2024 09 02Nasarre 1

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Distributismo, libertad y propiedad

“Es evidente que el carterista es un defensor de la empresa privada. Pero quizás sería exagerado decir  que el carterista  es un defensor de la propiedad privada”

“La utopía es exactamente como el estado actual de cosas, sólo que es peor”.

G.K. Chesterton; “Los límites de la cordura”, 1926

“No serás propietario de nada y serás feliz” enunció solemnemente en 2016 la diputada I. Auken en el Foro de Davos. Con ello nos marcó la ruta hacia la utopía, que tenemos que transitar mediante la “uberización” de los bienes y servicios: vaya usted en patinete, que no le hace falta coche, pues, total, ya estamos reduciendo los carriles en favor de las bicicletas y no llegará; además, ya me explicará con detalle a dónde quiere ir, si lo tiene todo en la “ciudad de los 15 minutos”; a ver si tendremos que multarle para compensar su “huella de carbono” y falta de solidaridad. Y, como ya no tiene discos con su música y películas, aquí le presento a nuestro inteligente algoritmo, sesgado con nuestra agenda, que le dirá qué ver y qué escuchar en cada plataforma. Esté de acuerdo con las opiniones de aquellos que piensan como nosotros, a lo 1984, o queda cancelado; y para qué quiere ser dueño de una casa si no sabe dónde acabará trabajando, lejos de sus raíces y de su familia, en busca de El Dorado. O, pronto, qué hace usted intentando comprarse un dulce de leche, si tiene el colesterol tan alto, y nuestra IA ve que hace tiempo que no va al gym; creo que le vamos a dejar sin sanidad pública un par de meses para reeducarlo. Un día perfecto, vaya.

La propiedad privada es la única institución, muy anterior por milenios a la existencia de cualquier Estado (diríamos, siguiendo a Santo Tomás, que natural), que se alza como protección de los individuos y de las familias frente los abusos de los poderosos.

Cuando Chesterton (en sus obras What’s Wrong With the World y The Outline of Sanity) y Belloc (en The Servile State) advertían que capitalismo y socialismo eran lo mismo y llevaban a un estado servil, se referían a esto: que negando la propiedad privada a los ciudadanos (de sus propias películas, de su opinión, de su vivienda, de su vehículo de transporte), esta no desaparece mágicamente (el paraíso comunista, otra vuelta al mito del “buen salvaje”, a lo “Avatar” con coletas, aunque menos azul) sino que queda concentrada en manos de grandes corporaciones privadas o del Estado, respectivamente, subyugándonos y haciéndonos dependientes de  sus subsidios, de sus productos y servicios y de sus salarios, convirtiéndonos en siervos de los mismos. Y en esto están completamente de acuerdo capitalismo y comunismo. Hoy lo justifican en el fin inminente del planeta por el cambio climático antropogénico o porque debemos conseguir, ahora sí que sí, la “igualdad real” en todos los ámbitos, la cual nos fue arrebatada en la aburguesada Revolución Francesa, al fracasar límpidos profetas como Robespierre o Babeuf; o tras las “interesantes” (y desastrosas para las personas y el patrimonio) experiencias comunitaristas de Münster o de París, que Marx admiraba.

La propiedad privada es la única institución, muy anterior por milenios a la existencia de cualquier Estado (diríamos, siguiendo a Santo Tomás, que natural), que se alza como protección de los individuos y de las familias frente los abusos de los poderosos, tanto privados como públicos, la que garantiza su libertad, su igualdad y su dignidad. Sin tener nada propio, difícilmente se puede ser libre, igual o digno: ¿Podrás votar por quien quieras? ¿Accederás como los demás a bienes o servicios? Los demás, te ¿respetarán? No te preocupes, contestarán por ti los que sí tienen, y mucho, al acumular todo lo que a ti no te dejan tener “porque no te hace falta” y porque ellos “saben mejor lo que te conviene a ti y al planeta”.

Aunque, cuando llegues a tus 30, no tengas ahorros, no puedas tener ni vivienda propia ni hijos, el coliving (vivir sin más remedio en habitaciones con muchos otros durante años, al estilo de las kommunal’naya kvartira soviéticas) y el nomadismo estarán ahí para ampararte.

Ante tal botín, no es de extrañar que los de un lado insistan a lo largo de los siglos que hay que abolirla, haciendo realidad el Manifiesto Comunista, porque la propiedad privada es “el origen de todos los males” (Rousseu, J.J.; Discours sur l’origine et les fondements de l’inégalité parmi les hommes). Marcuse (cfr. One-Dimensional Man), Mouffe y Laclau (cfr. “Hegemonía y estrategia socialista”), y en nuestros días, Piketty, alientan lo mismo: hagas lo que hagas, siempre quedan minorías arrinconadas por el sistema cuya situación podamos explotar para evidenciar el fracaso del capitalismo, a pesar de que desde los años 50/60 del s. XX los trabajadores habían conseguido su utilitario, su vivienda y su familia y que ya no estaban para revoluciones armadas para alcanzar su ansiada “dictadura del proletariado”.

