2023 06 dopaminials 1

Por

Deshumanización por sobreestimulación

“La sociedad disciplinaria de Foucault, que
consta de hospitales, psiquiátricos, cárceles,
cuarteles y fábricas, ya no corresponde con la
sociedad de hoy en día. En su lugar se ha
establecido desde hace tiempo otra
completamente diferente, a saber: una sociedad
de gimnasios, torres de oficinas, bancos, aviones,
grandes centros comerciales y laboratorios
genéticos. La sociedad del siglo XXI ya no es
disciplinaria, sino una sociedad de rendimiento”
(Byung-Chul Han).

Bombardeos constantes de dopamina están apagando progresivamente el ethos (entendiéndose este como el espíritu que permea a un grupo social, un conjunto de actitudes, valores y hábitos arraigados en el grupo). Aparentemente se están nublando aspectos de nuestra naturaleza humana. Muchas veces no somos capaces de estar concentrados en una tarea concreta por más de algunos minutos. Casi podríamos decir que el multitasking se ha vuelto la regla general al momento de trabajar, el que incluso en ocasiones se ve como un avance en la productividad (a pesar de estudios que hoy muestran sus desventajas), cuando en realidad no es más que una regresión que no permite adentrarnos en un trabajo profundo, además de ser un riesgo incluso a nivel de modificación neurológica.

Nadie niega las oportunidades y ventajas de los avances tecnológicos, de los beneficios de los lazos de conexión mediante redes sociales y otros mecanismos, de diversos aspectos de nuestras sociedades contemporáneas. Pero es igualmente innegable que debemos ser cautos frente a algunos de ellos, o al menos que no debemos asumir a priori que todo avance tecnológico conllevará una mejora humana, un desarrollo moral. En efecto, datos y diversas pistas que nos muestran diversos estudios llaman a la cautela, lo que no importa un desconocimiento de las mencionadas ventajas. Según la reconocida psiquiatra española Marián Rojas Estapé, hoy cualquier niño de siete años ha recibido más información y más estímulos, música, sonidos, comidas, sabores, imágenes, vídeos, que cualquier otro ser humano que haya poblado antes la Tierra, lo que se manifiesta en una superabundancia de dopamina. Por otro lado, cabe agregar que Chile es el quinto país a nivel mundial que más consume redes sociales al día (estudio de Electronic Hubs). Cifras como estas deberían encender las alarmas, hacernos entender las amenazas que esto puede implicar y buscar soluciones, tanto para los niños que se están (des)formando como por los adultos que quizás nos hemos ido alienando por estas tecnologías.

Hoy estamos expuestos continuamente a este goteo permanente de “recompensa”, lo que literalmente nos vuelve adictos a una gratificación instantánea: cada vez que recibimos un mensaje o un like; o cuando comemos comida ultra procesada; si escuchamos música a toda hora y en todo lugar, o si vemos contenido digital, noticias constantes y tuits, y un largo etcétera.

Nuestros cerebros del siglo XXI sufren un ataque constante de ofertas de placer y distracciones inmediatas, los cuales van ingresando sigilosamente en nuestra psiquis a través del exceso de dopamina y van generando efectos nefastos a corto, mediano y largo plazo, como son las llamadas “enfermedades del siglo XXI”. Enfermedades que ya no son bacterianas ni virales, sino mentales: depresión, trastorno por déficit de atención con hiperactividad, el trastorno límite de la personalidad, o el síndrome de desgaste ocupacional, también denominado burnout.

La dopamina es un neurotransmisor que se encuentra en el cerebro y es responsable de regular los sistemas de recompensa y motivación. Está involucrada en un sinfín de funciones cerebrales y fisiológicas como la atención, la regulación del sueño, la memoria, el deseo sexual, el aprendizaje, la conducta, el estrés, la capacidad de socializar, entre otras. Durante la historia del hombre, para generar esta recompensa en el cerebro se debían realizar actividades con un mayor grado de esfuerzo y mayor cantidad de tiempo, con el objetivo de satisfacer esa cadena de hacer y luego ser recompensado. Hoy estamos expuestos continuamente a este goteo permanente de “recompensa”, lo que literalmente nos vuelve adictos a una gratificación instantánea: cada vez que recibimos un mensaje o un like; o cuando comemos comida ultra procesada; si escuchamos música a toda hora y en todo lugar, o si vemos contenido digital, noticias constantes y tuits, y un largo etcétera. Pura inmediatez y sobreestimulación que nos mantiene activos y pasivos a la vez.

