: enero 5, 2024