Pero también los del otro lado, los capitalistas, están encantados con todo ello: les complace encontrar “nichos de mercado” que explotar, con la excusa de exaltar al individuo: necesitas tal o cual color de pelo, bandera o tatuaje, viajar a muchos países, participar en el ocio de moda para destacar tu condición y realizarte como persona. Le molestan las entidades intermedias (como la familia o las asociaciones) que podrían hacerlo irrelevante, pues ayudan -probablemente más eficazmente, y no solo en lo material- a los individuos, evitando así tanto consumo. Además, desde la Crisis Financiera Mundial de 2007 (CFM, 2007) se ha reinventado para que, a pesar de estar en condiciones personales o patrimoniales cada vez más precarias (sola, sin hijos, sin casa; todo muy “líquido”), sigas pudiendo disfrutar de tu bocadillo de tofu a las 3 de la mañana que te traerá un precarizado rider, puedas seguir arrasando a bajo costo ciudades turísticas cada fin de semana, comprar docenas de prendas en Shein o tener tu Über particular sin licencia ni vacaciones para que en segundos, bajo amenaza de recibir pocas estrellas, te recoja y te deje donde le ordenes. Aunque, cuando llegues a tus 30, no tengas ahorros, no puedas tener ni vivienda propia ni hijos, el coliving (vivir sin más remedio en habitaciones con muchos otros durante años, al estilo de las kommunal’naya kvartira soviéticas) y el nomadismo estarán ahí para ampararte. Es igual, la acumulación de capital, la explotación del egoísmo recíproco (recuerden el interés del carnicero de A. Smith), te darán nuevos motivos para vivir mientras seas productivo, hasta que “sobres” y que igual llegue el momento de irte ventilando eutanásicamente, a lo Soylent Green (1973).

Además, ¿para qué quieres tener una casa propia? Eso es el colmo del egoísmo. La propiedad privada no debería existir y menos sobre un derecho humano, como la vivienda. El pago del alquiler es un robo y los caseros unos aprovechados de las clases más humildes; es injusto que uno tenga cinco casas y yo ninguna y que encima las haya heredado. Hay que arreglarlo, porque la propiedad privada no es un derecho, “es un robo”, como dijo Proudhon (“¿Qué es la propiedad?”); no, no, “es una función social”, como afirmó Duguit (La conception nouvelle de la liberté), estirando del hilo de Comte (Système de politique positive), quien había escrito que “cada ciudadano constituye verdaderamente un funcionario público”, intentado dulcificar a los marxistas para que “colara” una “propiedad privada descafeinada” en las constituciones occidentales democráticas, como consiguió. Y quién mejor para asegurar dicha “función social” que el Estado. Ay, eso es, que de un modo u otro todos tengamos que estar al servicio del Estado y, claro, también nuestras propiedades, especialmente nuestras viviendas. Lejos de ser una especulación, esto ya es una realidad con la nueva Ley de vivienda española (Ley 12/2023), a partir de la cual el Estado puede decidir para qué la puedes usar, a quién y a cuánto la puedes vender o alquilar o si tus hijos se merecen heredarla si ya tienen un sitio donde vivir. Mientras tanto, te alquilarán viviendas sociales durante años, siempre, claro, que sigas portándote bien con tu alcalde casero. Hasta esto hemos llegado, de momento. Y piensen que a los grandes capitalistas (familias, fondos, extranjeros potentados) les va bien también porque si a las familias les dificultan cada vez más comprar (a través de restricciones en el acceso al crédito, como en la Ley 5/2019 derivada de la Directiva 2014/19/UE, o la falta de tenencias dominicales alternativas, como las que mencionamos a continuación), ellos compran y se las alquilan a estos, claro, a precios cada vez más prohibitivos. Así, en España, en pocos años los fondos de inversión han duplicado el stock de viviendas que gestionan mientras que el 15% de las viviendas en 2023 ya fueron compradas por extranjeros.

Chesterton ya apuntó algunas vías para avanzar con el distributismo, que necesariamente deben explorarse y desarrollarse, siendo las más concretas: que se incentiven (fiscalmente, subsidios) las pequeñas propiedades frente a los holdings.

Entonces, ¿nos queda algo entre el capitalismo y el comunitarismo? Sí. El distributismo, que esencialmente se fundamenta en una propiedad privada lo más distribuida posible, especialmente de la vivienda y de los factores de producción. Es decir, en lugar de “acumulación” o de “función social”, pongamos el “bien común”. Y visto que la intervención del estado, tarde o temprano, llega a la laceración y luego cuestionamiento de la propiedad privada; y que cuando se liberaliza el mercado hipotecario, del suelo y de la vivienda se acaba en la GFC2007 con miles de familias sobreendeudadas, es  importante dotarnos de un marco jurídico que consiga per se que la propiedad privada, por ejemplo, de la vivienda, esté lo más distribuida posible. Y ello se ha conseguido en España tradicionalmente y de manera exitosa (es el país de la Unión Europea en que más hogares viven en pisos) a través de la propiedad horizontal (las familias son propietarias en exclusiva de sus pisos y copropietarias de los elementos comunes), a diferencia de los edificios en Alemania (propiedad vertical) o en el Reino Unido (freeholds/leaseholds), muchos de ellos en manos de familias ricas o de sus empresas. Y, desde 2015, en Cataluña también a través del fraccionamiento de la propiedad mediante cuotas (propiedad compartida) y tiempo (propiedad temporal). Ambas permiten conseguir la propiedad privada de viviendas, evitando el sobreendeudamiento familiar y contribuyendo así a su generalización. Chesterton ya apuntó algunas vías para avanzar con el distributismo, que necesariamente deben explorarse y desarrollarse, siendo las más concretas: que se incentiven (fiscalmente, subsidios) las pequeñas propiedades frente a los holdings y la abolición de la primogenitura en el derecho sucesorio.

No obstante, como suele ser habitual, tienen más predicamento los extremos que las propuestas sensatas, lo que, por cierto, acabó desesperando a Belloc. No obstante, no podemos cejar en el intento de defender al máximo la libertad, la igualdad y la dignidad de las personas, especialmente garantizando su derecho a llegar a ser propietarios de sus viviendas, porque las otras dos vías ya les he dicho en este texto a donde llevan.

Autor: Sergio Nasarre Aznar

Catedrático de Derecho civil
Fundador de la Cátedra UNESCO de vivienda
Universidad Rovira i Virgili

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