
diciembre 26, 2024• PorEmilio Jorquera Jorquera
Juan Evangelista: el apóstol del amor
“Y entonces vuestro corazón se alegrará y
nadie os podrá quitar vuestro gozo”.
Jn 16, 22
El amor predicado por Cristo en su tiempo tenía el carácter de emergente. No había nada en el mundo que lo indicase, lo pregonase y revelase a los hombres esta nueva y correcta forma de amar. Siglos después hasta hoy, este amor, si bien no ha perdido su carácter de emergente entre los seguidores del Maestro, se ha tornado y envuelto en un tenor de urgente. La tiranía del letargo espiritual y la flaqueza han llegado a un punto decadente. A la manera de Herodes y Jerusalén, como cuando Cristo nació, se conmocionaron y sin embargo no fueron en busca del niño, del Amor mismo hecho persona (cfr. Mt. 2, 3). Ya en los tiempos de Kierkegaard esto ya era patente: “Porque lo supremo se le ofrece hoy a cada cual, se lo toma como si fuese nada, no se le saca ningún gusto, ni siquiera hacerse eco de su cara condición, justamente como si lo supremo perdiera algo por el hecho de que todos tienen o pudieran tener lo mismo” (Kierkegaard, S; “Las Obras del Amor”).
El amor, en su máxima expresión, se hizo persona en Cristo, quien lo llevó hasta sus últimas consecuencias y fue reflejado profundamente por el apóstol Juan. Meditando las escrituras, notamos que el Maestro tuvo tres tipos de discípulos: los muchos a los que les habló de día, que le escuchaban en la montaña, en los campos y a orillas del lago; los pocos a los que les explicó cosas de noche (cfr. Mt. 10, 27; Mc. 4, 34); y el tercer tipo, el que escucha directamente el latido del Maestro: Juan (cfr. Jn. 13, 23).
Realza como ningún otro evangelista la revelación de la Vida y el Amor.
La conmoción en el Amado por el Maestro, el Águila de Patmos, tuvo que ser gigantesca, de la misma manera que el influjo de su cátedra, reflejado en sus escritos, realza como ningún otro evangelista la revelación de la Vida y el Amor. Con el susurro de la Entraña Divina latiente por medio de Juan, se ha comprendido a lo largo de la historia el don de sí mismo de Cristo, por los amigos (cfr. Jn. 15, 13), por los muchos (cfr. Mt. 10, 28) y por todos (cfr. Jn. 17, 21). Benedicto XVI, en su primer tomo de Jesús de Nazaret, escribe: ‘‘Como Jesús, el Hijo, conoce el misterio del Padre porque descansa en su corazón, de la misma manera el evangelista, por decirlo así, adquiere también su conocimiento del corazón de Jesús, al apoyarse en su pecho’’. San Agustín lo llama el seno del corazón, secreto de la sabiduría: hic est utique pectoris sinus, sapientiae secretum (Agustín; Tract. de Sancto Io LXI,6) [1].
Sabemos desde el principio, desde los tiempos de Esteban, lo desafiante que es llevar el yugo suave y ligero, más aún hasta ahora la resonancia kerigmática de San Juan desconcierta y aún parece lejana de ser comprendida con todo el corazón. La plenitud del hombre es vivir de acuerdo al amor, saberse vivificado y cuidado en y por el Amor. El Apóstol no envolvió el Amor en un extraño vapor de una metafísica que no tiene surco ni fin y que bajo el sol no encuentra nada que le corresponda, sino que fue lo suficientemente explícito: ‘‘lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado, y palparon nuestras manos tocante al Verbo de vida’’ (1 Jn. 1, 1).
Juan, en tanto persona, se esconde en la bruma de los tiempos; escasa información tenemos de él. Sin embargo, podemos intuir algunas cosas haciendo un creativo ejercicio. Juan, al igual que los otros, no fue escogido como un hombre de excelsos calificativos que lo acompañan y le dan fama, que, dicho sea de paso, no deslumbra a Dios. Cristo siempre escogió a los peores para sacar lo mejor, porque todos somos ovejas queridas que él no desea que se pierdan, sino que tengan Vida. Juan, el pescador habituado a la soledad de la mar-oceánica, de la dureza de la labor y de una monumental fe a la manera de extender la red y creer que esta se llenará, a la manera de ir al mar y que después de una tormenta regresar. Este era Juan, con su ímpetu, hijo del trueno.
La plenitud del hombre es vivir de acuerdo al amor, saberse vivificado y cuidado en y por el Amor.
El apóstol observó la paciencia del Maestro y la fe, y lo retrató en el buen pastor, como el Maestro que ha nacido para hacer más viva a su oveja amada y que estará amenazada por los peligros del mundo. La oveja, al igual que la elección de Cristo a los discípulos, no tiene nada que ver con excelsas personalidades. La oveja fue inconcebible para Nietzsche con su súperhombre, y tal imagen sencilla no tiene nada que ver con los grandes personeros de la historia: Alejandro Magno, Napoleón, etcétera.
La oveja es la expresión excelsa del amor del Maestro. No significa ni pequeño ni grande, sino el alma que vive y que él quiere vivificar aún más con una vida intensa y en plenitud, a la manera que Dios lo estimó desde el principio. La oveja, la entidad viviente, forma parte de una arrolladora preocupación divina, tanto así que, por el amor, se ha tomado su lugar en el matadero. El Amor bíblico, a la manera que lo bosqueja Juan, es un amor personal en el cual el amante no persigue ningún interés. En lugar de ello, al reconocer su propia realidad esencial, la persona no se inclina hacia la naturaleza, sino que se entrega generosamente. La idea de Jesús es una sola, ésta sola: transformar a los hombres en Santos por medio del Amor.
La oveja fue inconcebible para Nietzsche con su súperhombre, y tal imagen sencilla no tiene nada que ver con los grandes personeros de la historia: Alejandro Magno, Napoleón, etcétera.
El hombre, afectado por el egoísmo derivado de su naturaleza herida, tiende a pensar de una manera desmesurada y desordenada en sí mismo y a dirigir su amor exclusivamente hacia su propia persona, dificultándose así la comunión. Ha de despertar a la extroversión del don comunicante del amor. Los Evangelios y la tradición apostólica han tenido, desde el principio, una antropología clara y comprensible sobre la relación entre Dios y el hombre, el hombre y sus prójimos, y el hombre y el cosmos. El carácter urgente, solo mencionado en el principio, nos incita aún más a buscar el pesebre, a caminar a los Gólgotas innumerables y a recostarnos una vez más en el pecho del Maestro para que en medio de esta crisis, el tambor de su latido, nos marque el paso en el largo camino anunciado hace 2000 años.
Notas
[1] “En todo caso, este es el seno del pecho, el secreto de la sabiduría”.
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Last modified: enero 8, 2025