2025 02 04 MARTINEZ Enrique id a tomas 1

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El ejemplo y el lenguaje del Doctor Común

El jubileo por el nacimiento, la muerte y la canonización de santo Tomás de Aquino nos invita a imitar el ejemplo de su vida, tanto en la dedicación a Dios como a los hermanos. Las palabras de fray Tomás son un lenguaje que alaba a Dios y que habla de Dios a los demás. Escuchamos estas palabras atendiendo a la invitación que hoy nos hace la Iglesia: ¡Id a Tomás!

1. “Imitar el ejemplo de su vida”

El 18 de julio de 1323, el Papa Juan XXII canonizaba en la catedral de Aviñón al dominico Tomás de Aquino, cuarenta y nueve años después de su muerte. Por este motivo, y a petición del Maestro General de la Orden de Frailes Predicadores, el Papa Francisco decretó que el 28 de enero de 2023 diera inicio un jubileo, conmemorando hasta el 28 de enero de 2025 el VII centenario de la canonización, los 750 años de su muerte y el VIII centenario de su nacimiento. La Penitenciaría Apostólica ha concedido indulgencia plenaria a los fieles que, en las condiciones habituales, peregrinen a un lugar sagrado vinculado con la Orden de Predicadores y participen en las ceremonias jubilares, o dediquen un tiempo suficiente a la oración, concluyendo con la oración dominical, el símbolo de la fe y las invocaciones a la santísima Virgen y a santo Tomás de Aquino.

No entraremos ahora en la comprensión de sus enseñanzas, aunque nos servimos, pero sí a su “anhelo de la santidad y la dedicación a las ciencias sagradas”, que es lo que se propone como más ejemplar en su vida.

La Iglesia nos indica cómo conmemorar estas efemérides: acudiendo a la Misericordia divina por medio de la recepción de la indulgencia plenaria. Pero también es don misericordioso de Dios la santidad de sus hijos, y es por eso que las canonizaciones están ordenadas a la imitación de los santos de tal modo que podamos andar, más aún correr, hacia nuestra propia santificación: “Teniendo una nube tan ingente de testigos, corremos, con constancia, en la carrera que nos toca” (Hb. 12, 1). Comentando este pasaje de la Carta a los Hebreos dice precisamente santo Tomás:

Nos vemos, pues, inmersos en esta nube de testigos, porque la vida de los santos en cierto modo nos induce a la necesidad de imitarlos […] dice san Agustín que, así como el Espíritu Santo habla en la Escritura, así lo hace también en los hechos de los santos, que son para nosotros forma y precepto de vida (In Heb. c.12, lect.1).

Tomemos, pues, a santo Tomás de Aquino como modelo para nuestra vida, según lo que reza la Iglesia en la oración de su memoria litúrgica: “Dios nuestro, que hizo insigne a santo Tomás de Aquino por el anhelo de la santidad y la dedicación a las ciencias sagradas, concédenos comprender sus enseñanzas e imitar el ejemplo de su vida”.

No entraremos ahora en la comprensión de sus enseñanzas, aunque nos servimos, pero sí a su “anhelo de la santidad y la dedicación a las ciencias sagradas”, que es lo que se propone como más ejemplar en su vida.

2. “El deber principal de mi vida”

“Tengo bien claro ―escribe al inicio de la Summa contra gentiles― que el deber principal de mi vida es ser consciente de que me debo totalmente a Dios, y quiero cumplir con ese deber por lo que no sólo mis palabras, sino también todos mis actos sean signos de un lenguaje que habla de Dios” (SCG I, 2).

Esta búsqueda la inició ya desde pequeño, siendo oblato benedictino; Tomás preguntaba con insistencia al monje: “¿Qué es Dios?”.

En este texto podemos identificar las dos vertientes de la vocación de santo Tomás como maestro: una es su consagración “me debo totalmente a Dios”; y otra es el servicio a los hombres con “un lenguaje que habla de Dios”.

