marzo 1, 2023• PorVicente Hargous
Nuestra tierra, la crisis ecológica y la Iglesia
Ávidos oyentes tiene Tomás Mosciatti. En su videocolumna de Radio Biobío encanta a miles de personas, con su característica agudeza, sus datos duros, su chispa… En su columna “Camino a la destrucción total”, del pasado 10 de febrero, habló con dureza sobre el desastre ecológico, los incendios y la pérdida del bosque nativo. Entre todos sus comentarios ―varios muy acertados―, vale la pena precisar un punto que pareciera que Mosciatti no comprende correctamente: la visión de la fe católica sobre la naturaleza.
Chile era ―dice Mosciatti― un país con una importante mayoría de católicos, y la Iglesia Católica por casi 2000 años ―con algunas excepciones, como san Francisco― proclamó que el hombre ―ese ser hecho a semejanza de Dios― era el centro de todo, y todo lo que Dios había creado era para satisfacer al ser humano. O sea que todo estaba a nuestra disposición, sin límite. Naturalmente que esta doctrina católica chocó contra todo espíritu conservacionista y de respeto al medio ambiente. Solo en los últimos años, y en forma grotescamente tardía, la Iglesia Católica empezó a hablar de medioambiente. Esto también ha influido en nuestro menoscabo del entorno.
Falsamente atribuye una visión liberal a la Iglesia, imputándole una participación en la cultura del desprecio a la tierra, que es en realidad propia del mundo moderno. Le echa la culpa a Gandalf por las atrocidades de Saruman. El vasallo de Sauron impulsó la explotación del bosque de Fangorn en aras del dominio de la tierra media: “el mundo antiguo arderá en las llamas de la industria, los bosques caerán… y un nuevo orden surgirá”. [1]
El Evangelio de san Juan comienza diciendo que en el principio era el “Logos”, “por el cual todo fue hecho”, y logos significa tanto racionalidad, inteligencia, como palabra (razón que se comunica a sí misma), ciencia o discurso. Los cristianos reconocemos, por ende, que el universo es un todo armónico
Muchos admiramos a este Mosciatti, que sin duda es un aporte gigantesco en nuestro paupérrimo debate público, y de hecho podemos estar de acuerdo con bastantes puntos de su columna. No obstante, la cantidad de imprecisiones respecto del catolicismo es chocante. Ese inciso, en el que construye un hombre de paja, parece un comentario en el que quiso añadir de modo casi antojadizo a un nuevo culpable. Y es que parece que ni entiende la doctrina católica sobre el lugar del hombre en la naturaleza ―mucho más parecido al que tenían los elfos que Saruman―, ni el concepto de propiedad enseñado por la doctrina social de la Iglesia ―mucho más parecido al de los Hobbits que a ninguna otra criatura―, ni mucho menos el ejemplo de san Francisco de Asís ―nuestro Gandalf― sobre la naturaleza. Mosciatti suma además ―cabría preguntar de qué documento magisterial sacó esa información― que la Iglesia habría defendido la explotación “sin límite” del medioambiente.
La enseñanza de la Iglesia acerca del deber del hombre de respetar el orden de la Creación no es nueva ―no es un invento de un Juan Pablo II al hablar de “ecología humana” ni del Papa Francisco con Laudato Si― e incluso podemos decir que forma parte del patrimonio cristiano desde el inicio de su existencia. El Evangelio de san Juan comienza diciendo que en el principio era el “Logos”, “por el cual todo fue hecho”, y logos significa tanto racionalidad, inteligencia, como palabra (razón que se comunica a sí misma), ciencia o discurso. Los cristianos reconocemos, por ende, que el universo es un todo armónico, que nuestro creador es una inteligencia que junto con dar existencia a las cosas las dispone de modo ordenado, imprimiendo así la gramática implicada en su propio decir. El hombre, a quien Dios le encargó el gobierno de la tierra, debe responder por el respeto a dicha armonía que lo precede, que es la que explica el orden moral.