En muchos casos, y cada vez más (sobre todo luego de la pandemia y en adolescentes y adultos jóvenes, que no en vano se han denominado pandemialls), múltiples estudios demuestran que se está viviendo una sensación permanente de desmotivación, falta de estímulo, desgano e insatisfacción, la cual es evadida a través de estas recompensas vacías que cubren una necesidad inmediata, pero generan un vacío a largo plazo y una carencia de sentido de la vida. Estamos constantemente pendientes de lo que está pasando fuera del radio de nuestros sentidos, pero totalmente ausentes de lo que tenemos frente a nosotros en el momento presente. La posibilidad de estar constantemente con lo ausente degrada inexorablemente lo presente.

¿Dónde queda siquiera un vestigio del verdadero ocio, contemplación, reflexión, el descanso genuino, la manifestación intrínseca del ser humano como ser social, la lucha por la virtud ―el denominado areté―, la felicidad, la búsqueda del fin último? Nicolas Gómez Dávila lo dice: “El ruido moderno ensordece el alma”.

Al parecer, vivimos un círculo vicioso que no parece terminar. Lo peor de todo: no nos estamos dando cuenta. Si ni siquiera somos capaces de hacer tareas relativamente exigentes por un tiempo breve, si estamos cubriendo carencias relevantes con estas píldoras de placer envasado, ¿donde queda siquiera un vestigio del verdadero ocio, contemplación, reflexión, el descanso genuino, la manifestación intrínseca del ser humano como ser social, la lucha por la virtud ―el denominado areté―, la felicidad, la búsqueda del fin último? Nicolas Gómez Dávila lo dice: “El ruido moderno ensordece el alma”. Necesitamos ocio: no el ocio malo del vago, pero sí un espacio para la reflexión, momentos de silencio. Como decía Pieper, “ocio se dice en griego σχολή ([scholé]); en latín, schola; en castellano, escuela. Así, pues, el nombre con que denominamos los lugares en que se lleva a cabo la educación, e incluso la educación superior, significa ocio. Escuela no quiere decir escuela, sino ocio” (Pieper, J; “El ocio y la vida intelectual”). El ocio es necesario, porque produce un estado de ánimo que posibilita el despertar de preguntas metafísicas:

Los logros culturales de la humanidad, a los que pertenece la filosofía, se deben a una atención profunda y contemplativa. La cultura requiere un entorno en el que sea posible una atención profunda. Esta es reemplazada progresivamente por una forma de atención por completo distinta, la hiperatención. Esta atención dispersa se caracteriza por un acelerado cambio de foco entre diferentes tareas, fuentes de información y procesos. Dada, además, su escasa tolerancia al hastío, tampoco admite aquel aburrimiento profundo que sería de cierta importancia para un proceso creativo. (Han, B.C; “La sociedad del cansancio”).

¿Esto significa necesariamente una vida constante de inacción y persistente abstracción? Claro que no. En la tradición cristiana no se da una prevalencia unilateral de vita contemplativa, sino una complementariedad de la vita contemplativa y lavita activa. San Gregorio Magno lo afirma:

Si un buen plan de vida exige que se pase de la vida activa a la vida contemplativa, a menudo es útil que el alma vuelva de la vida contemplativa a la vida activa, de manera que la llama de la contemplación, encendida en el corazón, regale a la actividad toda su perfección.

Pareciera que es sumamente beneficioso para el ser humano quitar poco a poco ese temor patológico del “miedo a perdernos algo”, que nos produce el abuso de redes sociales y demases, y, al contrario, incorporar progresivamente el humano “placer de perdernos algo”. Y es que se ve y se siente más humano que perder horas y horas en redes sociales el poder desconectar de la hiperestimulación, para poder conectar con lo trascendental. Tal vez la solución no pasa por cambios estructurales ni por apartarse de la sociedad y optar por un estilo pseudo-amish, sino por una actitud de cada uno: hacerse las preguntas imprescindibles y buscarle sentido a nuestra vida, sentido cuyos primeros y más obvios frutos serían la paz y la claridad mental, naturalmente opuestas a esa constante deshumanización por sobreestimulación.

Francisco Corvalán Azpiazu

Ayudante de Antropología y Ética, Universidad de los Andes (Chile)

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