
septiembre 19, 2022• PorMatías Petersen
Propiedad en disputa
En la última década, hemos sido testigos de un ataque particularmente virulento a la institución de la propiedad privada en Chile. Si bien dicho ataque tiene mucho de ideológico, sería apresurado negar la total plausibilidad del mismo. Como ya apuntó Molnar, el pensamiento ideológico se parece menos al error que a una verdad parcial que ha sido tomada como principio exclusivo de interpretación de lo social. La fuerza de la ideología no radica tanto en la astucia de sus adherentes como en la plausibilidad de aquel aspecto de la realidad que ha convertido en categoría universal.
Cabe preguntarse, entonces, qué fenómenos pueden explicar el desdén de ciertas élites políticas y culturales por la institución de la propiedad privada. Tres candidatos saltan a la vista: la desigual distribución de la propiedad en las sociedades contemporáneas, la falta de sentido de responsabilidad de ciertos actores económicos, y la aparente impunidad de la que hasta hace un tiempo gozaban quienes cometían delitos económicos. Una de las tesis centrales de la tradición de pensamiento que conocemos como distributismo es que los tres fenómenos mencionados anteriormente suelen ir de la mano. En efecto, en el pensamiento social de Hilarie Belloc y G.K. Chesterton, los tres fenómenos obedecen a una tendencia generalizada en aquellas sociedades que han olvidado la importancia de un marco regulatorio que encauce el funcionamiento del mercado por caminos de justicia social.
Antes de profundizar en lo anterior, es necesario hacer un par de aclaraciones. Primero, y a riesgo de ser redundante, es importante recalcar que cuando hablamos de desigualdad no nos referimos a la desigual distribución de los ingresos (que puede ser o no problemática). Estamos hablando de la desigual distribución de la propiedad privada en sus diversas manifestaciones: una casa, un terreno agrícola, acciones de una empresa, etc.
Segundo, es importante enfatizar la razón por la que al distributista le preocupa la falta de acceso a la propiedad privada. Se trata de una preocupación que se funda en los riesgos que implica la dependencia económica. O, dicho de un modo más positivo, el distributista valora profundamente la libertad económica y lo hace no atendiendo a una capacidad abstracta de elegir o emprender, sino que atendiendo a la capacidad real que tienen las personas de satisfacer sus necesidades materiales sin depender excesivamente de otros. Lejos de ser una ideología reaccionaria que aboga principalmente por un retorno a la agricultura de subsistencia (como se la ha presentado más de alguna vez) esta corriente promueve la verdadera libertad económica de las personas, intentado asegurar que ellas tengan el control más amplio posible sobre sus fuentes de ingresos.
Se trata de una preocupación que se funda en los riesgos que implica la dependencia económica. O, dicho de un modo más positivo, el distributista valora profundamente la libertad económica y lo hace no atendiendo a una capacidad abstracta de elegir o emprender, sino que atendiendo a la capacidad real que tienen las personas de satisfacer sus necesidades materiales sin depender excesivamente de otros.
Esta atención a la independencia económica no descansa en posturas individualistas, sino en el reconocimiento de que la fuente de nuestros ingresos puede afectar profundamente el modo en que concebimos nuestras necesidades materiales. Dicho de otro modo, mi fuente de ingresos puede determinar o alterar el modo en que las satisfago y la medida en la que estoy dispuesto a evaluar críticamente cuáles de esas necesidades son realmente tales, y cuales me han sido impuestas desde afuera. Teniendo a la vista lo anterior, podemos afirmar que el problema de la dependencia o no del trabajador respecto de su fuente de ingresos está en el corazón de la tradición distributista (no es casualidad que, antes de escribir The Restoration of Property, Belloc escribiera The Servil State).
En cuanto ideal político, entonces, el distributismo apunta a un estado de cosas en el que la difusión de la propiedad privada sea la mayor posible. Y en este punto, la relación con la doctrina social de la Iglesia no puede ser más estrecha. Así, si es efectivo que la propiedad es una institución natural, en el sentido que la tradición tomista le ha dado a este término, se sigue que toda persona y, en concreto, todo ciudadano, puede reclamar en justicia el derecho a participar efectivamente de dicha institución en sus variadas concreciones jurídico-institucionales. Así, el destino universal de los bienes parece exigir de parte de la autoridad política competente la promoción de una distribución amplia de la propiedad privada en todos los sectores sociales. Esta es la razón por la cual san Juan XXIII; Mater et Magistra, 114 escribía que “es poca cosa afirmar que el hombre ha recibido de la naturaleza el derecho de poseer privadamente los bienes como propios, incluidos aquellos de carácter productivo, si no se trabajara con todas las fuerzas en propagar el ejercicio de ese derecho en todas las clases sociales”.
Ahora bien, el distributismo no es solo un ideal político. Es, al mismo tiempo, una reflexión histórico-sociológica sobre la naturaleza de un orden social articulado en torno al mercado. Tanto Belloc como Chesterton afirmaron que dicho orden, sin las salvaguardas necesarias, lleva inevitablemente a la concentración de la propiedad en manos de unos pocos. Lo anterior, a su vez, conduce a la precarización de las masas, que las lleva a depender en exceso del poder político para la satisfacción de sus necesidades elementales. La sociedad capitalista, dirá Belloc, deviene en Estado Servil.
¿Cuáles son los mecanismos que facilitan la concentración de la propiedad privada? Belloc, en The Restoration of Property menciona al menos seis: economías de escala en los costos de administración burocrática, débil poder de negociación de productores pequeños, desigual acceso al crédito para invertir, incentivos a la colusión, cooptación del sistema político, e influencia de los grandes capitales en la administración de la justicia. De esta manera, un orden social articulado en torno al mercado, y carente de las salvaguardas adecuadas, va a generar el tipo de problemas que comentábamos anteriormente: la desigual distribución de la propiedad en las sociedades contemporáneas, falta de responsabilidad social de quienes concentran capital y la aparente impunidad de quienes cometen delitos económicos.
El distributismo ha intentado ofrecer, en distintas circunstancias, una vía de corrección a lo que se percibe como las deformaciones propias de una economía de mercado que carece de controles institucionales fuertes. Estas soluciones incluyen la restauración del pequeño propietario (agricultor o no), el fomento de empresas en las que la propiedad accionaria esté lo más fragmentada posible, y una institucionalidad política que preserve lo anterior. Ahora bien, es evidente que los caminos de acción política que se abren para el distributista dependerán enormemente de su diagnóstico sobre la situación actual y de cómo se ha llegado a ella. Por lo mismo, todo esfuerzo por llevar adelante un programa de acción política inspirado en el distributismo debe evaluar detenidamente los mecanismos que ayudan a Belloc a explicar cómo se producen los tres fenómenos mencionados al comienzo: concentración, oportunismo, y plutocracia.
Solo una vez que hayamos corroborado, a la luz de la experiencia, la validez de dichos mecanismos será posible, de un lado, evaluar la pertinencia de las soluciones propuestas por Belloc, así como explorar alternativas en caso que no se consideren conducentes. Así, el distributismo es luz porque ilumina las tensiones de una sociedad articulada en torno al mercado, pero implica también la tarea no despreciable de someter a escrutinio riguroso los mecanismos que ayudaron a Belloc y Chesterton a explicar cómo es posible que una sociedad que dice respetar la propiedad termine, en los hechos, pisotéandola.
Director Centro de Estudios Signos y profesor de la Universidad de los Andes (Chile)
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Last modified: agosto 18, 2023