El malentendido surge, probablemente, porque se lee la conocida cita del Génesis sobre el dominio de la tierra con un sentido liberal moderno. “Dominad la tierra” es el mandato de Dios, pero el “dominio”, la propiedad, no debe entenderse como una facultad despótica, absoluta e ilimitada. Las cosas ―incluyendo el medioambiente― están ordenadas “a todo el género humano” (León XIII, Rerum Novarum, 6), como lo imperfecto se ordena a lo perfecto, pero el hombre a su vez se ordena a Dios, que es su creador, ante quien deberá rendir cuenta de la administración de lo que se le encomendó (cabe destacar que, dada la actual confusión respecto de la manera de entender la propiedad, hoy la Iglesia habla de que somos “administradores” de la creación, y que la propiedad no es absoluta y está gravada con una “hipoteca social”). La propiedad en la doctrina católica es un derecho limitado, ordenado al bien común y a todos los hombres (también a las generaciones futuras, lo que entre otras cosas da sentido a la mentalidad cristiana de cuidado del medioambiente, y así ya lo enseñaba León XIII en Rerum Novarum, 5). Respecto de la naturaleza rige la misma doctrina que la Iglesia siempre ha enseñado sobre el destino universal de los bienes: somos administradores, al servicio de los demás y de Dios, porque el mando y la jerarquía a la luz de la fe se ordenan siempre al servicio, y no al despotismo. No es posible defender a la luz de la fe cristiana la sobreexplotación de la naturaleza que el liberalismo individualista defiende (o al menos que defendió en sus inicios, para lo cual basta con revisar las obras de Locke o Smith), sino todo lo contrario: la Iglesia ya en 1891 enseñaba que el aprovechamiento de la tierra por parte del hombre exige su “cuidado” (León XIII, Rerum Novarum, 7). Los Papas fueron pioneros en las denuncias contra nuestro modelo económico, pero también en enseñar que el dominio se ordena al servicio para todos; que el que gobierna el mundo ―el ser humano― tiene a su cargo “el cuidado” y “el cultivo” del mundo; y que las plantas y los animales no son simples cosas extensas medibles y llamadas a ser sometidas por la técnica, sino partes de un cosmos cuya armonía debe ser respetada por nosotros. No es lo mismo dominar por medio del cultivo que por medio de la explotación; no es lo mismo tomar la posición de gobierno como un dictador que como lo hace un padre de familia. Los cristianos vemos el poder como algo delegado por Dios, como una participación en su amoroso gobierno de las criaturas, que respeta el existir de cada cosa y la deja ser, sin anular ni ahogar el dinamismo propio de cada ser. Reconocemos la superioridad del animal por sobre la piedra, porque vive y siente, y por eso sabemos que la crueldad con ellos es algo indigno del hombre, algo inhumano, algo impropio de quien es el centro del mundo visible.
Tanto el ecologismo como el liberalismo puro son ideologías destructivas, porque son incapaces de comprender el orden de la naturaleza y el lugar del hombre en ella
Para la doctrina católica el hombre sí es el centro de la Creación (ya lo tenía claro san Francisco de Asís, ¡pero también otros santos que mostraron una relación especial con la naturaleza, como san José Cupertino, san Juan de la Cruz, san Martín de Porres, san Felipe Neri, santa Hildegard von Bingen, santa Teresita de Lisieux, san Antonio de Padua, santa Kateri Tekakwitha, el beato Ceferino Namuncura y muchos más!). El ser humano no deja de ser criatura por el hecho de haber sido hecho a imagen y semejanza de Dios y llamado a la adopción como hijo de Dios, y no deja de ser parte de la casa común por el hecho de ser quien la cuida. Todo lo bueno que vemos en el mundo “está en Dios eminentemente en infinita manera, o, por mejor decir, cada una de estas grandezas que se dicen es Dios” (San Juan de la Cruz, Cántico Espiritual). Para los cristianos, las plantas y los animales participan del existir y por ende de la belleza de Dios: “pasó por estos Sotos con presura, / e, yéndolos mirando, / con sola su figura / vestidos los dejó de su hermosura” (San Juan de la Cruz). “No es porque las cosas limitadas del mundo sean realmente divinas, sino porque el místico experimenta la íntima conexión que hay entre Dios y todos los seres, y así «siente ser todas las cosas Dios»” (Papa Francisco, Laudato Sí, 234).
Tanto el ecologismo como el liberalismo puro son ideologías destructivas, porque son incapaces de comprender el orden de la naturaleza y el lugar del hombre en ella. Los cristianos no estamos libres de pecado, y no podemos eximirnos personalmente de responsabilidad, pero la doctrina católica, sin caer en uno ni otro extremo, entiende hoy y siempre ha expuesto una visión equilibrada del problema. Que algunos no la conozcan, imputándole los males del capitalismo puro (como Mosciatti esta vez) o del ecologismo profundo (como han hecho muchos liberales), no es culpa de la Iglesia.
Investigador de la ONG
Comunidad y Justicia
Notas
[1] Si bien la frase la hemos tomado de la película (no se encuentra en los libros), ilustra muy bien la visión de Saruman.
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Last modified: noviembre 23, 2023