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La batalla cultural contra la cultura woke y los amores fuertes

Russell Ronald Reno es teólogo, doctor en filosofía por la Universidad de Yale. Comenzó su carrera como académico, pero posteriormente optó por dedicarse a tiempo completo a First Things, prestigiosa revista de la que es editor y que ha resultado ser una fuente de inspiración fundamental para nuestra Revista Suroeste. Con razón, ha sido calificada como “la revista americana más influyente sobre religión y vida pública” y una de las revistas clave para comprender el pensamiento conservador actual, dirigida a promover una filosofía pública religiosamente informada para el ordenamiento de la sociedad. Es además autor del libro The Return of the Strong Gods, cuya actualidad nos interpela especialmente en estos tiempos de giros políticos donde han surgido populismos fuertes enfrentados a las oligarquías del establishment político y económico.

Javier Mena: Usted ha ahondado en el tema de la “cultura woke”. ¿Cómo ve que ha sido la reacción del mundo cristiano frente a ello? Viendo la otra cara de la moneda – y jugando a ser abogado del diablo – una autocrítica nos podría llevar a decir que los católicos han tenido su propio movimiento “woke” y han construido una especie de identidad victimizada en torno a sí mismos. ¿Qué opina de una afirmación como esta?

R.R. Reno: La revolución “woke” es, en lo fundamental, una rebelión contra la Creación. No se trata sólo del movimiento LGBT, sino ―creo― del suicidio asistido por médicos, que es una rebelión contra las condiciones de nuestra mortalidad; y de la ingeniería genética eugenésica, que está muy presente en nuestro horizonte. Así que no creo que el catolicismo pueda hacer ningún tratado de paz con esta rebelión, y creo que tiene que ser resistida por la Iglesia. En cuanto a un catolicismo despierto, creo que debemos ser muy prudentes para no presentarnos como víctimas. A menudo somos objeto de injusticias, de persecuciones injustas, pero creo que debemos aprender de la Iglesia primitiva que sufrir por Cristo no es ser víctima, sino participar en su Reino.

JM: Usted ha hablado del amor familiar como aquello que más fuertemente puede hacer resistencia a la polarización política. ¿De qué manera aquello que se llama ―al menos en Chile― “todo tipo de familias” o “familias no tradicionales” entra en esta resistencia? ¿Es acaso contraproducente o simplemente menos eficaz en resistir dicha polarización? ¿O es incluso parte de ella?

RRR: Nos encontramos en una situación difícil. En Estados Unidos se reconoce a las parejas del mismo sexo el derecho a tener hijos. Está claro que el marco familiar, por muy desordenado que sea, es una fuente de pertenencia para la gente, para la pareja que está casada, la mujer y la mujer, o el hombre y el hombre, o cualquier niño que críen en su hogar. Así que en ese sentido sí participan en esta resistencia, porque tienen un ancla de identidad en una institución sana, que es la familia. Pero, por supuesto, las parejas y los hogares del mismo sexo contribuyen a la disolución de la familia institucional en nuestra sociedad, porque son una especie de testimonio visible de que la diferencia hombre-mujer no es fundamental para nuestra condición creada, y también fundamental para nuestra fecundidad en la raza humana, y fundamental para la unidad del hombre y la mujer en el matrimonio. Va a ser difícil en diferentes situaciones, pero creo que le debemos al futuro de nuestra sociedad ser muy claros sobre el hecho de que el matrimonio es sólo entre un hombre y una mujer, y que los medios artificiales de producir hijos, que a menudo son necesarios, ciertamente para las parejas homosexuales masculinas, la producción artificial de hijos es realmente una grave ofensa contra la dignidad de los niños.

JM: De un modo similar, usted sostiene que “nuestra sociedad estaría mejor si promoviera la observancia religiosa en general, incluso de tradiciones que considero equivocadas” (our society would be better of promoting religious observance in general, even of traditions I deemmisguided). ¿Hay algún límite para esta lógica de que incluso religiones erradas contribuyen a hacer mejor nuestra sociedad?… Porque vemos que hay espiritualidades que promueven, por ejemplo, una excesiva atención de la persona hacia sí misma, u otros principios que pueden verse como nocivos.

