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Hispanoamérica será cristiana o no será

Buenas noticias desde Buenos Aires. El pasado 23 de agosto, un fallo de la Corte Suprema argentina avaló que se conmemore a dos figuras católicas en las escuelas públicas de Mendoza: el Apóstol Santiago y la Virgen del Carmen de Cuyo. La Asociación Civil Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (APDH), había reclamado que conmemorar figuras católicas en el aula infringía la neutralidad religiosa de las escuelas públicas (usando el eufemismo de “Estado laico” para la promoción de su ateísmo social). No es primera vez que se abusa del concepto de derechos humanos para atacar la religión: crucifijos en escuelas públicas, atentados contra el rol preferente de los padres en la educación de sus hijos, menciones a Dios en discursos oficiales… Basta con mirar el modo en que la Corte Interamericana de Derechos Humanos resolvió el caso de Sandra Pavez versus Chile. No obstante, la Corte platense resolvió que si bien se veneran a dos figuras católicas, no se hace en razón de la religión, sino en virtud de sus vínculos con la tradición cultural de la provincia y, por tanto, su conmemoración puede ser incluida en el calendario escolar:

“Como se ha señalado, el conflicto no se refiere a la enseñanza y adoctrinamiento religioso en las escuelas, sino a la conmemoración de fechas relativas a la identidad cultural e histórica de la provincia” (Corte Suprema de Justicia de la Nación, Argentina; 4956/2015/RH1).

¿Qué es lo que subyace al reclamo de la APDH?, ¿por qué tanto desprecio hacia el fenómeno religioso en la sociedad?… Muchos de los grupos que promueven ideas como estas lo hacen bajo el eslogan de “Estado Laico”, con la cual, bajo la excusa de promover una neutralidad religiosa imposible, en realidad promueve una visión material del hombre y de la sociedad (Estado laicista).

Asumen así una visión materialista que está lejos de una neutralidad que no existe ni puede existir. En lugar de promover la religión como un hecho social, como un modo de proteger el derecho a la libertad religiosa, se prohíben sus manifestaciones, reduciéndola a una mera percepción subjetiva que debe ser relegada a las profundidades de la conciencia individual.

En el fondo, el reclamo de la Asociación Civil Asamblea Permanente por los Derechos Humanos emana de un pensamiento laicista muy extremo, que considera que la sola mención de una dimensión espiritual en el hombre sería una imposición contraria a los derechos humanos. Así, las instituciones deberían estar libres de cualquier influencia religiosa o, en última instancia, de cualquier principio trascendente al hombre. Bajo este argumento, y conscientes de la importancia de controlar la educación para formar a ciudadanos “libres”, consideran que debería estar prohibido impartir obligatoriamente religión en los colegios públicos, pues el único horizonte es el mismo hombre y su propia autonomía. Asumen así una visión materialista que está lejos de una neutralidad que no existe ni puede existir. En lugar de promover la religión como un hecho social, como un modo de proteger el derecho a la libertad religiosa, se prohíben sus manifestaciones, reduciéndola a una mera percepción subjetiva que debe ser relegada a las profundidades de la conciencia individual.

Pero más allá del problema político de la religión en el espacio público, la Suprema Magistratura argentina destaca un punto que no suele ser tomado en consideración, cuya importancia es capital en nuestro continente: nuestra cultura latinoamericana es esencial y profundamente cristiana. No se trata de un tema marginal u opcional, ni del respaldo de un mero fervor ingenuo. Tampoco se trata de tener, efectivamente, el don de la fe. Lo que la Corte defendió no es una opción religiosa más, sino precisamente la que nos define: nuestra identidad, lo que somos como hijos de España (y por esa vía, nietos de Roma y Jerusalén).

