Carta al Editor
Señor Editor:
Caminar por barrios emblemáticos de Santiago de Chile, como Lastarria, nos confronta con la decadencia y la arqueología de nuestra vida urbana. En medio de la bohemia y las expresiones artísticas improvisadas, se encuentra la iglesia quemada de la Veracruz. Lo que en otros tiempos fue de gran valor y cuidado, hoy parece un vestigio de las llamas del estallido social. Como decía San Agustín: “El pueblo es un conjunto de seres racionales asociados por la concorde comunidad de objetos amados” (Ciudad de Dios XIX, 24). Examinar los objetos de amor de un pueblo revela su verdadera naturaleza.
Hoy, la iglesia mantiene sus puertas abiertas, y aunque a veces el Sagrario está expuesto y otras no, esto nos invita a reflexionar sobre nuestra disposición como cristianos para dar testimonio de nuestra fe en un mundo desorientado. Por lo general, el templo se llena de curiosos impresionados por la destrucción, y por dentro, nos enfrenta a una catacumba. Arriba del altar, una gran figura del Señor crucificado se alza como testigo silencioso. Así, se torna cierto el lema Cartujo: Stat crux dum volvitur orbis, la cruz permanece en pie, mientras el mundo gira.
Ya no se trata solo de evangelizar a los ignorantes, sino de dar testimonio a los desorientados. La destrucción de los templos no destruye la fe; solo nos desafía a reconstruirla más fuerte. Hagamos nuestra la frase: “La única Iglesia buena es la que arde”, y completemos: “la que arde por amor a Cristo”.
Poeta
Last modified: agosto 14, 2024