Empecemos con su consagración. Ésta responde al anhelo de santidad que mencionábamos anteriormente, consistente en la unión con Dios por la caridad. Santo Tomás lo explica muy bien al hablar de la devoción, que es un acto de la virtud de la religión por la que la voluntad está dispuesta a hacer con prontitud lo que pertenece al servicio de Dios: “A la caridad pertenece inmediatamente que el hombre haga entrega de sí mismo a Dios, adhiriéndose a Él por cierto tipo de unión espiritual. Pues bien, la entrega que hace el hombre de sí mismo a Dios es acto inmediato de la religión y mediado de la caridad, que es principio de la religión” (Summa Theologiae II-II, q.82, a.2 ad 1). Y así, santo Tomás se entregó totalmente a Dios por estar unido a Él; por eso, al final de su vida, después de escuchar a Cristo mismo decirle desde el crucifijo “Tomás, has escrito bien de mí, ¿qué premio quieres?”, le respondió: “Señor, nada sino a ti” (Non nisi te, Domino).

Esta búsqueda la inició ya desde pequeño, siendo oblato benedictino; Tomás preguntaba con insistencia al monje: “¿Qué es Dios?”. Por eso su consagración consistió específicamente en buscar la sabiduría sobre Dios, como leemos en la Escritura: “La amaba y la busqué desde mi juventud y la pretendí como esposa, enamorado de su belleza […] ¿Hay más riqueza que la sabiduría, que lo realiza todo? […] Así pues, decidí hacerla compañera de mi vida” (Sb 8, 2. 5. 9).

En el sermón Puer Jesus, comentando el pasaje de san Lucas de la búsqueda y encuentro de Jesús en el Templo (Lc 2, 21-42), explica santo Tomás cómo buscar la sabiduría. Primero, escuchando con atención: “Digo, primero, que para que un hombre crezca en sabiduría, necesita que escuche de buen grado, porque la sabiduría es tan profunda que ningún hombre es suficiente por sí mismo a contemplar”. En efecto, el hombre vive de la razón, de la palabra, como decía Aristóteles, y empieza a aprender a partir de la palabra de sus padres y de sus maestros. Por eso hay que escuchar con atención. Así fue la escucha de santo Tomás, que durante toda su vida supo hacerlo con actitud humilde y perseverante; ahora bien, juzgando lo que sentía para discernir lo verdadero de lo falso.

En segundo lugar, dice que es necesario buscar con diligencia, preguntando. Pero ¿a quién?

Primero el maestro, o quienes son más sabios […] Además, no debes contentarte con preguntar a los presentes, sino también a los antiguos ausentes […]. Es más, no sólo no basta que los interrogues a ellos o también a los escritos, sino que debes meditar reflexionando sobre las criaturas; porque se dice en el libro del Eclesiástico 1, 10: “[Dios] derramó [su sabiduría] sobre todas sus obras”. (Santo Tomás de Aquino; Homilía Puer Iesus)

Este diálogo con las criaturas recuerda lo que hizo san Agustín en las “Confesiones” o en el sermón 241: “Pregúntales. Todos te responderán: Contempla nuestra belleza. Su belleza es su confesión. ¿Quién hizo estas cosas bellas, aunque mudables, sino la belleza inmutable?”. Así fue también la inquisición de santo Tomás, que preguntó a sus maestros presentes, como san Alberto; los maestros antiguos, como los Padres de la Iglesia, principalmente san Agustín, y los filósofos paganos, como Aristóteles; y finalmente a las criaturas, buscando en ellas aquella verdad que es semejanza de Dios.

La búsqueda de la sabiduría se consuma cuando se medita llevando lo escuchado al tesoro de la propia intimidad, a semejanza de la Virgen Santísima que “conservaba todo esto en su corazón” (Lc. 2, 51).

