2024 10 03hispanidad 1

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Claudia Sheinbaum, indigenismo y la cuestión del perdón

Somos la historia que nos contamos. Volviendo del trabajo, en los momentos de esparcimiento o en la Santa Misa; en las conversaciones reposadas con viejos amigos, en los encendidos debates tabernarios o en las tradiciones revividas durante generaciones. Definiciones comunes y reconocibles que, a fuerza de repetirnos, van modelando el ethos de la comunidad política. Alfareros de un “nosotros” que se distingue ―cuando no directamente se opone― de la otredad, con sus quejas y lamentos, epítetos y cantares.

La recién investida presidenta de los Estados Unidos Mexicanos, Claudia Sheinbaum, decidió no invitar a su toma de posesión al Rey de España, Felipe VI.

Toda construcción identitaria necesita un mito cosmogónico. Un hito fundacional, trazable y comprensible. Un punto de partida que diga mucho de cómo somos, sentimos y nos relacionamos. Que hable del hoy desde el ayer, y así nos permita proyectarnos al mañana. De modo orgánico, familiar, comunitario… en el barrio, la escuela, la fábrica o la parroquia. Y en todas esas instancias, próximas y accesibles, ha venido permeando ―no por accidente― durante siglos el odio teledirigido y el revanchismo contra la Hispanidad, especialmente desgraciada en idolatrías insondables y querencias negrolegendarias.

Recientemente hemos tenido un nuevo ―que no original― ejemplo cuando la recién investida presidenta de los Estados Unidos Mexicanos, Claudia Sheinbaum, decidió no invitar a su toma de posesión al Rey de España, Felipe VI. El casus belli nos retrotrae a 2019, cuando tanto la Casa Real como el Gobierno de España decidieron no responder a una carta enviada por el prócer de Sheinbaum, AMLO, exigiendo perdón a España por la “conquista de México”. Cinco años más tarde, la actual mandataria mexicana insiste en una disculpa “por las atrocidades cometidas durante la Conquista española”.

Para responder a Sheinbaum bastaría con recuperar la sentencia del Nobel de Literatura mexicano, Octavio Paz, en la Tercera del ABC del Día de los Santos Inocentes de 1985: “El odio a Cortés no es odio a España, es odio a nosotros mismos. El mito nos impide vernos en nuestro pasado y, sobre todo, impide la reconciliación de México con su otra mitad”. Un odio autoinfligido sedimentado en la negación de un pasado compartido y de un presente inseparable, dado que la Hispanidad nació a ambos lados del océano, en Tenochtitlán, Burgos y Toledo. Un choque de civilizaciones no exento de violencia, como corresponde a la naturaleza de un alumbramiento, pero muy alejado de las tesis neoindigenistas tan de moda en nuestros días. Y una hermandad sustentada sobre el reconocimiento de una paternidad común, la divina, y cobijada en el manto estrellado de Nuestra Madrecita, la Virgen de Guadalupe.

En esta misión histórica que es en primer lugar una empresa evangélica, España trajo también el perdón al otro lado del Atlántico. Hoy lo exige Sheinbaum, renegando de quienes le brindaron la posibilidad de hacerlo.

Una de esas historias personales que trazan rumbos y fijan coordenadas es la del doctor Miguel León Portilla, cuyo indigenismo devino inevitablemente en hispanismo. Nombres propios que nos ayudan a visualizar la honda y fecunda ligazón entre “uma gente fortissima de Espanha” descrita por Camoens y “nuestros amigos los indios”, llamados así por los Reyes Católicos. Trescientos años de virreinatos, desde la “conquista” que lograron los indígenas, guiados por unos cientos de españoles, hasta una independencia auspiciada por criollos ávidos de poder. Prueba de la fidelidad de los oriundos americanos a la Corona española es el hecho de que el grueso de los ejércitos realistas contrarios a la independencia estaba compuesto por indios. Toda una obra de hermanamiento que no ha tenido comparación en la historia, y que hoy se concreta en la realidad mestiza de toda Hispanoamérica. Basta contemplar la iglesia de La Compañía en Quito para darse cuenta de la naturaleza generadora del imperio español y percibir la continuidad de Roma, Grecia y Jerusalén en el Nuevo Mundo.

La Hispanidad es una luz de lo alto. Tanto es así que, incluso quienes pretenden atacarla, terminan por homenajearla. ¿No hay acaso algo de homenaje en la exigencia de perdón de Sheinbaum? Se afirman dos certezas casi matemáticas: la fe católica y una lengua, la española. En “Defensa de la Hispanidad”, Ramiro de Maeztu afirma que “la corriente histórica nos hacía tender la Cruz al Mundo Nuevo”, y así, en esta misión histórica que es en primer lugar una empresa evangélica, España trajo también el perdón al otro lado del Atlántico. Hoy lo exige Sheinbaum, renegando de quienes le brindaron la posibilidad de hacerlo, como esos doce primeros franciscanos, en sayal y descalzos. La respuesta española son las dos conversiones, que son los dos mejores regalos: el agua bautismal y las lágrimas de la Penitencia.

Autor: Daniel Campderá

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