febrero 22, 2023• PorJosé Ignacio Palma
Una lectura político – espiritual del reciente acuerdo constitucional de Chile¿Cuál es la promesa implícita detrás de la mención de un “Estado social y democrático de derecho” en las bases institucionales del reciente acuerdo constitucional de Chile? Dicho de otra manera ¿cuál es el conjunto de bienes que nuestra clase política nos plantea como el fin ―el telos― hacia el cual nuestra institucionalidad política se debe orientar?
Por supuesto, para los liberales llamados “rawlsianos” la respuesta a estas preguntas es, en principio, sencilla: el derecho, entendido como la autonomía para elegir el propio proyecto de vida, tiene primacía sobre el bien, por lo que no le corresponde al Estado ―en este caso a través de su constitución― expresar inclinación alguna por un conjunto de bienes que representen una visión particular y omnicomprensiva sobre la vida buena. Sin embargo, un análisis detenido del asunto nos muestra que la respuesta no es tan sencilla como parece, pues detrás de esta pretendida “neutralidad” en verdad se esconde ―¿cómo no?― una inclinación hacia ciertos principios y valores que, dirían nuevamente los rawlsianos, se encuentran implícitos en nuestra cultura política. Buena parte de los estados del viejo continente son conducidos políticamente bajo esta premisa. Así, el Estado social y democrático de derecho europeo se asoma como el arquetipo representativo de esa promesa a la que hacíamos referencia en un principio. Un Estado que provee derechos sociales sobre la base de aquello que pareciera estar implícitamente acordado (la importancia de acabar con las necesidades materiales), pero que, dicho en jerga futbolística, ha decidido “patear la pelota al córner” en lo que refiere a tomar las riendas del proyecto espiritual de la comunidad política a su cargo. He allí la susodicha neutralidad.Detrás de esta pretendida “neutralidad” en verdad se esconde ―¿cómo no?― una inclinación hacia ciertos principios y valores.
En el caso del continente europeo, esto ha significado un conflicto evidente con sus raíces culturales cristianas. Nadie lo expresa mejor que Benedicto XVI: “Si el cristianismo, por un lado, ha encontrado su forma más eficaz en Europa, es necesario, por otro lado, decir que en Europa se ha desarrollado una cultura que constituye la contradicción absoluta más radical no sólo del cristianismo, sino también de las tradiciones religiosas y morales de la humanidad” (Ratzinger, J.; “Europa en la crisis de las culturas”). De esta manera, la promesa de un paraíso material en la tierra, pero carente de todo vínculo con los valores y principios que han forjado nuestra historia, amenaza con horadar las mismas condiciones espirituales que hacen posible el pensarnos como una comunidad. Es inevitable no sentir la misma preocupación del teólogo alemán cuando observamos la contingencia política chilena. Nuestra tradición constitucional, que alcanza su forma última en nuestra carta fundamental vigente, sin duda responde a un conjunto de axiomas que se encuentran presentes en nuestra cultura. El ethos constitucional chileno en el actual texto, como señala el profesor Cea, bebe de un humanismo cristiano que mira a nuestro pasado (historia, tradiciones y costumbres) pero también al futuro, entendiendo que el destino ―¡el telos!― que compartimos en conjunto apunta a un bien común que considera al ser humano en su dimensión más integral: material, por supuesto, pero fundamentalmente espiritual (Cea, J.L.; “Tratado de la Constitución de 1980”). La situación europea nos muestra que por más que intentemos neutralizarlos, los “Dioses fuertes” a los que hacía referencia R.R. Reno en otras páginas de esta misma revista, vuelven a aparecer. Dicho de otro modo, no vaya a ser que en un intento por parte del Consejo Constitucional por abordar el problema de la legitimidad institucional y la cohesión social desde la perspectiva de la neutralidad, ignorando cualquier referencia a principios y valores coherentes entre sí, terminemos agravando nuestras heridas, y más que cohesión y legitimidad, encontremos conflicto entre “verdades” irreconciliables. Será el encuentro y no el quiebre con nuestras raíces culturales e institucionales, de evidente inspiración cristiana, las que proveerán de un piso mínimo para un diálogo fructífero y orientado al bien común.La promesa de un paraíso material en la tierra, pero carente de todo vínculo con los valores y principios que han forjado nuestra historia, amenaza con horadar las mismas condiciones espirituales que hacen posible el pensarnos como una comunidad.
Director de Revista Vértice e Investigador Fundación Jaime Guzmán (Chile)
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Last modified: marzo 22, 2023