Y, en tercer lugar, sostiene que la búsqueda de la sabiduría se consuma cuando se medita llevando lo escuchado al tesoro de la propia intimidad, a semejanza de la Virgen Santísima que “conservaba todo esto en su corazón” (Lc. 2, 51). Ella, siendo Madre de la Sabiduría, dice que se hizo alumna del Niño, pero atendiendo en Él no ya su Humanidad sino su Divinidad. En efecto, para santo Tomás es signo de perfección de vida la intimidad en la que uno habla en su interior, no sólo diciendo lo que conoce ―verbum mentis― sino lo que ama ―verbum cordis―. Por eso, comentando el pasaje del Evangelio de san Juan en el que Jesús, en la intimidad de la última cena, dijo a los discípulos: “Ya no os digo siervos, sino amigos, porque todo lo que me ha revelado mi Padre se lo he dado a conocer” (Jn. 15, 15), explica que el signo más propio de la amistad es la confidencia al amigo de lo que hay escondido en el propio corazón. Y también esto lo hizo él, que no sólo se dedicó a adquirir la sabiduría natural, sino que aspiró a la sabiduría que es don del Espíritu Santo; aquella por la que alguien “es perfecto en las cosas divinas no sólo conociéndolas, sino también experimentándolas. Y esta compenetración o connaturalidad con las cosas divinas proviene de la caridad que nos une con Dios, de acuerdo con el testimonio del Apóstol en 1 Cor. 6, 7: Quien se une a Dios, se hace un solo espíritu con Él”. (S.Th. II-II, q.45, a.2 y c.). Por eso, sin esta unión con Cristo no es posible comprender la admirable doctrina de santo Tomás, también metafísica, es decir, su “especulación filosófica en unión vital con la fe” (Fides et Ratio n.76).

3. “Un lenguaje que habla de Dios”

La segunda vertiente de la vocación de santo Tomás como maestro es el servicio a los hombres, con “un lenguaje que habla de Dios”. En el sermón Puer Jesus, ya mencionado, explica que la sabiduría adquirida debe compartirse con otros: “También debe adquirir sabiduría el hombre compartiendo con otros. Por eso dice en Sab. 7, 13: «La aprendí sin engaño, y la comunico sin envidia»”. Éste es el lema de la Orden de Predicadores: “Llevar a los demás lo contemplado” (Contemplata aliis tradere) (Summa Theologiae II-II, q. 188, a. 6 in c.), que hizo vida santo Tomás. Él lo fundamenta en esta afirmación tan nuclear en su enseñanza: El bien es difusivo de sí (bonum difussivum sui), que tomó del Pseudo Dionisio.

¿Y cómo habló Tomás de Dios? En primer lugar, con humildad, consciente de que “de Dios no podemos saber qué es sino qué no es” (S. Th. I, q. 3 pr.), afirmación que aleja la teología del Aquinate de cualquier forma de racionalismo. Aunque esto no quita que lo podamos conocer según la medida de nuestro pobre entendimiento a partir de las criaturas, buscando en ellas la semejanza de su infinita perfección. Y, sobre todo, pidiendo humildemente a Dios la gracia por tener “una inteligencia que te conozca, un amor que te busque, una sabiduría que te encuentre” (de la oración Concede mihi). Cuando fue promovido al grado de Maestro en Teología en la Universidad de París ―que aceptó sólo por obediencia al Papa―, y no sabiendo sobre qué disertar, rogó al Señor, y se le apareció un anciano venerable con hábito dominicano ―santo Domingo― que le indicó el salmo que debía comentar: “Riega las montañas desde las alturas”, Rigans montis de superioribus. Y así lo hizo.

Habló de Dios con claridad, imitando la manera como Dios mismo se reveló, abajándose misericordiosamente para hacerse comprensible a los hombres.

En segundo lugar, habló de Dios con claridad, imitando la manera como Dios mismo se reveló, abajándose misericordiosamente para hacerse comprensible a los hombres: “Porque las palabras de Dios expresadas con lenguas humanas ―leemos en la Constitución Dei Verbum del concilio Vaticano II― se han hecho parecidas al habla humana, como en otro tiempo el Verbo del Padre Eterno, tomada la carne de la debilidad humana, se hizo parecido a los hombres” (D.V. 13). También santo Tomás hizo suyo que “es más perfecto iluminar que lucir” (Summa Theologiae II-II, q.188, a.6 in c.), y eso es lo que le movió a escribir, por ejemplo, la Suma de Teología, ayudando a aquellos estudiantes en Roma que no tenían la formación de los de París:

El Doctor de la verdad católica tiene por misión no sólo ampliar y profundizar los conocimientos de los iniciados, sino también enseñar y poner las bases a los que son incipientes, según lo que dice el Apóstol a 1 Cor. 3,1-2: «Como párvulos en Cristo, os he dado por alimento leche para <, no carne para masticar». 

