abril 12, 2023• PorJavier Mena
Fármacos para un continente sin esperanza
La crisis de seguridad, una vez más, ha vuelto a la palestra de la opinión pública chilena, y los demás países del continente hace tiempo que arrastran el mismo defecto. La semana pasada ―otra vez― le dispararon en el rostro a un Carabinero. El crimen organizado y el narcotráfico definitivamente están desatados. Naciones Unidas ha señalado al puerto chileno de San Antonio como un antro de tráfico de drogas. Y las fuerzas de izquierda se dividieron al votar la ley Nain Retamal, que daría mayor respaldo a las Fuerzas de Orden y Seguridad en Chile. Cada día se confirma y adquiere más actualidad lo que anunciaba el periodista Tomás Mosciatti en una videocolumna de octubre del año pasado: partiendo con un comercial alusivo a Melipass y Valupass (fármacos tranquilizantes naturales), intentaba explicar el significado de la palabra caos, en su doble acepción: desorden e imprevisibilidad. Y se preguntaba quién sería capaz de avizorar lo que se viene en Chile… Y lo mismo cabe preguntarse para un continente que hoy parece capturado por el progresismo de izquierda (con los últimos triunfos de Lula en Brasil, Petro en Colombia y Boric en Chile). Para guiar la reflexión que surge de la interrogante, Mosciatti constataba que en nuestro país actualmente vivimos en la incertidumbre, en un desorden en el cual las normas no existen o no se respetan. Junto con eso, dijo una frase de connotación más filosófica: lo que es podría dejar de serlo. Asimismo, el periodista señalaba que no sabemos cuáles son las convicciones de quienes gobiernan el país (cuyas volteretas vemos a diario) y de aquellos que forman parte de la oposición. Todo pendiente hacia abajo, anómico y superficial exteriormente, pero no solo ahí, sino que aquello que acontece por fuera se replica en nuestro interior: en nuestras conciencias hay caos.
Pese a lo más o menos válida y acertada que pueda ser la descripción del escenario económico, político y jurídico de nuestro país, ante una realidad que estaría en vías de destrucción, sobre todo espiritual (en el sentido recto del término, es decir, sin despreciar olímpicamente lo material), las reacciones frente al caos no pasan de comentar el desorden en algún medio digital, o de pequeñas conversaciones del día a día. Actitudes y frases propias de los amigos y la mujer de Job. Y es que, por beato que pueda sonar, la Escritura tiene bastantes cosas que decir sobre lo que está pasando (ya decía León Bloy, con cierta dosis de humor: “cuando quiero saber las últimas noticias leo el Apocalipsis”).
En nuestras conciencias hay caos.
Las posturas vitales o posiciones existenciales de algunos compatriotas (de la patria chica que es cada nación o de la patria grande hispanoamericana) frente a escenarios desoladores son coincidentes con las expuestas en el libro “Job o la tortura de los amigos”, de Fabrice Hadjadj. Retrata magistralmente las actitudes de los amigos y mujer de Job frente a los males que tuvo que sufrir este fascinante personaje. Pues bien, haciendo un intento de llevar la reflexión de Hadjadj a un plano local, en primer lugar, encontramos a los Elifazes actuales, que nos dicen que “hay que recluirse en el interior de uno mismo”, a una especie de “hoguera universal donde se evapora todo ese granizo del yo-y-nada-más-que-yo”. Es decir, la invitación es a que aniquilemos el “yo” para que no haya ningún drama: no nos preguntemos sobre el significado de la vida ―y mucho menos del sufrimiento―, ya que eso se puede evitar con budismo a elección y con lo que Peter Kreeft llamaría pop psychology (psicología pop).
A continuación, siempre aparecen los que juegan en nuestros días el papel de mujeres de Job, ya que simplemente optan por poner término a cualquier sufrimiento y dolor con “remedios” inmediatos y eficaces. Es decir, si eso implica suicidarse o elegir atiborrarse en adicciones para olvidarse de todo, bienvenido sea… ¿Queremos sufrir y encontrar sentido en eso? No, no tenemos derecho a la supuesta felicidad que se obtiene de gritar contra el Cielo. Es mejor escapar ejerciendo nuestra libertad, aunque sea contrariando su sentido.
De nada sirve entonces decir que el reinado de la izquierda en latinoamérica es una suerte de castigo divino por las culpas en las que hemos incurrido en tiempos pasados: el asunto va mucho más allá.
En tercer lugar, entran en la escena los Sofares de hoy, que nos dicen que todo lo que está pasando en el país viene a ser, como diría Hadjadj, un “corrosivo que elimina la herrumbre de nuestros pecados”. Doctrina retribucionista pura y dura, nada de misericordia, frente a la cual Hadjadj pone en la boca de Job las siguientes palabras: “Yo espero un salvador, Sofar, no un experto contable. Mi Dios redime, no mercadea. Mi Dios perdona los pecados, no los va registrando en un cuaderno de boticario”. De nada sirve entonces decir que el reinado de la izquierda en latinoamérica es una suerte de castigo divino por las culpas en las que hemos incurrido en tiempos pasados: el asunto va mucho más allá.
