octubre 23, 2024• PorVicente Hargous
Escritorio del Editor
Los medios de comunicación llenan nuestra mirada de un montón de hechos que muestran que, aparentemente, la Iglesia retrocede culturalmente. Los católicos nos vemos a nosotros mismos cada vez más como una minoría. Desde hace años, vemos una caída estadística brutal en la cantidad de personas que se dicen católicas, una tendencia imparable a disminuir la cantidad de fieles que asisten semanalmente a misa y una sequía de vocaciones sacerdotales y religiosas impresionante. Y sin embargo, quizás esta no sea la imagen completa del panorama. En ocasiones, fijar la mirada en todos los detalles de un punto pequeño de una foto impide ver el paisaje general. Y el paisaje general no es la Iglesia europea, ni norteamericana, ni latinoamericana. Mucho se habla en revistas y portales católicos sobre el camino sinodal en la Iglesia alemana, o sobre la posibilidad del diaconado femenino, y otros temas muy debatidos en países católicos desarrollados… Países en los cuales la Iglesia se encuentra en franco declive.
Una tentación que en ocasiones lleva a tratar de coquetear con el mundo ―“compadrear con él”, decía Juan Manuel de Prada―, a buscar mostrar únicamente la parte del mensaje del Evangelio que sea digerible para las élites de países liberales, pero renunciando a enseñar las verdades incómodas.
Entre la labor evangelizadora del obispo Robert Barron ―de la diócesis de Winona-Rochester (EE.UU.)― se encuentra su conocida plataforma digital Word on Fire. El pasado 14 de octubre, abordó este tópico mirando el caso de la Iglesia en África: “Cinco lecciones para aprender de la Iglesia africana”. La cantidad de fieles que asisten a misa semanalmente en Nigeria, Kenia y la República Democrática del Congo ―sólo en esos tres países― supera los 80 millones… ¡Un 25% más que en Europa y Norteamérica combinados! Un dato realmente impresionante.
¿Por qué estamos tan obsesionados con la iglesia en Alemania? ―y la hay, es una obsesión: el camino sinodal, lo que están haciendo los alemanes, y los obispos…―, ¡La Iglesia está muriendo en Alemania! Y yo dije en nuestro grupo: ¿por qué no estamos estudiando la Iglesia en Nigeria, porque acabo de leer la estadística: creo que el 94% de los católicos nigerianos va a misa todos los domingos. Pero ese era el punto que estaba haciendo, tal vez demasiado provocativo, pero estamos obsesionados con Occidente […]. ¿Dónde está la Iglesia realmente viva? Yo iría a África, partes de Asia… Allí es donde está creciendo, donde la gente va a misa, donde los seminarios están llenos. […] ¿Qué podemos aprender de su experiencia? (Mons. Robert Barron; “Cinco lecciones para aprender de la Iglesia africana”).
Mucho se podría decir sobre cada uno de los puntos planteados en dicho programa. Todos ellos surgen de un primer elemento, que es la primacía de lo sobrenatural en la Iglesia africana. En ocasiones, la jerarquía de la Iglesia occidental ―a diferencia de la africana― parece perder la confianza de lo que puede ofrecer al mundo. Una tentación que en ocasiones lleva a tratar de coquetear con el mundo ―“compadrear con él”, decía Juan Manuel de Prada―, a buscar mostrar únicamente la parte del mensaje del Evangelio que sea digerible para las élites de países liberales, pero renunciando a enseñar las verdades incómodas, con lo cual en la práctica se pierde la radicalidad, la novedad y el escándalo de la Cruz. Y así, en definitiva, se cae en una Iglesia que ofrece lo mismo que el mundo ―comida rápida, digamos, fácil de comprar, de digerir y de saborear―, con algunos toques de espiritualidad. Pero eso le quita a la vez todo el poder persuasivo a su mensaje.
Y quizás la lección que podemos sacar de la Iglesia africana en ese sentido sea la paradoja con la que deberíamos enfrentar el pluralismo moderno. Pluralismo y diálogo no significa renunciar a las verdades en las que creemos.
Barron sostiene que, además de ser algo esperanzador que fuera de occidente la Iglesia tiene presente y futuro, deberíamos aprender de África a reconocer la primacía de lo sobrenatural. Mucho se habla en algunos círculos católicos occidentales de la misión de la Iglesia, pero “[en ellos] tiende a significar la mejora política y social de los pobres, y eso es una cosa buena, […] pero no es la misión de la Iglesia” (idem). La Iglesia no es una ONG dedicada a cosas buenas pero puramente naturales, como disminuir la contaminación o la desigualdad, porque su fin es sobrenatural. Por ese fin sobrenatural tiene sentido la caridad cristiana, la solidaridad e incluso el cuidado del medioambiente, pero “si sacas lo sobrenatural colapsa la misa, colapsa la eucaristía, colapsan los sacramentos, colapsa la verdadera evangelización… Colapsa y se convierte en este proyecto mundano” (idem).
Lo mismo podemos decir cara a las controversias políticas y morales de nuestro tiempo. Muchos católicos de a pie a veces caemos en la misma pérdida de confianza. Y quizás la lección que podemos sacar de la Iglesia africana en ese sentido sea la paradoja con la que deberíamos enfrentar el pluralismo moderno. Pluralismo y diálogo no significa renunciar a las verdades en las que creemos, ni tampoco dejar de afirmar públicamente la necesidad de defender ciertos bienes esenciales para todo orden político justo. Reconocer el pluralismo como un hecho no implica aceptarlo como guía de acción. No rechazamos el pluralismo buscando aniquilar a quienes no comparten nuestra fe, pero sí estamos llamados a abrazar la verdad total que lo supera, que se encuentra en la persona de Cristo. Una verdad a la que adherimos no solamente como una cómoda convicción individual, sino como el alma que debe vivificar la política y la sociedad.
Editor Revista Suroeste
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Last modified: octubre 29, 2024