Por esta claridad es posible descubrir en su doctrina, según Francisco Canals, máximo representante de la Escuela Tomista de Barcelona, ​​“una síntesis tan armónica y coherente”; o, con palabras de Pío XII:

Este conjunto de conocimientos no ha sido expuesto por ningún otro doctor de forma tan lúcida, tan clara y perfecta, ya se atienda a la recíproca concordancia de cada una de las partes, ya en su acorde con las verdades de la fe, ya la esplendidísima coherencia que con éstas presentan, ni ninguna ha edificado con todos ellos una síntesis tan proporcionada y sólida, como San Tomás de Aquino.

Y, en tercer lugar, habló de Dios movido por la caridad al prójimo, como se testimonió en el proceso de canonización: “Siempre estudiando, leyendo o escribiendo para el bien de sus hermanos en Cristo”. Por eso afirmó que “enseñar se cuenta entre las limosnas espirituales” (De Veritate q.11, a.4 s.c.2). Son innumerables los ejemplos en su vida de esta caridad en la verdad (caritas in veritate), pero citaremos sólo tres. El primero es de su juventud, durante su formación en Colonia: un fraile se ofreció a fray Tomás para ayudarle a comprender la obra De Divinis nominibus, que comentaba el maestro Alberto, pero poco tardó en reconocer que era él quien necesitaba ser instruido por Tomás, quien accedió a explicarle el admirable tratado del Pseudo Dionisio “Sobre los nombres divinos”, no sin rogarle antes que no se lo dijera a nadie. El segundo es la atención a numerosas consultas que le hacían, por ejemplo, las del rey san Luis antes de cada consejo del Reino; Tomás pasaba la noche en la capilla respondiendo a las consultas, que a primera hora de la mañana hacían llegar al rey. Y el tercero es poco antes de morir, cuando comentó el “Cantar de los Cantares” a los monjes cistercienses de la Abadía de Fossanova, pese a tener sus fuerzas tan mermadas.

La confirmación más clara del lenguaje de santo Tomás de Aquino sobre Dios es lo que ya hemos mencionado anteriormente: según testigo de fray Domingo de Caserta, Jesucristo se manifestó a fray Tomás desde el crucifijo en el convento de Nápoles diciéndole: “Tomás, has escrito bien de mí”. Estos escritos siguen hoy en día iluminando nuestro caminar.

4. “Id a Tomás”

En todo lo que hemos dicho encontramos en Santo Tomás un fiel hijo de san Domingo de Guzmán, que “hablaba con Dios o hablaba de Dios”. En su imitación del santo fundador de la Orden de Predicadores es cómo debemos comprender su vida y su enseñanza.

Son innumerables los ejemplos en su vida de esta caridad en la verdad (caritas in veritate).

Por tanto, la celebración de este aniversario del Doctor Común de la Iglesia (Doctor Communis) debería movernos a ir a Tomás, según la exhortación que hiciera en la encíclica Studiorum Ducem el Papa Pío XI con ocasión del VI centenario:

Pues bien, así como en otros tiempos se dijo a los egipcios en extrema escasez de víveres: Id a José, que él les proveyera del trigo que necesitaban para alimentarse, así a todos los que ahora sientan hambre de verdad, Nos os decimos: Id a Tomás, a pedirle el alimento de sana doctrina, que él tiene opulencia para la vida sempiterna de las almas.

Leemos, estudiamos y meditamos, pues, el lenguaje con el que Santo Tomás de Aquino nos habla de Dios, porque también nosotros nos vemos movidos a tener como principal deber de nuestra vida consagrarnos a la Sabiduría del Corazón de Cristo, y así podamos sentir como Tomás, el palpitar de ese Corazón divino y humano.

Autor: Enrique Martínez

Miembro ordinario de la Pontificia Academia de Santo Tomás
Catedrático de Filosofía en la Universidad Abat Oliba CEU

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