2025 02 01ordoamoris 1

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Entre el buenismo y una recta jerarquía del amor

Un intenso debate provocó la respuesta del nuevo vicepresidente de Estados Unidos, J.D. Vance, tras ser consultado en Fox News sobre los dichos de algunas celebridades norteamericanas, quienes criticaron en redes sociales la expulsión de inmigrantes ilegales hacia sus países de origen. Haciendo gala de sus virtudes intelectuales, Vance declaró:

Existe un antiguo concepto ―muy cristiano, por cierto― que dice que amas a tu familia, luego a tu vecino, luego a tu comunidad, luego a tus conciudadanos y a tu propio país y, luego de eso, puedes priorizar al resto del mundo. Gran parte de la extrema izquierda ha invertido este orden completamente. Parece que odian a los ciudadanos de su propio país, y se preocupan más por aquellas personas que están fuera de sus propias fronteras. Esa no es manera de dirigir una sociedad.

La réplica no quedó allí. Luego de generar todo tipo de reacciones en círculos intelectuales y redes sociales, el ex senador por Ohio insistió en el punto al invitar a uno de sus contertulios a googlear “ordo amoris”. “La idea de que no existe una jerarquía de obligaciones viola el sentido común básico”, escribió a continuación.

Aunque resulta extraño hallar a un político citando términos en latín y entrando en debates de orden teológico, quienes están familiarizados con la figura de Vance sabrán de su interés por la teoría. De hecho, dentro de su círculo de influencia se encuentran importantes pensadores para la órbita católica estadounidense, tales como Patrick Deneen (autor de “¿Por qué ha fracasado el liberalismo?” y “Cambio de régimen”) y Rod Dreher (autor de “La opción benedictina”). A este último le señaló, en una entrevista para The American Conservative, que había elegido a San Agustín de Hipona como su santo patrono tras convertirse al catolicismo, pues fueron sus escritos los que le proveyeron las herramientas “para comprender la fe cristiana de una manera fuertemente intelectual” (Vance, J.D.; J.D. Vance becomes Catholic, Entrevista de Rod Dreher).

Ese orden parte por amar a Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente, y a tu prójimo como a ti mismo, tal y como queda claro en el evangelio de San Mateo. Es evidente, sin embargo, que escapa a las posibilidades humanas el manifestar amor a todo el mundo y con la misma intensidad.

De ahí que no sea casualidad que el concepto utilizado por Vance para respaldar su tesis sobre la jerarquía de los deberes sea, de hecho, de autoría de San Agustín. Ordo amoris, señala el obispo de Hipona en La ciudad de Dios, corresponde a la manera recta de entender la virtud: “me parece que una definición breve y verdadera de la virtud es el orden del amor”. Ese orden parte por amar a Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente, y a tu prójimo como a ti mismo, tal y como queda claro en el evangelio de San Mateo. Es evidente, sin embargo, que escapa a las posibilidades humanas el manifestar amor a todo el mundo y con la misma intensidad. La vida práctica presenta infinitas circunstancias que nos llevan a elegir y priorizar. Así lo plantea San Agustín en De Doctrina Christiana, donde al preguntarse a quién se debe socorrer cuando no se puede a todos ―“ni siquiera a dos”―, afirma:

Todos deben ser amados igualmente, pero cuando no se puede socorrer a todos, ante todo se ha de mirar por el bien de aquellos que, conforme a las circunstancias de lugares y tiempos de cada cosa, se hallan más unidos a ti como por una especie de suerte […] cuando no puedas favorecer a todos los hombres se ha de considerar como suerte la mayor o menor conexión que tuviesen contigo.

Este pasaje de San Agustín es el mismo que Santo Tomás de Aquino usa de guía en su tratado de la caridad, para dilucidar si acaso deben ser más beneficiados quienes están más unidos a nosotros (cfr. S. Th., II-II, q. 31, a. 3). Para el aquinate, hablar de una  jerarquía de los amores es hablar de un orden en la naturaleza, que es a su vez un orden divino. Así, la realidad práctica en la que se desenvuelve la naturaleza humana hace evidente el deber de ser más caritativo “con los más allegados”, de la misma forma que “el fuego calienta más a las cosas más cercanas”. Los ejemplos de allegados o cercanos que da el Doctor Angélico ―y que Vance parece haber tenido en cuenta al momento de su entrevista― son discernibles por el sentido común:

Pero el allegamiento entre las personas puede ser considerado desde diferentes puntos de vista, según los distintos géneros de relaciones que las ponen en comunicación; así tenemos: los consanguíneos [la familia], en la comunicación natural; los conciudadanos, en la civil; los fieles, en la espiritual, y así sucesivamente. 

