2024 05 eyzaguirre

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Un referente socialcristiano para nuestros días

Jaime Eyzaguirre Gutiérrez nació en Santiago de Chile en 1908 y falleció tempranamente en 1968, con ocasión de un lamentable accidente automovilístico. Estudió en el Liceo Alemán de los Padres del Verbo Divino, donde conoció a sus primeros maestros y adquirió parte importante de su formación religiosa. Posteriormente ingresó a la Facultad de Derecho de la Pontificia Universidad Católica de Chile, donde fue profesor durante varios años antes de incorporarse con exclusividad a la Escuela de Derecho de la Universidad de Chile, en la que consolidó su carrera académica y dejó un indeleble recuerdo (según dicen, su trabajo en esta casa de estudios, y no en la Universidad Católica, tenía por motivación principal su celo apostólico). Fue un historiador con pluma original, de estilo combativo y de una intensidad que los jóvenes de la universidad del Estado que fueron sus alumnos —no siempre tan católicos como él— no dejaron de valorar.

Entre los múltiples aspectos que marcan la vida de Eyzaguirre, podemos brevemente mencionar tres: su visión histórica; el hispanismo; y su pensamiento político-social.

Muy ajeno a los liberalismos, si bien era un profundo promotor de la unidad entre el orden político y sobrenatural, su religiosidad le convencía que no era posible una cultura perfectamente cristiana en este mundo.

Si bien no hay duda que la producción historiográfica de don Jaime es de carácter científico —aunque a ratos también con un fuerte tenor literario—, está atravesada intensamente por su catolicismo. La historia, para Eyzaguirre, tiene su punto de partida en la Revelación cristiana, como el hecho histórico principal que acarrea consecuencias necesarias que el historiador no puede desconocer. En efecto, la historia del mundo es comprendida por Eyzaguirre como parte de la historia de la salvación humana. De ahí su gran interés por escribir biografías de distintos personajes históricos tales como Valdivia, O’ Higgins o Portales (proyecto que quería iniciar antes de morir), precisamente porque estaba convencido de que la Providencia divina ejercía su influjo en momentos históricos fundacionales. Su actitud religiosa también se refleja en su aprecio por la libertad, sin desconocer los deberes de todo católico en la esfera pública: “los católicos pueden y deben crear y conservar culturas cristianas”. A la vez, reconocía que no hay una “única” realización del cristianismo en la historia sino formas “temporales analógicas”. Muy ajeno a los liberalismos, si bien era un profundo promotor de la unidad entre el orden político y sobrenatural, su religiosidad le convencía que no era posible una cultura perfectamente cristiana en este mundo.

En segundo lugar, es un lugar común asociar el pensamiento de Eyzaguirre con el llamado “hispanismo”. Don Jaime, si bien fue un profundo admirador de la herencia hispana, rechazó de hecho la etiqueta. En este sentido, acostumbraba a decir “soy hispano. Y no hispanista, que es actitud del extraño que admira desde fuera rasgos de la cultura ibérica. Ser hispano para el chileno es signo de filiación, no postura servil o imitativa”. Así, para Eyzaguirre, Chile se incorpora a la historia en el momento que el castellano pisa el territorio americano: esta es la génesis de la nacionalidad chilena que muchos en su época vieron, a diferencia suya, en el estado-nación. Antes de este hecho fundamental no era posible —para Eyzaguirre— hablar de una unidad nacional, sino de una diversidad que aún no tenía forma. Si bien el español protegió la cultura de los pueblos indígenas como consta en la mejor historiografía, al mismo tiempo purificó a dicha cultura de sus errores. No eran extraños los sacrificios humanos, por ejemplo, y un politeísmo que nunca permitió enaltecer su propia dignidad. Así, el castellano trajo consigo el idioma, la cultura, el derecho, las instituciones, que se tradujeron en formas de vidas que se fusionaron con los pueblos indígenas y constituyeron una nueva realidad que conocemos como Hispanoamérica. Realidad que, incluso, en algunos planos, superó la cultura europea. Su valoración de la hispanidad responde a la misma inclinación de su corazón católico.

Por último, su pensamiento social, tan desconocido como olvidado, fue también una derivación de su actitud religiosa, tal como lo fue para muchos de sus contemporáneos, como Alberto Hurtado, Eduardo Frei, o Mario Góngora. A Eyzaguirre se le etiqueta frecuentemente como un “historiador conservador”, como un reaccionario insufrible que no merece ser ni siquiera leído. Lejos de la verdad, sus ideas en este campo fueron de avanzada para su época, en que muchos católicos se atrincheraron en las banderas del liberalismo.

Propusieron ―décadas antes que estos temas se pusieran de moda― la sindicalización campesina, la formación de corporaciones con presencia de patrones y obreros, e incluso una reforma agraria.

Eyzaguirre no escribió sistemáticamente sobre política ni sobre temas sociales, pero sí expresó su pensamiento en distintos artículos en la Revista Estudios —de la que fue director por varias décadas—, particularmente en la página editorial la que firmaba como “J.E”. En este plano don Jaime se vio influenciado fundamentalmente por el escritor francés León Bloy y, en Chile, por el Padre Fernando Vives Solar S.J. Sin embargo, su visión no era solo la suya, sino la de un grupo generacional: los llamados “ligueros” —como los denominó Gonzalo Vial— proponían profundas reformas sociales inspiradas en la doctrina social de la Iglesia, pero alejadas de ideologías como el marxismo o el liberalismo, al punto que propusieron ―décadas antes que estos temas se pusieran de moda― la sindicalización campesina, la formación de corporaciones con presencia de patrones y obreros, e incluso una reforma agraria.

En suma, la lectura de Eyzaguirre es fundamental para los socialcristianos de hoy. Primero, porque renovó la interpretación histórica sobre nuestro pasado indiano y republicano, contribuyendo a despejar la leyenda negra antiespañola que marcó la historiografía del siglo XIX, mostrándonos que es posible una cierta unidad hispanoamericana (tema curiosamente hoy muy vigente a propósito de la inmigración). Segundo, por su pensamiento social y político, que está aún muy vigente: la importancia del equilibrio entre poder político, representado por una autoridad central y la autoridad social, representado por las comunidades sociales; la clara inspiración de sus ideas políticas y económicas en el catolicismo social ―particularmente en las encíclicas sociales―; y su convicción de la primacía de lo espiritual. Pero sobre todo, en tercer lugar, por haber sido un católico ejemplar, cuyos actos como profesor, como intelectual y como hombre se mostraron siempre como fruto de esa condición. Así, su más ilustre discípulo, Gonzalo Vial —al dedicarle una de sus obras— retrató a su maestro con esta breve sentencia: “A la memoria de Jaime Eyzaguirre, que hablaba de Dios”.

Autor: Luis Robert Valdés

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