RRR: Yo distinguiría entre religión y espiritualidad. Las espiritualidades pueden ser en gran medida un autocuidado, una autoafirmación, una especie de espiritualidad terapéutica. No le veo ningún papel positivo. Lo que quiero decir con esto es que […] tenemos un conocimiento natural de la existencia de un Creador y de nuestro deber de rendirle el culto u honor que le corresponde. Y el judaísmo, el islam, bajo ciertas interpretaciones también las religiones orientales, tienen este fuerte sentido de la trascendencia. Y creo que pueden ser alentadas en conciencia por un católico en una posición de autoridad pública sobre la base de que, en una sociedad pluralista, es mejor que la gente rinda honor al Creador que no hacerlo en absoluto. Pero hay otras formas de religión, formas paganas de religión, que creo que pueden ser muy destructivas. Y […] creo que es permisible y tal vez sabio restringirlas severamente o incluso prohibirlas. Sacrificios de animales y cosas por el estilo, que son parte constitutiva de algunos cultos caribeños. Lo tenemos en los Estados Unidos, en Florida. Eso no encarna el conocimiento natural de Dios como creador, como un Dios único, no muchos dioses.

JM: En su entrevista en el diario chileno El Mercurio, le preguntaron sobre los riesgos de caer en nacionalismos y populismos. Usted contestó que “claro que los dioses fuertes pueden volverse perversos”, pero que “no hay un sistema perfecto, no se puede escapar de la necesidad de la virtud”. ¿Podría explicarnos un poco mejor a qué se refiere con esto último?

RRR: Creo que, ya sea el marxismo o cierto tipo de liberalismo altamente teorizado, ambos son [semejantes en algunos puntos]. Quiero decir, para Marx, si conseguimos instaurar la dictadura del proletariado, el Estado desaparecerá, no necesitaremos tener política en absoluto, y si conseguimos que la historia fluya como es debido, la justicia se hará casi automáticamente. O en ciertos tipos de liberalismo, si conseguimos el sistema constitucional adecuado, o si tuviésemos mercados que organicen la sociedad ―para personas como Milton Friedman en economía― no necesitaríamos gobernar. Así que creo que la tentación de escapar de la agonía de la vida política es constante en la era moderna. Y esa agonía es que, por muy bien diseñado que esté el sistema, tiene que ser administrado por personas que tengan la virtud de la justicia y también otras virtudes, como la valentía, por ejemplo, muy necesaria en nuestra época. Así que debemos hacerlo lo mejor posible. La gente puede tener opiniones sobre cuál es la mejor organización de la sociedad en nuestra época, pero no importa qué organización tengamos, tiene que estar engrasada, las ruedas tienen que estar engrasadas por la virtud. De lo contrario, las ruedas del carro no podrán rodar.

JM: Pasando a un tema mucho más local, ¿qué nos podría decir sobre la situación en Chile y el proceso constituyente? ¿Cómo ve que podría configurarse el regreso de los dioses fuertes en nuestro país?

RRR: En primer lugar, permítanme decirles que siempre deben tener cuidado con los estadounidenses que les dicen qué es qué y qué deben hacer, porque somos muy mandones en todo el mundo. Así que sean cautelosos respecto de cualquier cosa que pueda decir. No puedo hablar de los detalles del proceso constitucional, porque no he estudiado el asunto, pero en cualquier tipo de reorganización de la vida política creo que debemos tener presente lo que yo llamo las “tres grandes sociedades del amor”. Son los fundamentos prepolíticos de una sociedad sana. Son la familia, la nación y la Iglesia, nuestras comunidades religiosas. Así que, en cualquier rediseño constitucional, creo que hay que pensar detenidamente en cómo dar el apoyo y la libertad adecuados a esos tres elementos de la sociedad. Obviamente, la nación es lo más fácil porque una constitución se refiere a la estructura de la nación, pero la familia y la Iglesia son realidades prepolíticas, anclas de la vida de una persona. Y una sociedad floreciente y estable tendría una vida religiosa fuerte y, obviamente, una vida familiar muy fuerte.

Revisa el video de la entrevista en el canal de YouTube de Comunidad y Justicia.

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