“La resolución cuestionada tiene por finalidad reafirmar valores y tradiciones culturales propias de la Provincia de Mendoza, razón por la cual se compadece con las facultades que le competen a la autoridad educacional de la provincia”. (Corte Suprema de Justicia de la Nación, Argentina; 4956/2015/RH1)

 La fe está en nuestros orígenes y en nuestra sangre, en nuestra historia y nuestro destino. ¡Cuán impensable sería una Cristiada en África o en Asia!, ¿¡qué sería Latinoamérica sin su emperatriz Guadalupana!?, ¿¡qué sería Argentina sin su Señora de Luján, de Ecuador sin el regalo de García Moreno, de Chile sin su Generala del Carmelo, de Venezuela sin el manto de su Madre de Coromoto!?… Y es que la fe no es un añadido más, sino lo mejor de la herencia que recibimos y que encarnamos en una síntesis mestiza propia. En la medida que avanza la mentalidad laicista, se restringe también la libertad religiosa (llegando incluso a vulnerarla en su núcleo más esencial), pues está implícito en esta ideología el desprecio e ignorancia de lo religioso y el oponerse firmemente a la manifestación de la fe en la esfera pública. Sin embargo, no pueden coartar la libertad religiosa sin privar al hombre de su propia identidad, de su cultura.

El Obispo Torras i Bages ―polémico personaje que desde una fe firme defendió su propia identidad catalana― afirmaba que “Cataluña será cristiana o no será”. Pues bien, lo mismo podríamos decir de nuestra tierra: “Hispanoamérica será cristiana o no será”. No podemos separar la fe cristiana de nuestra misma entidad, ni por ende del camino de nuestras patrias en la historia. El catolicismo está en nuestras raíces, en nuestro tronco y en nuestras ramas. Es la savia que ha vivificado nuestras razas, nuestra literatura y nuestros corazones. Dicho de otra manera, la identidad de Latinoamérica no se entiende sin el afán misionero que animó a España en su encuentro con el “Nuevo Mundo”. Ya lo veía muy claro Jaime Eyzaguirre:

Y esta conciencia de la dignidad del hombre figura también en la partida bautismal de la América española. Isabel la Católica, la madre generosa del Nuevo Mundo, no descansó tranquila hasta no ver incorporada en la mente de sus sucesores la conciencia de la común paternidad divina de los hombres […]. Los dominadores se dieron a la tarea de realzar y proteger a los vencidos, comunicándoles las luces de la cultura europea y de la fe cristiana. Alcanzó esta conciencia de hermandad con el indio al extremo paradojal de colocarlo en situación de privilegio sobre los mismos españoles (Eyzaguirre, Jaime; Hispanoamérica del dolor).

¡Cuán impensable sería una Cristiada en África o en Asia!, ¿¡qué sería Latinoamérica sin su emperatriz Guadalupana!?, ¿¡qué sería Argentina sin su Señora de Luján, de Ecuador sin el regalo de García Moreno, de Chile sin su Generala del Carmelo, de Venezuela sin el manto de su Madre de Coromoto!?…

La burda pretensión del progresismo para extirpar la religión de la esfera social asume que es un quiste, separable sin mayores consecuencias, como si de meras devociones de un reducido grupo de ciudadanos se tratara. Pero el Suroeste del mundo no se distingue de sí mismo. Cada habitante de esta tierra, cada familia, cada región y nación contribuyó por siglos a empaparse de catolicismo, dando vida propia a una cultura que trasciende la breve singularidad de un tiempo y lugar. Parafraseando a Juan Pablo II, se trata de una fe que fue plenamente acogida, totalmente pensada y fielmente vivida, que acabó haciéndose cultura. No es otra cosa distinta lo que afirma el fallo cuando dice:

“El “Día del Patrono Santiago”, como muchos otros sucesos similares, ha sido transformado por la historia y se ha constituido en elemento definitorio de la identidad cultural de la Provincia de Mendoza.” (Corte Suprema de Justicia de la Nación, Argentina; 4956/2015/RH1)

Así como el catolicismo es la religión de la presencia ―de los sacramentos como signos sensibles, del Verbo encarnado, de Dios que habla en la historia―, Hispanoamérica es ese espíritu católico en el tiempo, esa fe hecha carne: las catedrales en las plazas, las manifestaciones de piedad popular en cada región, las advocaciones de la Virgen, las animitas, la fe sencilla de campesinos que ven el mundo con ojos de eternidad… Puede que hoy muchos ya no profesen esa fe ―incluso, hay muchos que intentan destruirla―, pero eso solamente nos destruirá como lo que somos. Expulsar a Dios de la vida pública niega lo que siempre hemos sido y lo que estamos llamados a ser. No podrán eliminar el cristianismo, sin suprimir al mismo tiempo nuestra identidad latinoamericana.

Autora: Rosario Izquierdo Ruiz-Tagle

Miembro del Área de Investigación de la ONG Comunidad y Justicia (Chile)

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