Como siempre, y siguiendo en esto a Aristóteles, Santo Tomás evita entregar reglas absolutas y de carácter general, dejando amplio margen de operatividad al juicio prudencial. Por dar un ejemplo, el aquinate indica que en el caso de aparecerse un extraño en una situación de necesidad extrema, “se debe atender al extraño antes incluso que al padre” que no sufre la misma urgencia. Así ocurre en la historia ficticia de Judah Ben-Hur, quien, al encontrarse con un Jesucristo que cae al suelo a causa de los latigazos y el peso de la cruz, deja por un momento a su madre y hermana (ambas padecían lepra) para auxiliar al hijo de Dios dándole agua, cerrando así la película ―alerta de spoiler― con el mismo gesto que había hecho Jesús cuando era Judah quien se encontraba en una situación de extrema necesidad.

Los ejemplos de allegados o cercanos que da el Doctor Angélico ―y que Vance parece haber tenido en cuenta al momento de su entrevista― son discernibles por el sentido común: 

Nada de lo anterior constituye una excepción al principio del ordo amoris, sino más bien una afirmación: la caridad, rectamente orientada por la prudencia, invita a priorizar en virtud de las circunstancias concretas, las cuales suelen vincularnos con personas y grupos que, por razones de orden natural, son más cercanas, y por tanto más susceptibles de recibir nuestro amor y socorro de manera habitual. Ello no obsta, sin embargo, a que puedan presentarse variaciones en el tiempo y lugar, así como también en las personas involucradas y su nivel de necesidad.

Volviendo al problema original ―no hay que olvidar que toda esta discusión comenzó con un vídeo de Selena Gomez llorando la deportación de inmigrantes ilegales―, es claro que los dichos del vicepresidente de Estados Unidos se anclan de manera sólida en principios de inspiración cristiana, lo que no quita, por supuesto, que su aplicación práctica al problema migratorio sea debatible. Desde su perspectiva, y que nosotros compartimos, el deber con personas foráneas es el de auxiliarlas en situaciones de necesidad (como son las que viven muchas de ellas), pero a nadie le es exigible dejar de procurar por el bien de su familia y sus compatriotas para hacerse cargo de cuestiones de suyo inabarcables, al menos no en la gran generalidad de los casos. Tampoco el gobernante puede olvidar que, en virtud de su propia jerarquía de deberes y obligaciones, está llamado a considerar los recursos disponibles, el tamaño de la polis y también factores de cohesión social como criterios para el bienestar de aquella población que se encuentra bajo su protección, tal y como señala Aristóteles.

La idea abstracta de un amor por la humanidad, que en la práctica no se expresa hacia ninguna persona concreta, suele ser invocada por grupos privilegiados y cosmopolitas para quienes recibir flujos migratorios masivos no significa ningúna afectación grave en su estilo de vida ni en el de sus seres queridos, y que difícilmente realizarán esfuerzos de acogida en sus propios barrios y comunas.

Para terminar de asimilar el punto, resulta útil mencionar el contraste que hace Ivan Illich entre el ágape en su sentido cristiano y los sistemas de reglas abstractas, más comunes en el mundo moderno. De acuerdo con el austriaco, la aplicación de normas despersonalizadas al estilo kantiano es insuficiente para dar cuenta de la realidad genuina del amor, expresada, por ejemplo, en la parábola del buen samaritano. “¿Quién es mi prójimo?”, se pregunta Charles Taylor a partir de la reflexión de Illich, y aunque en potencia podría ser cualquiera, en lo concreto, se trata de “aquel con el que te cruzas, aquel con el que tropiezas, aquel que está herido allí en el camino… este es tu prójimo” (Taylor, C.; A secular age). Dicho de otra manera, la misericordia se halla en el encuentro con un rostro, al que decidimos abrazar, no como el resultado de la aplicación de un imperativo categórico, sino como una respuesta genuinamente caritativa, que es al mismo tiempo instintiva y libre.

La idea abstracta de un amor por la humanidad, que en la práctica no se expresa hacia ninguna persona concreta, suele ser invocada por grupos privilegiados y cosmopolitas para quienes recibir flujos migratorios masivos no significa ningúna afectación grave en su estilo de vida ni en el de sus seres queridos, y que difícilmente realizarán esfuerzos de acogida en sus propios barrios y comunas. La hospitalidad de un país, harían bien en reconocer estas élites liberales y progresistas, debe darse dentro de los marcos de la legalidad, pero fundamentalmente sobre criterios que permitan a sus integrantes abrigar dignamente a quienes vienen de fuera, sin por eso dejar de cumplir los deberes con aquellos que la naturaleza y las circunstancias han puesto a nuestro lado, “allí en el camino”.

Como subraya R.R. Reno, también a propósito de las palabras de Vance, todo ser humano es digno de nuestro amor pues ha sido creado a imagen y semejanza de Dios, pero también es cierto que “cada uno de nosotros es arrojado a un mundo de relaciones ya existentes. Estas relaciones traen consigo deberes y responsabilidades” (Reno, R.R.; JD Vance is Right About the «Ordo Amoris».

Autor: José Ignacio Palma

Director de Revista Vértice

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