![La verdadera revolución comienza en las almas 1 Sept ChileDespertó 1 1](https://revistasuroeste.cl/wp-content/uploads/2022/09/Sept_-_ChileDespertó-1-1-1024x683.jpg)
septiembre 5, 2022• PorPedro Madrid
Ganó el rechazo, ¿Chile se salvó?
En muchos chilenos está vivo aún el recuerdo de la noche de la elección presidencial del año 2017 en la que, tras el holgado triunfo del candidato de la centroderecha, se oía incesantemente el grito, entre la multitud que celebraba, “¡Chile se salvó!” … Hoy todos sabemos cuán errada fue la alegría de esas personas que pensaban que, a causa del resultado de esas elecciones, nuestro país había evitado caer en las garras de un proceso revolucionario que lo llevara a la destrucción.
Semejante sensación de alivio puede haber despertado en el corazón de muchos el triunfo de la opción rechazo en el plebiscito que dirimía si se adoptaba o no la propuesta de nueva Constitución emanada de la Convención Constitucional. Lamentablemente, tal como ocurrió aquella noche de 2017, dicha sensación probablemente se verá nuevamente defraudada.
Esta revolución “en el alma y en la carne de los seres humanos” ya ha triunfado en nuestro país. Después de décadas de trabajo sistemático en las políticas educativas de los gobiernos de todos los signos, se ha instalado en el oxígeno de nuestra atmósfera cultural la idea de que todo género de vida es de idéntica valía.
Lo cierto es que el proceso revolucionario en Chile trasciende con creces lo que comenzó en octubre de 2019. Huxley nos recuerda en su prólogo al Mundo Feliz, que “la revolución realmente revolucionaria deberá lograrse, no en el mundo externo, sino en las almas y en la carne de los seres humanos”. Los clásicos lo sabían, por eso Platón muestra con toda claridad en el libro VIII de La República que las revoluciones que impulsan el cambio de los distintos regímenes políticos tienen su principio precisamente en las almas de los hombres, a través de la educación.
Pues bien, esta revolución “en el alma y en la carne de los seres humanos” ya ha triunfado en nuestro país. Después de décadas de trabajo sistemático en las políticas educativas de los gobiernos de todos los signos, se ha instalado en el oxígeno de nuestra atmósfera cultural la idea de que todo género de vida es de idéntica valía. Se ha borrado del corazón de los chilenos una idea común de lo que es bello, bueno o verdadero; en una palabra, la educación en Chile ha hecho añicos nuestra cultura.
El único flanco que le faltaba doblegar a la revolución en curso era la Constitución de 1980. Aunque lejos de ser perfecta, nuestra actual Constitución contiene valiosísimos elementos propios de la cultura de origen cristiano que antaño animaba a nuestro país: la noción de dignidad de la persona humana, la familia (y no el individuo) como núcleo fundamental de la estructura social, el reconocimiento de que los derechos esenciales emanan de la naturaleza humana, el derecho irrestricto a la vida ―con expresa protección de los que están por nacer―, el derecho preferente y deber de los padres de educar a los hijos… Todos estos eran elementos que, más allá de que se cristalizaran o no en la práctica, estaban consagrados institucionalmente en nuestra carta fundamental. Y esto era algo que los revolucionarios no podían tolerar. Si querían dar la estocada final de la revolución era necesario subvertir el orden natural hasta sus mismas raíces. No podían quedar ni los más mínimos resabios de una concepción política según la cual hay ciertos bienes y ciertas verdades que tienen una validez perenne y que deben ser sustraídos de la deliberación democrática. Esos resabios constituirían un cimiento adecuado desde el cual tratar de reconstruir la patria.
Por eso, la revolución logró su triunfo definitivo el día en que instaló en la mente de la gran mayoría de los actores de la política chilena, de todo el espectro, la idea de que era necesario, no reformar, sino que cambiar íntegramente la Constitución vigente, o al menos su contenido más esencial.