Finalmente, un último tipo de personaje aparece: el que tiembla ante los males que acontecen y por miedo o cobardía decide evacuar la misión (en la obra de Hadjadj, este último amigo aparece como un sacerdote espantado y silente por el mal que recae sobre Job). Esta clase de persona no estaría tan convencida de que siempre se debe confiar en Dios y alabarlo incluso en la adversidad, aunque cueste la vida misma. En nuestra experiencia, a veces preguntamos a quienes más confiamos y nos transmiten esperanza en situaciones complejas y notamos que no se ven convencidos, dudan y escapan cuando la desgracia crece, sobre todo si es cercana. Miremos solamente algunas de las experiencias que han llevado la inflación, delincuencia, etc; donde incluso los más optimistas reculan y llegan a decir, por palabras o gestos, que está todo perdido, que no hay vuelta atrás.
Uno podría preguntarse entonces qué actitud es la que busca y consuela verdaderamente a Job (entiéndase nosotros, que podemos estar buscando certezas), ¿a quién seguir y cómo hacerlo de cara al caos? Así como él, sufriendo en nuestras respectivas experiencias, necesitamos un puerto donde llegar, un modelo inigualable y dignísimo de imitar, una verdadera piedra angular, no meros consuelos del tipo “comamos y bebamos, que mañana moriremos”: “ya que el país está así, vivamos la vida: tranquilicémonos, mediquémonos, juguemos golf… escapemos del país, ¡del continente!”. En este sentido, pese a que veamos en detalle el caos o escuchemos las voces desesperanzadas de nuestros pares, Hadjadj parece que nos muestra una alternativa, cuyo primer paso es identificar al verdadero Enemigo y artífice de todo este caos (cuestión nada difícil para los ojos de la fe). En segundo lugar, corresponde decirle con valentía y brío: “Contra tus mediocres arañazos, yo apelo a su espada [de Dios], que traspasa los corazones. Contra tus mezquinos placeres, yo apelo a la Alegría”.
Frente al caos, debemos apuntar al orden; frente a la desesperación, esperanza; y frente a la tristeza de la cultura de la muerte, la alegría de la vida.
En efecto, enfrentar así nuestro destino representa una actitud sustancialmente distinta de la del burgués hijo de nuestra época: “no tenemos remedio: hay que salvarse solos”. “Sálvese quien pueda” ―epítome del neoliberalismo imperante―, “cada uno rásquese con sus propias uñas”. Pura inmanencia, que se rinde frente al desafío de revertir males culturales y sociales (que pueden ser descritos como efectos de las estructuras que han hecho morada en nuestra tierra). Es la desesperación de quien ve como suya la tarea titánica de Atlas: sostener solo el mundo.
Es verdad que habrá gente que, a falta de alternativas, hará dicha apelación individualista en la incertidumbre del país, pero para quienes sí tenemos una alternativa el deber es totalmente contrario: frente al caos, debemos apuntar al orden; frente a la desesperación, esperanza; y frente a la tristeza de la cultura de la muerte, la alegría de la vida. Frente a la oleada de fármacos para un continente sin esperanza ―Melipass, Valupass, Valium, Clotiazepam―, no podemos dejar de lado el Alegripam y el Esperanzium (recetados por quien dijo que no necesitan médico los sanos, sino los enfermos). No podemos renunciar a la alegría que nos permitirá seguir librando el combate por los bienes eternos que tanto amamos y que hoy se ven amenazados. Adoptando las posiciones de los amigos y la mujer de Job, podemos llegar a ser los peores consejeros, aún peores que aquellos hombres que saquearon sus bienes y mataron sus servidores; peores que el viento que echó abajo su casa en la que celebraran un festín sus hijos e hijas; peores que una úlcera maligna que lo devoraba en dolor. Los cristianos ―quienes, parafraseando a Ratzinger, nos sabemos poseídos por la Verdad― terminaríamos encarnando aquello que anuncia el Evangelio como el peligro más temible: pervirtiendo no solo el cuerpo, sino el alma de quien buscamos ayudar. Podemos tener las mejores intenciones, pero dándole consejos del tipo I did it my way lo único que le aseguraremos, como señala nuevamente Peter Kreeft, es la vivencia anticipada del infierno… o incluso un arribo directo a él.
Está en nosotros decidir quiénes seremos ante la tormenta que se avecina: ¿los amigos, la mujer o Job? ¿Tomaremos partido contra Dios o partido por Dios? Parafraseando a Hadjadj: ¿representaremos a un beato racionalista o un ateo impresionado por el absurdo, secando con pañuelitos las lágrimas y acusando a todo lo que nos contraría… o, por el contrario, asumiremos en comunidad el grito de la angustia humana en toda su intensidad mientras peleamos con esperanza el buen combate?
Integrante del Área Judicial de la ONG Comunidad y Justicia (Chile)
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Last modified: febrero 9, 2024