
La mujer y el sentido de la vida
“La mar es el consuelo de nuestros días, como ha sido el consuelo de los siglos. Es la compañera que acoge a los hombres. Tiene estados de ánimo para que llenen el almacén de la mente, peligros para la prueba o incluso para un fin, y calmas como buen emblema de la muerte…” (Belloc, H.; The Cruise of the Nona). Cuando Hilaire Belloc perdió a su esposa a una edad muy temprana, inició una travesía marítima que funcionó como una suerte de viaje de sanación, una etapa de redescubrimiento tras la muerte del gran amor de su vida. El mar es, simbólicamente, una multitud de cosas. En lo personal, por el lugar en el que nací y por las experiencias que viví, es símbolo de infancia y nostalgia además de misterio, y también, como en el caso de Belloc, símbolo de consuelo a la vez que de despedida… Y, sobre todo, de amores perdidos. El mar, el tiempo, el amor, la melancolía y el consuelo se encuentran, por razones misteriosas, asociados en un vínculo inquebrantable. El libro del Apocalipsis nos revela que, cuando este mundo pase, en la nueva tierra no habrá ya mar. Quizá se deba en parte a que en la nueva Creación sin mácula ya no será necesario el consuelo ni habrá tampoco amores perdidos, y hombres y mujeres no se darán ya en casamiento, puesto que, dice el Señor, serán como ángeles en el Cielo (cfr. Mt. 22, 30). Pero en este mundo caído, el mar nos evoca a la vez que nos consuela, nos recuerda los amores perdidos a la vez que nos dulcifica el recuerdo. Para aquellos que sepan leer en la Naturaleza, el mar refleja mucho de la dimensión trágica de la existencia mortal en la que el hombre y la mujer se encuentran inmersos, condenados a amarse y a perderse mutuamente.
Para aquellos que sepan leer en la Naturaleza, el mar refleja mucho de la dimensión trágica de la existencia mortal en la que el hombre y la mujer se encuentran inmersos, condenados a amarse y a perderse mutuamente.
También fue cerca del mar donde el Poeta Supremo, Dante Alighieri, se reencontró con su amada Beatriz. Biográficamente, Dante fue también presa de un amor perdido, primero por no correspondido, y luego por la trágica muerte de su amor. Exiliado posteriormente de su Florencia natal, hogar también de Beatriz, Dante vagó por los caminos sufriendo hambre y sed, mendigando de corte en corte, estudiando los grandes mitos y todas las disciplinas del saber humano y encomendándose a Dios con un objetivo claro: “decir acerca de ella lo que nunca fue dicho acerca de ninguna” (Alighieri, D.; “Vida Nueva”). De ese propósito firmemente asentado acabaría surgiendo la obra cúspide de la Edad Media y uno de los poemas más grandes de la Historia de la Humanidad, en el que Dante se llegó, finalmente, a reencontrar con Beatriz en la cima del Purgatorio, una enorme montaña ubicada en una remota isla en mares lejanos. En el jardín del Edén, el primer hogar de la estirpe humana, aquel en donde Adán y Eva paseaban juntos de la mano, también Dante y Beatriz pudieron finalmente encontrarse luego de una larga separación. No fue él, sin embargo, quien la rescató a ella; por el contrario, fue ella quien lo rescató a él de la oscura selva en que se hallaba, fue ella quien envió a Virgilio a que lo guiara por los profundos y tenebrosos abismos infernales y por las escarpadas crestas del Purgatorio, y fue ella quien lo condujo por los nueve cielos hasta alcanzar la Suprema Contemplación en el Empíreo. La mujer que nos muestra el Sacro Poema no es una criatura inferior al hombre; tampoco es un actor pasivo, a la espera de la salvación masculina. La mujer que nos presenta la Comedia es, en la línea de Chesterton, algo así como el receptáculo de la dignidad, la custodia del sentido común y, como solía repetir nuestro recién fallecido profesor Dalmacio Negro, la poseedora de la auctoritas, aquella que lleva las riendas aunque sea de manera velada, como la Madre de Dios en las bodas de Caná.
Mujer y hombre son, en realidad, compañeros en un destino común. En el poema de Dante Beatriz misma fue un instrumento; pero no un instrumento en manos de hombres, sino uno en manos de Dios mismo. Beatriz ensalzó a Dante, lo elevó a cimas con las que él no podía siquiera soñar, y en el momento adecuado ella misma se echó a un lado para que él pudiera contemplar al que es la verdadera fuente y el verdadero propósito de todo amor, que no es otro que el Amor mismo. San Pablo, en un pasaje que las feministas acusan de machista y que los machistas emplean vanamente para ensalzarse, exhorta a la mujer a estar siempre sujeta al marido (Ef. 5, 22). Lo que unos y otros olvidan es que el propio San Pablo llama al marido a amar a la mujer como a su propia carne, y a ambos a someterse a Cristo, Dios mismo. El hombre y la mujer no están llamados a enfrentarse, sino a unirse en el escenario del drama de la existencia humana y a ensalzarse mutuamente. Hay algo innegable en la realidad, sea cual sea el credo de cada cual, y es que la vida es el fruto de la unión entre el hombre y la mujer. Solo quien detesta la vida puede, pues, desear su enfrentamiento y su división.
La mujer que nos presenta la Comedia es, en la línea de Chesterton, algo así como el receptáculo de la dignidad, la custodia del sentido común.
Habitamos hoy un mundo desacralizado y prosaico, en donde el escepticismo y el cinismo radicales condujeron a unos y otras a acusarse mutuamente, a echarse en cara “opresiones” y “privilegios” y a considerar, todos ellos, que en la división y la separación radical se encuentra la liberación. No se negará aquí que la Historia está repleta de abusos de poder. El Génesis nos advierte sobre la dominación del marido sobre la mujer como consecuencia del pecado original. Lo que se niega aquí es que la solución ante el dolor de cabeza sea cortar la cabeza misma. Se niega que, ante los problemas que puedan llegar a existir entre hombres y mujeres, el problema sea el hombre o la mujer. Y se afirma que uno y otro sexo son, siguiendo a Tolkien, “compañeros de naufragio”, en el naufragio común que es la existencia humana en donde solo el amor puede conducirnos a buen puerto. No me doblegaré ante aquellas filosofías nihilistas que niegan el amor. Antes bien, seguiré contemplando el mar y recordando con cariño mi amor perdido. Seguiré aspirando a recoger la chispa de Dante y, siguiendo su ejemplo, escribir algún día algo digno de rendirle tributo. Y, sobre todo, seguiré defendiendo la verdad de la dignidad de la mujer frente a aquellos que la pretendan socavar, afirmando que sólo en el mutuo amor podrán hombres y mujeres regresar finalmente a ese hogar anhelado; ese Hogar más allá del espacio y el tiempo en donde no habrá ya dominio tiránico, ni separación, ni muerte.
Last modified: marzo 11, 2025