Carta al Editor
Señor Editor:
El 9 de diciembre se publicó en “El Mercurio” un reportaje sobre un estudio reciente realizado por la Universidad Andrés Bello. Dicho estudio constata un profundo desconocimiento histórico en los jóvenes chilenos, quienes solo pueden reconocer los nombres de personajes históricos —tales como Pedro de Valdivia y Bernardo O’Higgins—, pero no conocen qué es lo que hicieron ni su relevancia para la historia del país. Esto nos lleva a preguntarnos por el rol formativo que cumple la historia.
En un célebre pasaje, Edmund Burke describió la sociedad civil como una comunidad en toda ciencia, todo arte, en toda virtud y perfección, bienes que no son posibles de conseguir en una sola generación. Así, la sociedad adquiere una dimensión histórica: es una comunidad conformada por los vivos, los muertos y los que están por nacer.
Bajo esta óptica, la historia no es meramente un repositorio de datos interesantes para comentar en la sobremesa, sino el conjunto de experiencias pasadas que constituyen el núcleo de la vida de una nación. La historia forma parte del currículum básico de estudios porque es un elemento esencial en la sociabilización del ciudadano, le da a este un lugar en el mundo y lo emparenta espiritualmente con sus conciudadanos. Además, el conocimiento de los hombres y las cosas del pasado tiene un cierto valor ejemplar: conociendo a nuestros congéneres de otro tiempo, podemos apreciar la complejidad de la vida humana y enfrentarnos al presente aceptando lo dulce y lo agraz como elementos constitutivos de toda vida en comunidad. En este sentido, la historia es magistra vitae —maestra de la vida— al decir de Cicerón: desde ella nos aproximamos al conocimiento del hombre, en miras a enfrentar un presente que siempre es nuevo, pero que es a su vez iluminado por la novedad de un pasado siempre presente.
Profesor universitario
Last modified: diciembre 11, 2024