Y es imposible por una sencilla razón: la revolución ya triunfó en el alma de los chilenos. La tierra desde la que crezca este nuevo intento de Constitución no tiene los nutrientes indispensables para que de ella brote una planta mínimamente sana.
Es innegable que el triunfo del rechazo posibilita llegar a un texto constitucional que sea menos malo que aquel que los chilenos acaban de rechazar en las urnas (lo que, por lo demás, no sería difícil de conseguir). Si en la nueva Constitución que vendrá luego del rechazo (porque ya se cedió la premisa de que es necesaria una nueva carta magna) se pudiera, por ejemplo, descartar la plurinacionalidad, mantener un congreso bicameral, o un poder judicial independiente, sin duda se habrá evitado un mal enorme para Chile… Sin embargo, y como es obvio, esto no basta ―ni mucho menos― para que podamos pensar que Chile se salvó. La nueva Constitución que eventualmente se nos proponga podrá ser menos desquiciada que el panfleto pluriecoindigenista con perspectiva de género que se ofreció ayer a la ciudadanía chilena, pero es prácticamente imposible que contenga los elementos mínimos fundamentales para intentar restablecer a nuestra patria en sus raíces culturales, en el limo indispensable para que una nación cumpla con el cometido para el que existe: hacer a sus ciudadanos mejores hombres, hacerlos capaces de alcanzar su fin último.
Y es imposible por una sencilla razón: la revolución ya triunfó en el alma de los chilenos. La tierra desde la que crezca este nuevo intento de Constitución no tiene los nutrientes indispensables para que de ella brote una planta mínimamente sana.
La nueva Constitución que vendrá nacerá de la misma atmósfera cultural de la que nació la que se rechazó el día de ayer. Es de una ingenuidad abismal suponer que podrá ser sustancialmente mejor que ella.
Y me atrevería a agregar aún algo más: a los revolucionarios les ha convenido el triunfo del rechazo; la nueva Constitución que vendrá, al tener una apariencia más razonable, suscitará el apoyo transversal del que carecía esta propuesta, lo que supondrá la consolidación definitiva de aquellos elementos más importantes para la revolución; aquellos elementos en los que queda asentada una antropología materialista, individualista, completamente cerrada al orden sobrenatural que es, en definitiva, lo único que posibilita la felicidad de una nación, tal como lo expresa el Rey David: “dichosa la nación cuyo Dios es el Señor” (Salmo 33).
Ahora bien ¿significa lo anterior que todo está irremediablemente perdido para Chile? Por supuesto que no. Es cierto que, desde una mirada puramente natural, la salvación de dicho país parece imposible, una tarea tan ardua y de tan largo aliento que se nos presenta como una montaña imposible de subir. Sin embargo, también sabemos que el bien ya ha triunfado sobre el mal, y que ese triunfo no nos afecta solamente como individuos; la victoria de Cristo se verificará también en las naciones. Así nos lo muestra san Juan: “¿Quién no temerá, Señor, y no glorificará tu nombre? Porque sólo tú eres santo, y todas las naciones vendrán y se postrarán ante ti, porque han quedado de manifiesto tus justos designios” (Apocalipsis 15). Y aunque esto no ocurrirá por un creciente progreso producto del esfuerzo humano, sabemos que lo que nos toca es seguir trabajando incesantemente, movidos por la esperanza de que también las naciones hispanoamericanas se postrarán delante de su Rey para darle la gloria que corresponde. Solo entonces podremos gritar con júbilo: Chile se salvó.
Profesor de Filosofía, Colegio san Francisco de Asís (Chile) y Centro Estudios generales Universidad de los Andes (Chile)
18O Asamblea Constituyente batalla cultural bien Boric Chile Constitución Convención Constitucional Debate constitucional democracia educación estallido social Huxley nueva Constitución nueva izquierda Platón Plebiscito política Revolución socialcristianismo
Last modified: noviembre 15, 2024