2024 12 03 Navidad 1

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Escritorio del Editor

Masas inmensas de personas anónimas se amontonan en los malls para comprar y comprar. La fiesta del consumo por excelencia llena las cabezas de la gente con bullicio, estrés, intensidad, ostentación, ruido… Todo en claro contraste con el silencio de la noche de Belén, la pobreza de una cueva con animales y de los pastores, la intimidad de una familia, la tranquilidad requerida para la contemplación, la paz que envuelve a todo niño recién nacido. Obviamente, no tiene nada de malo regalar cosas a nuestros amigos y familiares, pero parece innegable ―y es casi un lugar común― que el espectáculo de nuestra sociedad contrasta fuertemente con el nacimiento de Jesús de Nazareth. Pero sobre todo parece manifestar que en nuestra época existe una incomprensión de lo que Dios nos quiere decir con los acontecimientos por los cuales entró en la historia.

Este misterio llena toda la espiritualidad cristiana ―Daigneault explica esta paradoja en su “Camino de la imperfección”― y toda la visión cristiana de las cosas, desde la historia hasta la metafísica: es más lo que no somos que lo que somos, porque allí donde no somos es donde se realiza la fuerza de Dios.

Al contemplar el misterio del Logos hecho carne, hecho niño, Dios nos quiso mostrar algo de sí mismo, algo de la realidad misma e incluso de nosotros. Algo que Ratzinger llama “primacía de la recepción”, una de las “estructuras de lo cristiano” que él enumera en su Introducción al Cristianismo. Nosotros tendemos a ver a Dios como un ser absolutamente independiente, autónomo, que no necesita nada de nadie, y sentimos ganas de ser así ―“seréis como dioses”―, pero Él se nos muestra en cambio como un niño incapaz de nada sin su padre y su madre. Este misterio llena toda la espiritualidad cristiana ―Daigneault explica esta paradoja en su “Camino de la imperfección”― y toda la visión cristiana de las cosas, desde la historia hasta la metafísica: es más lo que no somos que lo que somos, porque allí donde no somos es donde se realiza la fuerza de Dios. “Por la elevación se baja, y por la humildad se sube” (San Benito; “Regla”, VII).

Herodes quiso controlar los eventos de la historia, y mediante sus obras no consiguió más que servir de instrumento para que Dios nos muestre todo esto y complete su cuento de Navidad. No es el control supuestamente libre el que nos hace superiores, ni la riqueza ni el poder. Él no pudo ni siquiera nacer en su tierra, y en Belén no había lugar para Él en la posada. “El hombre vuelve profundamente a sí mismo no por lo que hace, sino por lo que recibe. Tiene que esperar el don del amor, y el amor sólo puede recibirlo como don” (Ratzinger, J.; “Introducción al cristianismo”). Todo lo que somos (mucho más lo que tenemos) es un regalo ―“¿Qué tienes que no hayas recibido?” (I Cor. 4, 7)―, pero ¡aun lo que no somos es un regalo! Porque Dios actúa en nuestra necesidad. Ser necesitados y vulnerables no es algo negativo, sino justamente lo que nos permite ser más nosotros mismos.

monte carmelo 1

El Monte de la Perfección.

Esto es lo que también nos recuerda San Juan de la Cruz en su Monte de la Perfección: “Para venir a serlo todo no quieras ser algo en nada […]. Para venir a poseer lo que no posees has de ir por donde no posees. Para venir a lo que no eres has de ir por donde no eres”. Se trata de una radicalidad que quiso ser asumida por Cristo, en el misterio de la Cruz, pero también ―y quizás más notoriamente― en el de Navidad. Dios se hace pequeño, indefenso y pobre para mostrarnos que el camino hacia lo más alto es una escalera hacia abajo: lo mejor no está en poseer ni en controlar, sino en recibir y abandonarse. Algo que podemos ver en la hermosura de todo niño recién nacido: no hay mayor vulnerabilidad, no hay nada más inerme que una criatura que en todo depende de su madre, y sin embargo en la escena de una madre con su hijo en brazos es donde podemos ver un reflejo de la ternura divina… ¡un reflejo tan real que Dios mismo quiso vivir esa escena entrando en la historia hace dos mil años!

Herodes quiso controlar los eventos de la historia, y mediante sus obras no consiguió más que servir de instrumento para que Dios nos muestre todo esto y complete su cuento de Navidad.

¿Puede haber algo más grande que un Dios que se despoja de todo para habitar entre nosotros? Su vulnerabilidad nos enseña a abrazar nuestra propia debilidad, no como un defecto, sino como el espacio en el que Dios obra, y por eso, como un regalo. Frente a los estímulos del consumismo de la cultura occidental de nuestros días, el pesebre de Belén se erige como un recordatorio de que todo lo esencial en la vida nos es dado. Dios se revela cuando la Virgen levanta la sábana con la que lo cubre (se muestra cuando es mostrado), para que lo vean unos pobres pastores. Para recordarnos que la plenitud no depende de nuestras obras, sino de nuestra apertura al don. Solo cuando aceptamos nuestra dependencia, dejamos espacio para que Dios transforme nuestra vida, nuestra sociedad y nuestro mundo.

Autor: Vicente Hargous

Editor Revista Suroeste

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