2023 02 Ateismo De Derecha 1

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El auge de los libertarios en Hispanoamérica

En cierto pasaje de The Hobbit los trasgos de Moria persiguen a los enanos y a Bilbo Baggins. Con el doloroso recuerdo de los calabozos, corrieron hasta llegar a un claro con pinos. Sin embargo, los aullidos cada vez más cercanos de una manada de lobos obligó a que escalaran desesperadamente a los árboles. Aterrorizado, el hobbit gritó: “¡Salir de trasgos para caer en lobos!”. La versión popular y actual sería: “de la sartén al fuego”.

El libertarianismo deshumaniza, suplantando el dominio del propio actuar por el espejismo de la libertad ilimitada e infalible. Si te quieres drogar, hazlo. ¿Suicidarte? No es problema mío. ¿Y la venta de órganos? Ante el acuerdo de las partes, nada que hacer. ¿La prostitución? El consentimiento es suficiente. La persona queda sola, desconectada.

Entre las figuras libertarias de nuestra hispanoamérica, quizás una de las más famosas es Javier Milei. No sabemos si el peluca ―como los demás libertarios― es un hobbit o si los trasgos viven bajo un régimen socialista, pero no es una locura pensar que las llamas liberales carbonizan la libertad calentada en el sartén de un Estatismo con derivas totalitarias.

La piedra angular de la doctrina liberal es el consentimiento. La conducta personal se justifica en la invocación a la propia autonomía. Si un tercero interfiere en ese ámbito privado para darle una dirección distinta a su decisión, viola esta decisión. La única excepción es que no pueda afectarse la libertad de otro. Pero llevar la doctrina liberal hasta sus últimas consecuencias, como ocurre hoy en día, revela que la deshumanización y la promoción de la indiferencia son el vínculo de sangre que la une a las mencionadas doctrinas estatistas: aunque distintas, son de la misma familia ideológica. El libertarianismo deshumaniza, suplantando el dominio del propio actuar por el espejismo de la libertad ilimitada e infalible. Si te quieres drogar, hazlo. ¿Suicidarte? No es problema mío. ¿Y la venta de órganos? Ante el acuerdo de las partes, nada que hacer. ¿La prostitución? El consentimiento es suficiente. La persona queda sola, desconectada. Desaparece para el resto, como si se hubiera puesto un anillo que la vuelve invisible.

Promueve la indiferencia, porque es el efecto de creer que una acción privada no afecta a nadie en el ámbito público. Si creo que mis acciones no son de incumbencia de los demás, y si nadie tiene derecho a interferir en mi vida, poco espacio queda para la preocupación por el prójimo. El bien o el mal personal también es el bien o mal de la sociedad. Proponer la eliminación de los símbolos religiosos del espacio público ―como hizo Milei en el programa de su candidatura― no es promover la neutralidad o el respeto irrestricto al proyecto de vida del no creyente, sino la negación de elementos propios de la vida en sociedad ―del bien común―, que en nuestra tierra tiene raíces cristianas. Lo mismo si consideramos la religión como una simple opción personal válida garantizada incluso en espacios públicos mientras no restrinjan la libertad de otras personas. Adiós a las procesiones, romerías y vía crucis. Son medidas que recuerdan la Ley Calles de 1926 en México y el inicio de la guerra cristera.

El rechazo a la injusticia de los sistemas pseudo totalitarios no implica adherir a sus némesis. No se sustituye al opresor totalitario socialista por la divinización de la voluntad humana protegida por el Leviathan hobbesiano. Salir del sacrificio del individuo por el bien de la mayoría no significa elegir la eliminación del bien común en pos de la suprema autonomía.

El correcto uso de la libertad es lo que dignifica al hombre y lo hace ser dueño de sus acciones. Lo que se conoce como “tomar la sartén por el mango”.

Roberto Astaburuaga

Integrante del Área Constitucional de la ONG Comunidad y Justicia

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